AMÉRICA, TIERRA DE ORIGEN DEL HOMBRE AMERICANO (28)

I

En los últimos años, aquellas personas que profundizan en los estudios relacionados con la prehistoria americana, se han ocupado acerca del origen del hombre que pobló América, sea en disertaciones, en artículos de prensa, en congresos científicos y en toda clase de publicaciones. Hace algún tiempo, publiqué un artículo sobre el mismo tema, titulado: “¿Es o no oriundo el hombre en América?”, probando que la población que habita en las Américas desde tiempos inmemoriales, no proviene de otras regiones del mundo, sino que es autóctona de este continente.
 

28 —Conferencia dictada en la Universidad de San Marcos (Lima el 10 de Septiembre de 1939.

Por supuesto, el tema del que trato es uno de los más arduos de cuantos confronta la ciencia americanista, pero advierto que con una pequeña dosis de sentido común, es posible solucionar el problema que entraña.

Los sabios europeos, particularmente los que se hallan imbuidos de antiguas concepciones, insisten en sostener que el hombre ha inmigrado a las Américas por la vía de Bering.

Es muy posible que pequeños grupos humanos se hayan trasladado de Asia a América o viceversa, en épocas sumamente lejanas o recientes, y NO navegando en frágiles embarcaciones, SINO aprovechando los períodos en que ciertos trechos marítimos se hallaban cubiertos de HIELO.

Aún subsiste la creencia de los sabios del siglo pasado, o sea que Asia es la “Voelkerheimat”, la cuna de la humanidad.
 


II

Sin tomar en cuenta la genial hipótesis de Wegener sobre la “traslación de los continentes”, existe efectivamente la posibilidad de que en otra época geológica pudo haber una comunicación terrestre entre continentes. Los nuevos sondajes y exploraciones submarinas que se realicen, permitirán en el futuro precisar el tamaño y la forma de esos nexos terrestres que sirvieron de unión entre los continentes.

Dejando a un lado las tradiciones de Platón referentes a Atlántida, sobre un supuesto continente más allá de las Columnas de Hércules, no hay la menor duda, como lo demuestran los mapas submarinos de aquella región, que pudo haber existido hasta el mioceno un puente continental entre África y América, en la forma que hice conocer mediante un trabajo presentado en el año 1908 al Congreso Panamericano de Santiago de Chile
(29).

 

29—Tihuanacu, las razas y monumentos prehistóricos del Altiplano Andino, 50 Ilustraciones, 3 planos, 1 cromo. IV Congreso Panamericano. I Tomo. Sección Antropología, Santiago de Chile 1908.
 

Tampoco puede dudarse que entre Asia, Australia y Sudarctis, por una parte, y Australia, Melanesia, Micronesia, Polinesia y las Américas, por otra, hayan existido esos puentes intercontinentales, probablemente hasta el mioceno o plióceno, por los cuales en época lejanísima mitraban mamalias del Oriente al Occidente o quizá también en sentido inverso. Entre esas mamalias hallábase posiblemente el precursor del hombre y su fiel compañero, el perro.

Pero afirmar rotundamente, a base de nebulosos datos de etnólogos, lingüistas y antropólogos, que las Américas hayan sido pobladas por elementos asiáticos es, sino un desacierto, por lo menos un juicio demasiado prematuro.

Por un solo cráneo con índices semejantes a los de australianos, encontrado en Patagonia, por unas pocas afinidades lingüísticas del tipo OHON con las lenguas australianas, por unos supuestos Bumeranges hallados en la parte meridional de la América del Sur y por unos cuantos inventos etnológicos comunes a todos los pueblos, — “Voeikergedanken” —, no es posible afirmar, como hecho demostrado, que en época geológica RECIENTE hubo migraciones en masa de una a otra parte.

Un continente como las tres Américas, poblado densamente ya en la época en que Europa y Asia eran sacudidas por fuertes corrientes migratorias, no puede haber recibido toda su población con solo el aporte de grupos reducidos de navegantes que se aproximaron a las costas americanas, no deliberada y conscientemente, sino arrojados por el azar, arrastrados por los vientos y las corrientes marinas en frágiles embarcaciones.

Las Américas tuvieron, especialmente en el antiguo Alto Perú, una admirable cultura, semejante a la que Europa alcanzó recién en épocas relativamente modernas. La cultura americana floreció cuando en Eurasia se desconocía el uso del fuego y la gente se abrigaba con pieles de animales, ni siquiera curtidas. Cómo puede hablarse, entonces, de que América haya sido poblada en época reciente — geológicamente hablando — por migraciones de Oeste y Este?
 


III

Antes de juzgar o revisar las anticuadas teorías que señalan a América como a un “Nuevo Mundo”, es necesario ocuparse, en primer término, del hombre considerado como especie zoológica. Se ha encontrado en Europa, en Asia ven las Américas los llamados fósiles humanos de estructura primitiva. Pero esos fósiles nos enseñan muy poco en cuanto se refiere a la antigüedad del hombre y al punto y época en que éste ser evolucionó a su actual estado, hasta alcanza la voluminosa caja craneana que presenta hoy.

 

La creencia general de los antropólogos, es que el hombre apareció recién en el cuaternario medio. Y esta afirmación es posiblemente un nuevo desacierto, como trataré de demostrarlo continuación: El hombre como sus antecesores en la escala morfológica, es y ha sido siempre, un ser de frágil estructura ósea. En los terrenos húmedos y de bastante vegetación donde vivía el hombre primitivo, sus despojos nunca se conservaron más de mil o dos mil años, como máximo, en forma que pudieran servir de material para las actuales investigaciones de laboratorio antropológico.

 

Esto ha debido suceder también con los restos de muchísimos animales, de los cuales hoy no hay rastros ni en los museos de historia natural, ni en suelo, y de cuya existencia ni siquiera se sospecha.

Juzgo oportuno hacer una aclaración en cuanto a los términos “hombre fósil” y “animal fósil”. La fosilización del hueso no se produce solamente por la edad. Se produce también por la calidad del terreno donde —lo diremos en palabras vulgares— el hombre o el animal tuvo la suerte de ser sepultado, sea por acción de la naturaleza o, en el caso del hombre de épocas lejanas, por sus convivientes. La constitución del terreno es condición “sine qua non” de una posible fosilización.

 

En las arcillas calcáreas impermeables, como lo son la mayoría, y conforme a la cantidad de sustancias calcáreas que contengan, puede en más o menos años producirse la fosilización en forma de impregnación, o mejor dicho, en forma de un enriquecimiento de cal en el hueso. Pues es sabido que si se calcina para eliminar sus substancias orgánicas, el hueso solo se compone de fosfato de cal, de fosfato de magnesio, carbonato de cal y fluorocalcio.

 

De suerte que en los terrenos adecuados, las sustancias orgánicas son reemplazadas con cal, produciéndose así la llamada “fosilización” mediante la cual el hueso se conserva “por sécula seculorum”. Lo contrario pasa con los cadáveres sepultados en Turberas, pues en estos terrenos se eliminan los huesos y quedan únicamente las substancias orgánicas. De ahí que la fosilización del hueso humano o animal, no es cuestión de tiempo o edad; es cuestión del terreno, es una calcarización que puede producirse en muy poco tiempo y hasta artificialmente.

 

Esa fosilización artificial se produce frecuentemente en las termas de Carlsbad, en la antigua Bohemia, donde se suele introducir al agua un objeto cualquiera, por ejemplo un ramo de flores. Después de algunos días, el ramo es extraído, comprobándose que se halla completamente petrificado, diremos “fosilizado”. Lo expuesto prueba que la “fosilización” no es un índice preciso para medir la edad, pues restos óseos sumamente antiguos que pudieron existir, han desaparecido por no haber estado en terrenos ricos en substancias calcáreas.

Hace algo más de un mes descubrí, al pie de los últimos contrafuertes de la cordillera oriental, en la región de Tarija, Bolivia, una antiquísima población, la de Tulcu-Marka.

En las cámaras sepulcrales solo hallé aquellos atributos funerarios que no se componían de substancias orgánicas. Pero en los lugares donde debieron estar los cadáveres, no encontré más que tierra amarillo-negruzca. Es así, repito, que la fosilización no es una medida de la edad. Hasta ahora no ha logrado encontrarse los restos fósiles del hombre terciario o del precursor terciario del hombre.

 

Sin embargo, eso no prueba que el hombre no haya existido en el Terciario, diremos en el mioceno o plióceno. Cuando la superficie terrestre esté mejor explorada que hoy, sin duda se ha de encontrar en terrenos adecuados restos del hombre fósil terciario, Hasta hoy la ciencia solo ha “arañado” en pequeñísima escala el suelo de las regiones, donde tal vez fuera probable hallar restos del hombre antiguo o de sus progenitores.

 

Únicamente la casualidad ha permitido hasta ahora hallar restos fósiles en sitios donde se efectuaban trabajos sin ninguna conexión con excavaciones científicas y metódicas. Y de acuerdo a lo que afirmé anteriormente, quizá el noventa y nueve por ciento de antiguos restos humanos, se descompusieron en terrenos húmedos, en los que, después de dos milenios como máximo, ya no es posible hallar rastro alguno.
 


IV

Después de la anterior aclaración, que la juzgo necesaria, prosigo con el tema principal que se refiere a la antigüedad del hombre en América. Aún estamos sugestionados por las opiniones generalizadas en Eurasia, cuyos habitantes se han declarado como representantes del “Antiguo Mundo”, calificando a América, en consecuencia, como “Nuevo Mundo”. Los sabios de Europa, que por supuesto juzgan los hechos a su manera, califican nuestro continente de “Nuevo Mundo” por haber sido REDESCUBIERTO hace apenas Cuatro siglos y medio.

 

Lógicamente, según ellos piensan que este “Nuevo Mundo” no podía ser poblado sino por los habitantes del “Viejo Mundo”. De acuerdo a las opiniones de los sabios europeos, las Américas no tuvieron población además o menos veinte mil años. Afirman que la ubérrima América fue poblada recién en el Neolítico. Y aquí considero necesario aclarar ciertos conceptos sobre los que esos sabios llaman Paleolítico, Neolítico, época de piedra, época de bronce, etc., etc.

Tratándose de la misma Europa — así como también de Asia — no se puede hablar de períodos eolítico, paleolítico, ni neolítico, pues sólo esporádicamente, al excavar la superficie de la tierra, aparecen útiles, armas y herramientas aquellos tipos.

En América, tampoco hubo esos períodos. El individuo más inteligente pulía sus armas de piedra y afilaba el hueso como instrumento doméstico o de guerra. El individuo menos capacitado, de la misma época, usaba apenas piedras planas, tal como las hallaba en el suelo, limitándose a afilar los bordes por percusión.

 

Si tomáramos en cuenta esa caprichosa clasificación europea, hoy mismo muchas tribus vivirían en plena época “neolítica” y “paleolítica”, puesto que, por ejemplo, los Urus y Chipayas usan aún armas y útiles de piedras afiladas por percusión entre sí, o rústicamente pulidas para darles filo. Por lo tanto, lo único que se podría decir es que se han usado y aún se usan herramientas o útiles del “tipo neolítico” o del “tipo paleolítico”.

 

Pero, propiamente, no se puede hablar de “épocas paleolíticas” ni de “épocas neolíticas”. En las Américas, el individuo no usaba sola y simultáneamente la piedra y el hueso, sino también el cobre; mineral que hallaba en la superficie de la tierra y en forma nativa que sugería su eficaz utilización.
 


V

Desde épocas lejanas, geológicamente hablando, en las Américas existían únicamente dos razas principales, que seguro eran de diferente origen y constitución morfológica

A una de esas razas, ciertos americanistas han venido en llamarla de “Lagoa Santa”, por haberse encontrado ésta clase de tipos de cráneos en un punto del Brasil así llamado. Los mismos americanistas suponen que esa raza es de “origen melanésico”.

La otra raza, que vive principalmente en la región montañosa de los Andes, es desde el punto de vista antropológico, diametralmente opuesta a la anterior.

Esos dos tipos principales, con el correr de los milenios se han mestizado entre sí, formando nuevos tipos antropológicos, diremos sub-razas, semejantes a las que provienen del cruce entre el negro y el blanco. Para no causar la atención del público, me referiré someramente a los distintivos de cada uno de estos dos grupos principales, el primero de los cuales, o sea el que llaman el tipo “Lagoa Santa”, predomina en las Américas entre los llamados “indios”. Ese tipo constituye más del 90 por ciento de la población indígena en las tres Américas.

El otro grupo pertenece a un tipo, semejante absoluta mente en todo al que llamaríamos “tipo del Asia Anterior”

Los individuos del primer grupo son: dolicocéfalos, o sea de cabeza alargada hacia atrás; camaeprosopos, o de cara ancha; mesorrhinos, o de nariz corta y ancha; fenocigomátieos, o de cigomas sobresalientes; mesoconchos, o sea de órbita baja y por ende de “ojo mongoloide”; leptoestafilinos, o de paladar alargado y por ello prognatos.

Estos signos son tan característicos que cualquier persona, sin tener nociones de antropología puede identifica: fácilmente a los individuos de este tipo, especialmente en el Sur y Este de Perú y Bolivia.

El otro tipo, es braquicéfalo, o de cabeza aplastada hacia atrás; leptoprosopo, o de cara alargada y angosta; hipsiconcho, o de órbita alta y por ello de “ojo redondo” u “ojo europeo”; braquiestafilino, o de paladar ancho y por lo tato muy poco prognato.

Estas son las principales características de esas dos razas primigenias de América, las cuales aún subsisten tan \ras como hace miles de años en muchas partes de nuestro continente.

Los individuos de la primera de las razas nombrad son casi leptosomos o sea de cuerpo “longilíneo”, los otros son pícnicos, o sea de constitución “breve-línea”. Los primeros se hallan puros y en apreciable cantidad en la tribu de los Chipayas, que habita los desiertos de Carangas, en Bolivia. Los otros en la capital de los aún vivientes Khollas la Comunidad de Collana, situada entre los ríos de La Paz y Palca, en Bolivia.
 


VI

Pese a que el asunto no se relaciona directamente con el tema de la presente conferencia, debo explicar que los unos llamados del tipo “Lagoa Santa”, a quienes yo califico de Aruwakes, porque en su mayoría conservan aún en su idioma restos del gran tronco lingüístico Aruwak, son de carácter dócil, son soñadores, piensan en abstracto, son artistas y son excelentes músicos.

 

En cambio, el Kholla, el indio narigón es indómito, piensa y obra en concreto, es el dominador nato, es hombre de acción. De la raza Kholla salieron las castas dominadoras de Tihuanacu y los constructores de las grandes ciudades prehistóricas del Perú. Y también de los Khollas salió más tarde la casta de los Inkas o Keshuas suelen llamarles aquí en el Perú. Esta raza, recalco y subrayo raza, se extiende por toda la legión cordillerana de las tres Américas.

La otra raza, la de los Aruwakes, habita allí donde hay agua, mar, ríos, lugares bajos y mucha vegetación, donde existe abundante caza y pesca y donde la vida es fácil.

A esas dos grandes, razas principales, aunque ya mestizadas, pertenecen todas as tribus de diversos nombres y lenguaje que habita las tres Américas.

Los progenitores de Khollas y Aruwakes no han venido, no han podido venir de otra parte del mundo, ni en época cuaternaria, ni en épocas posteriores.

Las razas que en las Américas han formado un Chitzen-Itza, un Mitla, que han dejado los estupendos monumentos de México y Centro América, de Colombia, del Perú y de Bolivia, no han aportado de afuera del continente. Si así hubiera sucedido, los primeros pobladores de América, los pueblos inmigrantes habrían traído consigo, como prueba de la alta cultura que alcanzaron, sus inventos, sus herramientas, sus creencias cosmológicas.

En América es posible observar la escala evolutiva cultural desde sus más humildes peldaños y sus más remotos principios, desde que el hombre de Tarija conquistaba s1: alimento rompiendo con formidables cachiporras los cráneos de animales hoy extinguidos, domesticaba los cameloides como la Paleollama, cultivaba gramíneas gigantescas, centenares de clase de maíz. (Las tabladas de Tarija –parece que fueron uno de los centros genéticos del maíz).

 

Este hombre de América, que tuvo una ideología especial, la que pe caracteriza en infinidad de monumentos desde el grado 20 de latitud Norte hasta el grado 20 de latitud Sur, tuvo una cultura propia y en no muy lejanos tiempos la volverá a tener.

Este hombre, repito, no ha venido de afuera en grandes masas. Pudo arribar a las costas de América uno que otro grupo reducido de marinos audaces, empujados por las corrientes o por los fuertes vientos. Pudieron llegar náufragos lanzados por la braveza del mar o impulsados por la corriente de Kuroschia u otra.

 

Pero esos reducidísimos contingentes humanos, exclusivamente masculinos, pues no trajeron mujeres, procediesen de Australia, de Asia, Melanesia o Polinesia, no pudieron en modo alguno influir en la población ya existente en América. Tampoco, al referirse a esos pocos y ocasionales inmigrantes, se puede hablar de “olas de inmigración” en el continente americano que en la época de la Conquista tuvo ya, sin duda, una población de 40 millones de habitantes.

Posiblemente, el Altiplano interandino ha sido uno de los centros genéticos del hombre antes de la gran erupción. La toba volcánica proveniente de esa erupción, cubre hoy el Altiplano con una capa de 6 hasta 20 metros de espesor y esa toba, superpuesta bajo una ligera capa de cascajo, del limo y acarreo moderno, cubre todo el Altiplano en más de 90.000 kilómetros cuadrados. Como dibujada especialmente, puede observarse esa capa en un corte geológico existente en los cerros que rodean a la ciudad de La Paz.

Aquí, en la mesa, están tierras con vegetación carbonizada hallada debajo de la toba volcánica; está la toba que cubre el Altiplano y está un trozo del cerro de Oruro, con la calcareación que formó el gran lago andino que cubrió en época de Tihuanacu el Altiplano.

El sabio prudente, no puede afirmar, hasta que no se le presente pruebas fehacientes, que olas humanas de oíros continentes hayan poblado las 'ubérrimas tierras de América. Si el hombre de cultura en el Altiplano de los Andes no hubiera sido exterminado por el cataclismo volcánico que he mencionado, un puñado de aventureros con armas casi tan deficientes como las de los autóctonos, no habrían sido capaces de conquistar este continente. Si ese cataclismo no hubiera exterminado la cultura que el hombre de entonces comenzó a generar, los conquistadores habrían encontrado seguramente a su llegada una cultura muchas veces superior a la que en realidad encontraron.

 

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