Algunas teorías sobre la Atlántida


Desde la época del descubrimiento de América hasta hoy, filósofos y escritores nos han ofrecido sus teorías acerca de la Atlántida. Por ejemplo, Francis Bacon, en The New Atlantis (1626) opinaba que la Atlántida de Platón era, sencillamente, América. La trama de Shakespeare en “La Tempestad”, que tiene lugar en una isla del Atlántico, se atribuye algunas veces al renovado interés en el continente sumergido y en las islas perdidas de ese océano.

 

Más tarde, en 1665, el padre Kircher, un jesuita y estudioso de esta cuestión, opinó en favor de la teoría de que la Atlántida era una isla del Atlántico y nos leyó un famoso mapa en que la hace aparecer en su relación con Europa y América. Desde nuestro punto de vista, el mapa está al revés, ya que el Sur aparece en la parte superior.

Mapa del padre Kircher (siglo XVII), que representa la Atlántida ¿on una inscripción en la que se lee: “Lugar donde se hallaba la isla de la Atlántida, ahora sumergida en el mar, según la creencia de los egipcios y la descripción de Platón”.


El propio Voltaire entra aquí en escena, o por lo menos eso parece, ya que existe una dedicatoria al filósofo en un estudio sobre la Atlántida del astrónomo Jean Bailly, que vivió antes de la Revolución Francesa y que situaba la isla-continente en el extremo Norte, cuando el Ártico era tropical. Al parecer, Voltaire compartía la opinión de Bailly, aunque es difícil comprobarlo, debido a su falta de fe en la mayor parte de las instituciones de su época.


Es bien sabido que ciertas zonas del Ártico y el Antártico eran tropicales. En Alaska, el norte de Canadá y Groenlandia, en algunas excavaciones se han descubierto tigres de Bengala y otros animales cuyo hábitat exige un clima más cálido. Sin embargo, esta circunstancia en sí misma no está inmediatamente relacionada con el tema de la Atlántida, salvo porque constituye otro indicio de los grandes cambios climáticos ocurridos en el mundo.


En el siglo XIX aparecieron entre otras teorías más modernas, dos escuelas importantes: una se basaba en el supuesto de que el continente sumergido sería una isla atlántica, un puente entre América y Europa, y la otra presumía que había estado situada en el norte o el noroeste de África, cuando el Sahara no era todavía un desierto.


La primera teoría recibió un impulso considerable en 1882, a raíz de la publicación del libro de Ignatious Donnelly Atlantis, Myths of the Antediluvian World, del que se hicieron cincuenta ediciones y que aún se sigue publicando. La obra ha tenido tanta influencia sobre los estudios realizados en esta materia que, pese a sus frecuentes errores y entusiastas exageraciones merece ser considerada atentamente e incluso con simpatía, teniendo en cuenta la época en que fue escrita. El brío y la convicción con que está escrita no han sido igualados.


Posiblemente Donnelly se vio influido por Bory de Saint-Vincent, autor de un artículo publicado en 1803 en que indicaba que las Azores y las Canarias eran restos de la Atlántida, y de un mapa de la isla sumergida que se apoyaba en la información recibida de los autores clásicos. Es probable que también influyeran en él dos estudiosos franceses, Brasseur de Bourbourg y Le Plongeon, que vivieron en México y Guatemala, aprendieron la lengua maya y luego hicieron traducciones interpretativas y no comprobadas de partes de los documentos mayas, para demostrar que ese pueblo era descendiente de fugitivos de la Atlántida. Donnelly pudo también tener en cuenta a Hosea (1875), un estudioso norteamericano que comparó las culturas indias de América con la de Egipto.


Donnelly formuló la teoría de que la Atlántida fue la primera civilización mundial, la potencia colonizadora y civilizadora del litoral atlántico, de las costas del Mediterráneo, el Caucase, América Central y del Sur, el valle del Mississippi, el Báltico e incluso la India y partes de Asia Central. Fue también el lugar donde se inventó el alfabeto. Su catastrófico hundimiento habría sido un hecho histórico, inmortalizado en las leyendas de las inundaciones, y los mitos y leyendas de la Antigüedad constituirían simplemente una versión oscura y confusa de la verdadera historia atlántica.


También intentó una aproximación científica al tema, examinando la viabilidad de la versión de Platón y estudiando los terremotos y hundimientos con caracteres de cataclismo que registra la historia, así como el surgimiento y desaparición de islas en el mar.

Como prueba de que es posible que se produzcan desapariciones tan colosales como aquélla, examina algunos terremotos que provocaron hundimientos de tierra en el pasado, en Java, Sumatra, Sicilia y en una zona de 5000 kilómetros cuadrados en el Indico.


Sin embargo, para él, el océano Atlántico es la zona más inestable y cambiante de todas. Menciona los terremotos del siglo XVIII en Islandia y la aparición de una isla que fue reclamada por el rey de Dinamarca pero que volvió a sumergirse, Durante el siglo XIX, las islas Canarias, que “probablemente formaban parte del imperio atlántico original”, fueron sacudidas durante cinco años por terremotos.

 

Describiendo el terremoto de Lisboa, en el siglo XVIII, dice:

...En seis minutos murieron 60.000 personas. Muchas de ellas trataron de ponerse a salvo sobre un nuevo muelle construido enteramente de mármol, pero repentinamente se hundió, arrastrándoles consigo y sin que ninguno de sus cadáveres volviera a la superficie. Cerca de allí había una gran cantidad de pequeñas embarcaciones y lanchas, llenas de gente. De pronto, desaparecieron como tragadas por un remolino.

Jamás se encontraron fragmentos de estos naufragios. En el punto donde se hundió el muelle el agua tiene ahora doscientos metros de profundidad. La zona afectada por el terremoto era muy grande. Humboldt dice que una parte de la superficie de la Tierra, cuatro veces mayor que Europa, fue sacudida al mismo tiempo. Esta zona se extendía desde el Báltico hasta las Indias Occidentales y desde Canadá hasta Argelia. La tierra se abrió a ocho leguas de Marruecos, se tragó una ciudad de diez mil habitantes y luego volvió a cerrarse sobre ella.


Es muy posible que el centro de la convulsión estuviese en el fondo del Atlántico y que se tratara de la continuación de la gran agonía terrestre que, miles de años antes, acarreó gran destrucción sobre aquella tierra.


La descripción que Donnelly hace del cinturón sísmico del Atlántico prosigue así:

Mientras Lisboa e Irlanda, situadas al este del Atlántico, están sometidas a estas grandes sacudidas sísmicas, las islas de las Indias Occidentales, que se encuentran al oeste del mismo centro, han experimentado repetidamente fenómenos similares. En 1692, Jamaica sufrió un violento temblor... Una franja de tierra próxima a la ciudad de Port-Royal, de una extensión aproximada de 400 hectáreas, se hundió en menos de un minuto y el mar lo cubrió todo, inmediatamente.

Aunque Donnelly, que escribía en 1882, no podía prever la destrucción de la Martinica ocasionada por el monte Pelee en 1901, cabe presumir que su tristeza por las muertes se habría visto mitigada por el refrendo que la catástrofe prestaba a sus teorías. Cuando se refiere a las Azores, “indudablemente las cumbres de las montañas de la Atlántida”, considera que los volcanes que hundieron la isla-continente podrían reservarnos una sorpresa en el futuro:

...En 1808 surgió repentinamente un volcán en San Jorge, alcanzando la altura de 1.100 metros. Estuvo en erupción durante seis días, causando la desolación de toda la isla. En 1811 apareció otro desde el mar, cerca de San Miguel, dando lugar a una isla de cien metros de altura que recibió el nombre de Sambrina pero que rápidamente se hundió en el océano. Erupciones similares habían ocurrido en las Azores entre 1691 y 1720.

 

Hay una gran línea, una vasta fractura en la superficie del globo, que se extiende de Norte a Sur por el Atlántico y en la que hallamos una serie ininterrumpida de volcanes activos o extinguidos. En Islandia se halla el Oerafa, el Hecla y el Rauda Kamba, hay otro en Pico, en las Azores, luego está la cumbre de Tenerife y Fuego, en una de las islas de Cabo Verde. En cuanto a volcanes extinguidos, hallamos varios en Islandia y dos en Madeira. Por otra parte, Fernando de Noronha, la isla de Ascensión, Santa Helena y Tristán de Acunha son todas de origen volcánico...


Estos hechos parecen demostrar que los grandes fuegos que destruyeron la Atlántida están todavía latentes en las profundidades del océano; que las intensas oscilaciones que provocaron el hundimiento en el mar del continente de Platón, podrían provocar de nuevo su inmersión con todos sus tesoros escondidos...

Además de dar a entender que la difusión de ciertos animales es una prueba de la existencia de los “puentes terrestres” a través del Atlántico, Donnelly sugiere que el plátano y otras plantas sin semilla fueron llevadas a América por el hombre civilizado, y cita al profesor Kuntze:

Una planta que no posee semillas debe haber sido cultivada durante un período muy largo. No tenemos en Europa una sola planta cultivada que carezca de semillas, y por lo tanto es quizás acertado suponer que dichas plantas fueron cultivadas ya en los comienzos de la segunda parte del período diluvial.

Donnelly agrega, de manera categórica:

...Encontramos esa civilización, tal como lo indica Platón, y precisamente en un clima como ése, en la Atlántida y en ningún otro sitio. Se extendía, a través de las islas contiguas, hasta una distancia de 390 kilómetros de la costa de Europa por un lado y por el otro casi tocaba las islas de las Indias Occidentales, mientras que por intermedio de sus cadenas montañosas realizaba la unión de Brasil y África.

Donnelly examinó detalladamente las leyendas sobre inundaciones existentes en el mundo y su similitud, que para él es una prueba más del hundimiento de la Atlántida, y señaló un detalle: la formación de lodo que siguió a la inundación y que según Platón (y los fenicios) imposibilitó la navegación por el Atlántico, después de la desaparición de la isla.


Este es uno de los puntos de la narración de Platón que provocó la incredulidad y la burla de los antiguos e incluso de la época moderna. En la leyenda caldea encontramos algo semejante: Kasiastra dice:

“Miré atentamente hacia el mar, y la Humanidad entera había retornado al barro”.

En las leyendas del Popol Vuh se nos dice que “desde el cielo se precipitó una sustancia espesa como resina”.


Las exploraciones del barco Challenger muestran que la totalidad de la cordillera sumergida de la que forma parte la Atlántida sigue hasta hoy cubierta de restos volcánicos. Basta con recordar las ciudades de Pompeya y Herculano, que estaban cubiertas con tal masa de cenizas volcánicas, debidas de las erupciones del año 79 a.C., que permanecieron durante diecisiete siglos enterradas a una profundidad de entre cinco y diez metros...

...En 1783 la erupción volcánica de Islandia cubrió el mar de piedra pómez, en un diámetro de 240 kilómetros y los barcos tenían grandes dificultades para navegar.


...La erupción de la isla de Sumbawa, en abril de 1815, arrojó ...una masa de setenta centímetros de altura y varios kilómetros de extensión, por la cual los barcos tenían gran dificultad para avanzar.

Hay que pensar, entonces, que la afirmación de Platón, que ha sido ridiculizada por los estudiosos, es uno de los elementos que corroboran su versión. Es probable que los barcos de los atlantes, en su regreso después de la tempestad, hallaran el océano infranqueable, debido a las masas de cenizas volcánicas y piedra pómez, y retornaran horrorizados a las costas de Europa. La conmoción que experimentó la civilización se tradujo probablemente en uno de esos periodos de retroceso en la historia de la Humanidad en que se perdió todo contacto con el hemisferio occidental.


Llevado de su entusiasmo por esta teoría atlántica como interpretación de la historia, Donnelly sostuvo que hasta una época muy reciente,

...casi todas las artes esenciales de nuestra civilización proceden de los tiempos de la Atlántida, sin duda de aquella antigua cultura egipcia que coincidió con la atlántica y fue resultado de ella. Durante seis mil años, el mundo no hizo ningún progreso respecto de la civilización que habían legado los Atlantes.

Al subrayar la antigüedad de los importantes adelantos que consiguió la primitiva civilización, sugiere que todos provienen de un punto central y afirma:

...No puedo creer que los grandes inventos se realizaron en varios lugares, a la vez de forma espontánea, como algunos quisieron hacernos creer. No hay verdad alguna en la teoría de que los hombres, urgidos por la necesidad, siempre han de inventar las mismas cosas para satisfacer sus necesidades. Si así fuese, todos los salvajes habrían inventado el boomerang, todos poseerían objetos de cerámica, arcos y flechas, hondas, tiendas y canoas. En una palabra, todas las razas habrían alcanzado la civilización, porque sin duda las comodidades de la vida resultan igualmente agradables para todos los pueblos.


...Cada una de las razas civilizadas del mundo ha tenido algún tipo de civilización, incluso en su época más primitiva, y de la misma forma que todos los caminos llevan a Roma, todas las líneas convergentes de la civilización conducen a la Atlántida...

Como prueba de la expansión de la cultura atlántica hacia ambas orillas del Atlántico, argumenta:

...Si en ambas orillas del Atlántico encontramos precisamente las mismas artes, ciencias, creencias religiosas, hábitos, costumbres y tradiciones, resulta absurdo decir que los pueblos de los dos continentes alcanzaron en forma separada y siguiendo exactamente los mismos pasos, justamente los mismos fines...

Luego prosigue indicando numerosos paralelismos muy convincentes entre la América India y el Viejo Mundo en materia de leyendas, religión (especialmente la adoración del Sol), magia, creencia en espíritus y demonios, la tradición del Jardín del Edén, la reiterada presencia de ciertos símbolos, como la cruz y la svástica, ritos fúnebres y momificación, e incluso tradiciones seudomédicas, como la circuncisión, el parto simulado del padre — coincidiendo con el parto real de la madre—, y el fajado de las cabezas de los niños para producir cráneos alargados. Todo ello era común a pueblos tan distantes como los mayas, los incas, los antiguos celtas y los egipcios.

 

En esto puede haberse visto directamente inspirado por Platón. Al discutir la leyenda de Faetón, que condujo el carro solar de su padre a través de los cielos y que, al no poder controlar los caballos fue destruido, dice el filósofo:

“Aunque en forma de mito, estaba realmente relacionado con las acciones de los cuerpos celestes y los reiterados desastres de las conflagraciones”.

Para Donnelly, todos los mitos griegos son parte de la historia. Sostiene que la Atlántida es la clave de la mitología griega, y que los dioses y diosas griegos, “que nacen, comen y beben, hacen el amor, fascinan, roban y mueren”, eran un confuso recuerdo de las hazañas de los gobernantes atlánticos.

“La mitología griega es una historia de reyes, reinas y princesas, de amores, adulterios, rebeliones, guerras, asesinatos, viajes por mar y colonizaciones de palacios, templos, talleres y herrerías; de fabricación de espadas, de grabado y metalurgia; de vino, cebada, trigo, vacunos, ovejas, caballos y agricultura en general. ¿Quién puede dudar de que la mitología griega en su conjunto es el recuerdo que una raza degenerada conservó de un imperio vasto, poderoso, y muy civilizado, que en un pasado remoto cubrió grandes extensiones de Europa, Asia, África y América?...”

Propone una atractiva explicación de la forma en que las figuras históricas atlánticas se convirtieron en dioses de otras naciones y sugiere este ejemplo (recordemos que escribía en una época en que el Imperio Británico estaba en el apogeo de su poderío):

“... Supongamos que Gran Bretaña sufre mañana un destino semejante. ¡En qué terrible consternación se verían sumidas las colonias y la familia humana toda!... Guillermo el Conquistador, Ricardo Corazón de León, Alfredo el Grande, Cromwell y la reina Victoria podrían sobrevivir solamente como los dioses o demonios de las razas posteriores, pero la memoria del cataclismo en que pereció instantáneamente el centro de un imperio universal jamás se borraría; sobreviviría en fragmentos, más o menos completos, en cada región de la Tierra...”

Cincuenta años más tarde, el escritor francés Edgar Daqué se hizo eco de la teoría de Donnelly en el sentido de que los relatos sobre los dioses griegos eran verdadera historia. Daqué estudió, entre otras teorías geográficas, la leyenda de las Pléyades, las hijas de Atlas que se convierten en estrellas. Para él se trataba de una alegoría para explicar la desaparición de algunos fragmentos de la cadena montañosa del Atlas bajo el mar. En otras palabras, ciertas partes del cuerpo de Atlas, sus hijas, desaparecieron y se convirtieron en estrellas —las Pléyades— mientras sus formas anteriores, de la época en que eran montañas, yacen todavía sumergidas en el Atlántico.

 

Explica también la petición de oro que hizo Hércules a las Hespérides, como una alegoría del comercio griego con una cultura más avanzada del Atlántico. En su opinión, las manzanas de oro eran naranjas o limones, y la cultura occidental (la Atlántida) tenía probablemente grados distintos y “variedades mejor desarrolladas de frutas y productos que habrían provocado la envidia de las razas mediterráneas más pobres...”.

 

Viene a la memoria la teoría del supuesto cultivo del plátano y la piña en la Atlántida, y es de notar que en italiano el tomate — desconocido en Europa antes del descubrimiento de América— se llama pomodoro, “manzana de oro”.


Donnelly afirmó también que los dioses fenicios eran recuerdos de los gobernantes de la Atlántida y que los fenicios estaban más cerca de los atlantes que los griegos y, de hecho, sirvieron de vehículo para la transmisión de los elementos de la cultura más antigua a griegos, egipcios, hebreos y otros.

“... El territorio que cubría el comercio de los fenicios representa, hasta cierto punto, el área del viejo imperio atlántico. Sus colonias y centros comerciales se extendían hacia Oriente y Occidente, desde las costas del Mar Negro, a través del Mediterráneo, hacia la costa occidental de África y España y alrededor de Irlanda e Inglaterra. Por el Norte y el Sur llegaban desde el Báltico hasta el Golfo Pérsico... Estrabón calculaba que contaban con trescientas ciudades a lo largo de la costa occidental de África...”

Relaciona claramente a Colón —que, según cierta teoría que circula en el mundo de habla española era de origen judío— con los semitas fenicios y dice:

“...Cuando Colón se hizo a la mar para descubrir el Nuevo Mundo, o redescubrir uno viejo, partió de un puerto fenicio fundado por aquella gran raza, dos mil quinientos años antes. Este marino atlántico, de rasgos fenicios y que navegaba desde un puerto atlántico, simplemente volvió a cubrir la ruta del comercio y la colonización que había” quedado cerrada cuando la isla de Platón se hundió en el mar...”.

Donnelly considera el imperio atlántico como un mundo prehistórico que se extendía por la mayor parte de la tierra. Casi toda su obra está dedicada a rastrear leyendas, influencias e incluso reliquias de los atlantes, especialmente en Perú, Colombia, Bolivia, América Central, México y el Valle del Mississippi, en que relacionó la cultura de los constructores de promontorios con la isla-continente. Las buscó en Irlanda, España, África del Norte, Egipto y especialmente en la Italia pre-romana, Gran Bretaña, las regiones del Báltico, Arabia, Mesopotamia, e incluso la India.


Con gran elocuencia, escribió:

“... Un imperio que llegaba desde los Andes hasta Indostán...; en su mercado se encontraba maíz del valle del Mississippi, cobre del lago Superior, oro y plata de Perú y México, especies de la India, estaño de Gales y Cornualles, bronce de Iberia, ámbar del Báltico, trigo y cebada de Grecia, Italia y Suiza...”

Sus entusiastas opiniones son casi contagiosas, cuando habla de los atlantes como,

“...los fundadores de casi todas nuestras artes y ciencias; eran los padres de nuestras creencias fundamentales; los primeros civilizadores, navegantes, mercaderes y colonizadores de la Tierra; su civilización tenía ya gran antigüedad en los primeros tiempos de la civilización egipcia, y habrían de pasar miles de años antes de que nadie soñara con Babilonia, Roma o Londres. Este pueblo perdido era nuestro antepasado; su sangre corre por nuestras venas, las palabras que usamos a diario fueron escuchadas en su forma primitiva en sus ciudades, cortes y templos. Cada rasgo de raza, y pensamiento, de sangre y creencia, nos hace retornar a ellos...”.

Llevado por su afán de demostrar la teoría que con tanto entusiasmo creía Donnelly — y muchos otros que la comparten— imaginó a menudo similitudes culturales y raciales que posteriormente han sido desmentidas. En especial, las relaciones lingüísticas, que frecuentemente han resultado erróneas. La traducción del código troano maya, es un buen ejemplo de los extremos en que pueden desembocar los investigadores llevados de una idea preconcebida. El código es la primera parte de los únicos tres documentos mayas escritos que escaparon a la conflagración general iniciada por el obispo Landa, que ocupaba la diócesis de Yucatán en el siglo XVI.

 

La traducción fue intentada por Brasseur de Bourbourg y luego por Le Plongeon, ambos en el siglo XIX, durante su investigación sobre el tema de la Atlántida y en su intento de relacionar la civilización maya del Yucatán con la de los atlantes. Brasseur de Bourbourg descubrió en los archivos de Madrid, en 1864, un alfabeto maya recopilado por el obispo Landa, quien paradójicamente fue el que más hizo por destruir toda la literatura maya.

 

Este alfabeto estaba basado en un concepto totalmente erróneo, debido a que Landa, cuando intentó descifrarlo, no advirtió que los mayas probablemente carecían de abecedario y tal vez utilizaban una mezcla de jeroglíficos y símbolos fonéticos. De ahí que, al preguntar por el equivalente de las letras a, b, c, etc., Landa sólo obtuvo que los indios le dijeran la palabra maya que más se acercara al sonido de la palabra española equivalente a a, b, c, etc., y le entregaran simplemente una colección de sonidos breves que no tenían relación alguna con un alfabeto ni con un sistema fonético. Esto ilustra sobre el peligro de trabajar con “informadores nativos” que no entienden el propósito de las preguntas que se les hacen.

 

Brasseur de Bourbourg aplicó este alfabeto erróneo al idioma maya, que él hablaba, e hizo una traducción del código troano, que posteriormente influyó de manera notable en Donnelly y otros. Esta es su versión:

En el sexto año de Can, en el undécimo Muluc del mes de Zac, hubo pavorosos terremotos que continuaron hasta el decimotercero Chuen. La tierra de las colinas de arcilla, Mu, y la tierra de Moud sufrieron el seísmo. Se vieron sacudidas dos veces y por la noche desaparecieron repentinamente. La corteza de la Tierra fue repetidamente levantada y hundida en varios puntos por las fuerzas subterráneas, hasta que no pudo resistir las tensiones y muchos países quedaron separados por profundas grietas. Finalmente, ninguna de las dos provincias pudo resistir y ambas se hundieron en el océano, arrastrando a 64 millones de habitantes. Ocurrió hace 8060 años.

Augustus Le Plongeon, otro arqueólogo francés que conocía la lengua maya y que se dedicó a la exploración y excavación de ciudades de aquella civilización, también inventó una traducción del mismo material; su versión es la siguiente:

“En el año 6 Kan, en el undécimo Muluc, en el mes Zac, hubo terribles terremotos, que continuaron sin interrupción hasta el decimotercero Chuen. El país de las colinas de barro, la tierra de Mud, fue sacrificado: luego de ser levantado en dos ocasiones, desapareció durante la noche y el valle se vio continuamente sacudido por fuerzas volcánicas. Como era un lugar muy estrecho, la tierra se levantó y hundió varias veces en distintos sitios. Por último, la superficie cedió y diez países resultaron partidos y separados. Incapaces de soportar la fuerza de la convulsión se hundieron con sus 64 millones de habitantes, 8060 años antes de que este libro fuera escrito”.

Además, Le Plongeon intentó una traducción interpretativa, basada en el antiguo sistema egipcio de jeroglíficos de la pirámide Xochicalco, cercana a Ciudad de México. Así decía la traducción:

“Una tierra del océano es destruida y sus habitantes son asesinados para convertirlos en polvo...”

Estas “traducciones” de Brasseur y Le Plongeon se citaban muy frecuentemente y, sin duda, eran conocidas por Donnelly.
No se puede menos que preguntar cómo es posible que unos especialistas tan serios, que se tomaron el trabajo de aprender lenguas indígenas americanas y exploraron activamente las ruinas selváticas del imperio maya, pudieron traducir en forma deliberadamente errónea ciertas inscripciones para obtener fama o ventajas personales. Tal vez no las tradujeron mal a conciencia, y únicamente las interpretaron de acuerdo con la tesis que estaban tratando de demostrar. En otras palabras, vieron en las inscripciones lo que querían ver, cosa que no les ocurre solamente a los atlantólogos.


Hasta hoy, ninguno de los manuscritos o inscripciones mayas han podido ser descifrados, aunque parece que los arqueólogos rusos están tratando de hacerlo por medio de computadoras.


Lewis Spence, un estudiante escocés de mitología que escribió cinco libros sobre la Atlántida, entre 1924 y 1942, cree que no existió una isla-continente, sino dos: una en el lugar señalado por Platón y otra cerca de las Antillas (llamada Antillia), en los alrededores del actual Mar de los Sargazos. Esta tesis que sostiene la existencia de varias masas terrestres atlánticas es compartida por otros teóricos, que suponen que la isla no se hundió toda de una vez, sino tras una serie de cataclismos espaciados en el tiempo que produjeron una remodelación de la superficie de la Tierra que todavía está en curso.


Spence dedicó gran parte de su investigación a la mitología comparativa, especialmente con el fin de relacionar las leyendas precolombinas de las tribus y naciones americanas con leyendas del Viejo Mundo, no sólo las de las culturas mediterráneas, sino también las del Norte celta, que él, como mitólogo escocés, estaba perfectamente capacitado para representar.


Desde su privilegiada posición, Spence destacó tantos puntos coincidentes entre estas leyendas, que uno no puede por menos que llegar a la convicción de que, o existió una intensa comunicación entre el Viejo y el Nuevo Mundo antes del descubrimiento de Colón, o cada Hemisferio desarrolló sus leyendas a partir de un punto central, que luego desapareció.

 

Por ejemplo, véanse las similitudes que se señalan entre Quetzalcóatl, el dios tolteca que llevó la civilización a México y que regresó a Tlapallan, su lugar de origen en el mar oriental, y Atlas, tan importante en las leyendas que se refieren a la Atlántida. El padre de Atlas era Poseidón, dios del mar, en tanto que el padre de Quetzalcóatl era Gucumatz, una deidad del océano y del terremoto, “la serpiente antigua... que vive en la profundidad del océano”.

 

Quetzalcóatl y Atlas eran mellizos, ambos se representaban con barba y cada uno de ellos sostenía el cielo.


Un aspecto particularmente interesante de las teorías de Spence acerca de la Atlántida se refiere a las oleadas de inmigración cultural que aparentemente llegaron a Europa desde Occidente en ciertos períodos y especialmente alrededor de los años 25.000, 14.000 y 10.000 a.C. Esta última fecha coincide con la del supuesto hundimiento de la Atlántida.


Estos tipos de culturas prehistóricas europeas han recibido los nombres de las localidades en que fueron originalmente descubiertas, como Cro-Magnon o Aurignac, la más antigua, que fue llamada así porque apareció en Cro-Magnon y en una gruta de Aurignac, en el sudoeste de Francia. Esta civilización sorprendentemente avanzada data de hace más de 25.000 años y se difundió a través de ciertos sectores de la Europa sudoccidental, el norte de África y el Mediterráneo oriental.

 

Las pinturas y grabados que aparecen en las paredes de las cavernas sugieren una cultura muy desarrollada que poseía un profundo conocimiento de anatomía. Estas pinturas o bajorrelieves de las cavernas muestran gran preocupación por el toro, que ocupaba un lugar importante en el relato de Platón acerca de la religión atlántica y en las civilizaciones de Creta y de Egipto, donde existía el buey sagrado, Apis. Incluso hoy, 25.000 años después, pese a que ya no es un símbolo religioso, el toro es todavía un elemento importante de la cultura española.


Los cráneos de Cro-Magnon indican que el tipo humano al que pertenecían poseía una capacidad cerebral mucho mayor que la de los habitantes de Europa de la época, casi como si se tratase de una raza de superhombres.


Spence interpreta la cultura magdaleniense de hace alrededor de 16.000 años como una segunda oleada de la inmigración atlántica e indicios de una organización tribal y religiosa bastante desarrollada. Esta oleada también llegó a Europa procedente del Oeste y el Sudoeste.


La tercera oleada, llamada aziliense-tardenoi-siense (por los descubrimientos realizados en Le Mas d’Azil y Tardenois, Francia), data de hace unos 11.500 años; según Spence, eran los antecesores de los iberos que se difundieron por España y otras partes del Mediterráneo, como las montañas Atlas. Los azilienses enterraban a sus muertos mirando hacia Occidente, que era aparentemente el punto desde el cual habían llegado.


En tiempos de los romanos, los habitantes de Italia llamaban “atlantes” a los antiguos iberos. Spence cita a Bodichon, quien observó:

“Los atlantes eran, entre los pueblos antiguos, los hijos favoritos de Neptuno (Poseidón). Dieron a conocer (su) culto a otras naciones, como los egipcios, por ejemplo. En otras palabras, los atlantes fueron los primeros navegantes conocidos...”.

Las culturas aziliense, magdaleniense y de Cro-magnon son hechos, no teorías. Spence hizo una interesante contribución al estudio de la Atlántida al relacionar las fechas aproximadas que se atribuían a la aparición de esas culturas con la salida de emigrantes de la isla-continente, a raíz de las inmersiones periódicas ocasionadas por la actividad volcánica, inundaciones provocadas por el derretimiento de capas de hielo del período glacial, o por una combinación de ambos fenómenos.


Dado que dichas culturas aparecieron repentinamente en Europa sudoccidental, en distintas épocas, sin duda debían proceder de algún otro lugar, y su expansión hacia Oriente desde la región pirenaica vizcaína indica que su lugar de origen era el Oeste, y más concretamente, una tierra en medio del océano.


La última cultura, la aziliense, parece haber poseído, aparte de una insólita forma de arte “geométrico”, una especie de escritura o símbolos trazados en piedras, guijarros y huesos. En el siglo XIV fue descubierto en las islas Canarias lo que pudo ser tal vez una reliquia viva de esas culturas. Los guanches eran blancos, se parecían en estatura a los hombres de Cro-Magnon, adoraban al Sol, tenían una cultura muy desarrollada y correspondiente a la Edad de Piedra y un sistema de escritura, y conservaban una leyenda acerca de una catástrofe universal, de la que eran únicos sobrevivientes.


Desgraciadamente para ellos, su descubrimiento por los europeos constituyó una catástrofe definitiva, de la que no podrían sobrevivir mucho tiempo. Al escribir acerca de la coincidencia en el tiempo entre la supuesta desaparición de la Atlántida y la última aparición de una cultura prehistórica en Europa, Spence dice:

“... El hecho de que la fecha del advenimiento de los azilienses-tardenoisienses, según la han calculado las más fiables autoridades en la materia, coincida en general con la que Platón da para la destrucción de la Atlántida puede ser una simple coincidencia”.

Sin embargo, sigue diciendo que “algunas coincidencias son más extraordinarias que los hechos comprobados”.


En general, Spence difundió las teorías de Donnelly pero “rebajando” en cierta forma la Atlántida a una civilización “de la Edad de Piedra”, un tanto similar a la del antiguo México y a la de Perú, pero responsable del “complejo cultural” atlántico, algunos de cuyos restos son todavía evidentes en la zona atlántica.


En sus últimos años Spence llegó a obsesionarse con la tradición que se repite en tantas leyendas y en la Biblia y que se refiere al mundo anterior a la inundación, sosteniendo que los atlantes habían sido destruidos por la ira divina provocada por su maldad. En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, publicó su último libro sobre el tema, con un título que resultaba muy apropiado, dadas las circunstancias: Wül Europe Follow Atlantis? (“¿Seguirá Europa a la Atlántida?”).


También sugirió que una de las razones que explican la supervivencia de la teoría atlántica es que el “recuerdo de raza” relativo a la isla sumergida fue tal vez heredado, al igual que el que se atribuye a las bandadas de pájaros que todavía parecen buscar el continente perdido como escala en su vuelo migratorio anual a través del océano.


Otras teorías sostienen que cada una de las culturas antiguas cuya existencia se conoce con certeza, como la de la costa occidental de España, la del norte de África, la de África occidental, o la de algunas islas mediterráneas (Creta y recientemente Tera) fueron, según quien fuera el investigador, la verdadera Atlántida y la razón por la que existía la tradición atlántica.


Algunas de estas teorías no niegan la de la isla-continente, ya que la misma existencia de estos antiquísimos y desconocidos centros culturales podría explicarse considerándolos originalmente como colonias atlánticas o lugares de refugio.


Tartessos es uno de los principales “sustitutos” del continente perdido. Se piensa que estaba localizada en la costa atlántica de España, en la desembocadura del río Guadalquivir o en sus alrededores, o en el lugar por donde discurrió el curso del río anteriormente. Era el centro de una próspera y muy desarrollada cultura, especialmente rica en minerales. Tartessos fue capturada por los cartagineses en el año 533 a.C. y posteriormente quedó aislada del resto del mundo.


Los arqueólogos alemanes, especialmente los profesores Schultan, Jessen, Hermán y Henning, iniciaron su investigación sobre Tartessos en 1905. Con un verdadero sentido germánico del orden, Jessen dispuso en un cuadro las “pruebas” de que la “Venecia de Occidente” era el modelo de la Atlántida platónica.

 

Elabora una lista de once puntos para demostrar su tesis, comparando lo que dijo el filósofo con lo que Schulten, él mismo y otros descubrieron o concluyeron acerca de Tartessos. Resumidos, sus principales puntos son los siguientes:

Lo que dijo Platón Hechos (y supuestos) sobre Tartessos

1.La Atlántida estaba frente a las Columnas de Hércules.

2.Era mayor que el conjunto de Libia y Asia Menor.

3.Era un puente hacia otras islas y hacia el continente que se extendía al otro lado del gran océano.

4.Su imperio se extendía desde África hasta Egipto y Etruria (en Italia).

5.Desapareció en un solo día, sumergiéndose en el océano.

6.El mar que se extiende sobre ella es inaccesible y no puede ser explorado.
7.Un barro muy sólido impide la navegación.

8.La tierra tenía ricos depósitos minerales.

9.En la Atlántida existió una extensa red de canales, como nunca había sido vista en Europa.

10.El rey atlántico era el más viejo de su pueblo.

11.Había muchas antiguas leyes escritas en la Atlántida, que según se dice fueron promulgadas hace ocho mil años.

1.Tartessos era una isla en la desembocadura del Guadalquivir (más allá de las Columnas de Hércules-Gibraltar).

2.No era una isla sino un enorme monopolio comercial.

3.Quienes participaban en el comercio del estaño con Gran  Bretaña y otras islas concibieron la idea de que Tartessos era un continente.

4.Tartessos abastecía de metales a todo el Mediterráneo.

5.Desapareció al ser conquistada y no dejó rastros que los  marinos griegos pudieran advertir.

6.Es inaccesible, debido a razones políticas.

7.Propaganda cartaginesa.

8.Sierra Morena era uno de los depósitos minerales más ricos de la Antigüedad.

9.Desde el Guadalquivir irradiaba una notable red de canales, como nunca había sido vista en Europa.

10.Argantonio, el último rey de Tartessos, gobernó durante ochenta años.

11. Estrabón* dice que los turdetanos (Tartessos) “son los más civilizados de los iberos. Conocen la escritura y tienen libros antiguos y también poemas y leyes en verso cuya antigüedad se estima en siete mil años”.

Henning, Schulten, y otros especialistas alemanes pensaban que Tartessos no era una colonia atlántica, sino germana, y basaban su creencia en parte en el ámbar del Báltico hallado en los alrededores de Tartessos y en parte en las teorías de otro estudioso alemán que tenía el insólito nombre de Redslob y postulaba que las tribus germánicas de la prehistoria habían navegado frecuentemente por el océano.


La propia Tartessos no ha sido definitivamente localizada, aunque se han encontrado grandes bloques de construcciones en terrenos de sedimentación que estaban demasiado cerca del nivel del agua como para realizar excavaciones prácticas. (¿No nos parece oír un eco del relato platónico acerca del lodo que impedía la navegación?) Los restos de Tartessos pueden hallarse bajo el mar o cubiertos de sedimentación, bajo la tierra misma.


La señora E. M. Wishaw, directora de la escuela Anglo-Hispano-Americana de Arqueología y autora de Athlantis in Andalusia (La Atlántida en Andalucía) estudió la zona durante veinticinco años. El descubrimiento de un “templo del Sol” a nueve metros de profundidad en las calles de Sevilla le hizo pensar que Tartessos podría estar enterrada bajo la actual ciudad. De hecho, gran parte de la antigua Roma está enterrada bajo la Roma moderna, Tenochtitlán yace bajo la parte vieja de Ciudad de México, y Herculano se halla debajo de Resina, para mencionar sólo algunos casos en que los arqueólogos desearían destruir el presente para alcanzar el pasado.


En las minas de cobre de Río Tinto, cuya antigüedad se calcula en ocho o diez mil años, pueden observarse otros restos relacionados con la cultura de Tartessos. Algo parecido ocurre con las obras de ingeniería hidráulica próximas a Ronda y con un puerto interior en Niebla, que nos hace pensar en la descripción de Platón de las obras hidráulicas de la Atlántida.

Lejos de coincidir con los investigadores alemanes, que sostenían que la propia Tartessos fue el centro de la leyenda atlántica, la señora Wishaw creía que Tartessos era simplemente una colonia de la verdadera Atlántida:

Para expresarla concisamente —escribió— mi teoría es que el relato de Platón ha sido corroborado en todas sus partes, por lo que hemos encontrado aquí, incluso el nombre atlántico de su hijo Gadir, que heredó aquella parte del reino de Poseidón que se encuentra más allá de las Columnas de Hércules y que gobernó en Gades (Cádiz)...

Y luego:

...Aquel pueblo prehistórico maravillosamente culto, cuya civilización he documentado, resultó de la fusión de los libios de la Antigüedad, que en una etapa anterior a la historia de la Humanidad vinieron a Andalucía desde la Atlánti-da para comprar el oro, la plata y el cobre extraído por los mineros neolíticos de Río Tinto, y en el curso de las generaciones... fundieron las culturas ibérica y africana hasta tal punto, que África y Tartessos resultaron en una raza común, la libio-tartessa.

Se estima que la civilización tartessa contaba con documentos escritos de hasta 6.000 años de antigüedad, y en una aldea de pescadores española cercana a Tartessos, Schulten encontró un anillo con una inscripción que se ha considerado una excelente prueba de la existencia de la escritura.

“Letras” aún no descifradas, encontradas en un anillo cerca del lugar donde estuvo emplazada Tartessos.

 

La señora Wishaw ha reunido otras inscripciones ibéricas prerromanas (que nadie ha podido todavía traducir) y afirma que alrededor de 150 de estos Signos alfabéticos pueden verse también en las paredes de las cuevas excavadas en roca, en Libia.


Puede que esto no constituya una prueba de la existencia de la Atlántida, pero en cambio sí parece demostrarla existencia de una civilización mediterránea occidental muy antigua y muy poco conocida. Esta cultura presenta muchos aspectos similares a la de la antigua Creta, con la cual tuvo posiblemente algunos contactos. Uno de los hallazgos más notables de la cultura ibérica es el busto llamado “La Dama de Elche”, que fue descubierto en el Sur de España, cerca de la ciudad de ese nombre. Algunos piensan que es un retrato de una sacerdotisa de la Atlántida, y constituye por sí sola una prueba del alto grado de civilización alcanzado por los antiguos habitantes de España.


Se ha sugerido con frecuencia que Esqueria, la tierra de los feacios situada “en el fin del mundo” y que Hornero menciona en La Odisea, sirvió a Platón de modelo para su relato de la Atlántida. Muchos aspectos de Esqueria recuerdan la narración platónica: el maravilloso y resplandeciente palacio de Alcino, “hecho de metal”; “las gigantescas y sorprendentes murallas”; el poder marítimo de los feacios, la ciudad construida en una llanura flanqueada por grandes montañas en el Norte e incluso la mención de dos manantiales en el jardín del palacio real.


Subsisten las dudas acerca del emplazamiento de Esqueria. Hornero, al describir la tierra o isla visitada por Ulises en su viaje de regreso después de la guerra de Troya, en el que hizo muchas escalas, estaba repitiendo quizá los relatos que había escuchado en alguno de los diversos lugares que habían conservado una antigua y muy desarrollada civilización. Por ejemplo, Creta, Corfú, Tartessos, Cades, o la propia Atlántida, como sugiere Donnelly.


Sin embargo, y dado que el nombre de Esquena sólo aparece en La Odisea, la respuesta podría estar en el significado del nombre.


En fenicio esquera significa “intercambio” o “comercio”, de manera que la palabra pudo ser utilizada simplemente como una expresión general para describir cualquier centro comercial poco conocido en la época, y tal vez se utilizó para designar lejanos centros occidentales, como Tartessos o Cades, o alguna isla o isla-continente del océano Atlántico.

Pinturas africanas que muestran una forma de arte sorprendentemente elaborada y realizada por algún pueblo hace miles de años, en plena Prehistoria. Resulta especialmente interesante observar que el artista, dotado de un sentido de la línea y la perspectiva muy desarrollado, representó a los animales como un estudio decorativo, pastando pacíficamente, mientras la tosca figura del cazador, que aquí aparece sólo en parte, fue agregada miles de años después.

 

Hay otras teorías muy misteriosas según las cuales la Atlántida nunca se hundió, que está todavía en tierra firme y que bastaría con llevar a cabo una excavación para encontrarla. Una de las más importantes de estas versiones de “tierra firme” se basa en los cambios climáticos ocurridos en el norte de África. En las montañas Tassili, de Argelia, y en la vecina cadena Acasus, en Libia, hay cavernas con pinturas que datan de hace diez mil años y en las que se reproduce una tierra placentera, muy poblada, llena de ríos y bosques y en la que abundan toda clase de animales africanos, como los que ahora han desaparecido, pero que alguna vez existieron en una región que en la actualidad es tan árida como la superficie de la Luna.

 

Además de los indicios de un completo cambio climático como lo sugieren las pinturas de las cavernas, en su ejecución vemos ciertas similitudes respecto a las de la Europa prehistórica que constatan la existencia de una cultura evolucionada y un largo período preparatorio de desarrollo artístico, que se advierte en el uso de la perspectiva y en la libertad formal. La presencia de una otra gran población coincide con la teoría generalmente aceptada de que, en el actual emplazamiento del desierto existieron alguna vez grandes ríos, bosques e incluso mares interiores. Los restos de estos cursos de agua todavía fluyen bajo las arenas del desierto y las tribus de la región aún conservan el recuerdo de tierras más fértiles.

 

La progresiva aridez del actual norte de África y la supervivencia de gran parte de la costa son las bases de otras teorías francesas que sostienen que tanto Túnez como Argelia poseían un mar interior, abierto al Mediterráneo e incluso conectado con el del Sahara. Otro de estos mares, el de Túnez, tiene relación con el lago Tritonis, mencionado por diversos autores clásicos, que perdió el agua cuando los diques se quebraron durante un terremoto y finalmente se secaron, convirtiéndose en lo que ahora es un lago pantanoso y poco profundo, el Chott-el-Djerid, en Túnez.


Se cree que el Sahara era el lecho de un antiguo mar y que formaba parte del océano. Los estudios geodésicos realizados bajo los auspicios del gobierno francés demuestran que la depresión formada por los chots, o lagos pantanosos y poco profundos de Argelia y Túnez, está por debajo del nivel del mar y se llenaría de agua si se eliminasen una serie de dunas de la costa.


Ya en 1868 el arqueólogo francés Godron elaboró la teoría de que la Atlántida estaba enterrada en el Sahara. En 1874 el geógrafo francés Etienne Berlioux también se inclinó a situar en África la isla-continente, pero afirmó que la verdadera Atlántida estaba en el norte de África, en las montañas del Atlas, frente a las islas Canarias.


Berlioux pensaba que Cerne, la ciudad mencionada por el autor clásico Diodoro de Sicilia como capital de los atlantioi, se hallaba aproximadamente en ese mismo punto. Cerne aparece mencionada también en el curso del viaje realizado por el navegante cartaginés Hanno, que concluyó en el lugar de aquel nombre.


Asimismo aparece también en uno de los mapas de la época de Colón.

En su estudio de los tipos raciales, Berlioux subrayó el hecho de que los bereberes de los montes Atlas suelen tener piel blanca, ojos azules y pelo rubio, lo que denota un origen celta (o atlántico). Posteriormente, algunos escritores franceses se han servido de esto para justificar el control de África del Norte por los europeos de ascendencia celta (es decir, los franceses). Sin embargo, puesto que los franceses ya han perdido dicho control, no merece la pena discutir el punto.


P. Borchard, un escritor alemán, adoptó en 1926 la teoría nordafricana y pensó que la capital de la Atlántida estaba situada en las montañas Hoggar, asentamiento de la tribu tuareg, una raza de origen misterioso, que usa túnicas y velos azules, conoce (como los bereberes) la escritura y está en proceso de extinción.


Dado que consideraba a los bereberes como posibles reliquias de los atlantes norteafricanos, Borchard intentó buscar en los nombres de las tribus bereberes de la actualidad los de los diez hijos de Poseidón; es decir, los clanes de la Atlántida. Encontró dos extraordinarias coincidencias: que una de las tribus se llamaba Uneur, lo que coincidía perfectamente con Euneor, mencionado por Platón como el primer habitante de la Atlántida, y que las tribus bereberes de Chott el Ha-maina de Túnez, tenían el nombre de Attala (hijos de la fuente).


Los arqueólogos franceses Butavand y Jolleaud han suscrito esta teoría, pero también sitúan una gran parte del imperio atlántico como una tierra sumergida frente a la costa de Túnez, en el golfo de Cabes. Fran-gois Roux comparte la creencia de que en tiempos prehistóricos África del Norte era una península fértil:

“...La verdadera Atlántida, atravesada por muchos ríos y densamente poblada por hombres y animales...”.

En su investigación, Roux estableció una íntima relación entre la cultura prehistórica de África del Norte y las de Francia, España y Portugal, basándose en el descubrimiento de ciertos guijarros y cerámicas que mostraban símbolos que según él constituían un lenguaje escrito (véase pág. 216).


Si consideramos las diversas teorías modernas acerca de la isla-continente y su localización, se advierte cierto carácter “nacionalista” en las investigaciones, especialmente en las que se han llevado a cabo en el siglo XX. Muchos investigadores franceses la buscaron en las colonias francesas del Norte de África, y algunas autoridades en la materia la han situado en la propia Francia. Los arqueólogos españoles han tratado de situarla en España o en los dominios españoles norteafricanos, y un escritor catalán afirmó que estaba emplazada en Cataluña. Como si las Azores portuguesas no fueran suficiente, un investigador lusitano declaró que la Atlántida era el propio Portugal.

 

Los científicos rusos piensan que estaba bajo el mar Caspio, o tal vez cerca de Kerch, en Crimea, mientras los científicos y arqueólogos alemanes pretenden haberla localizado bajo el Mar del Norte, en Mecklenberg, o bajo la forma de Tartessos, una “colonia alemana” situada en España. Hay un libro muy extenso en alemán, titulado La Atlántida, hogar original de locarias. Los autores ingleses e irlandeses han dicho que la “isla de Platón” era Inglaterra e Irlanda, respectivamente. Un especialista venezolano piensa que estaba en Venezuela, y un estudioso sueco sostiene haberla localizado en Upsala, Suecia.


Actualmente los arqueólogos griegos creen que la leyenda atlántica tiene sus orígenes en la isla de Tera, que en el año 1500 a.C. explotó, cuando una gran parte de ella se hundió en el mar Egeo. Antes de que surgiera la candidatura de Tera como posible emplazamiento de la Atlántida, Creta era también considerada por numerosos estudiosos como la verdadera isla sumergida, debido al gran desarrollo que alcanzó su civilización primitiva, repentinamente desaparecida, y a la existencia de cenizas volcánicas y huellas de fuego en sus ruinas. Sin embargo, es evidente que la erupción volcánica y el terremoto que destruyeron Tera pudieron afectar también a Creta, y ambas civilizaciones habrían sido quizá destruidas por la misma catástrofe.


El filólogo, orientalista y teórico alemán Karst, especialista en el tema de la Atlántida, amplió considerablemente el problema de la localización de la isla cuando ideó la teoría de la existencia de dos islas-continentes, una en Occidente, que se extendía desde el norte de África hasta España y el Atlántico, y otra en Oriente, en el océano Indico, al sur de Persia y Arabia. Además, mostró en detalle varios puntos subsidiaríos de una civilización regional existente en las montañas Altai de Asia y en otras regiones, que él relaciona en virtud de similitudes de lenguaje, nombres de localidades, tribus y pueblos.

Frente a esta multiplicidad de “Atlántidas”, Bramwell, un escritor excelente, que adopta una posición neutral, resume hábilmente los problemas planteados por las numerosas teorías, respecto del emplazamiento real de la Atlántida, cuando sugiere, en su libro Lost Atlantis (La Atlántida perdida) que, o se parte de la base de que el continente sumergido era una isla del Atlántico, “o sencillamente no se trata de la Atlántida”.

 

En todo caso, los múltiples restos culturales existentes en torno del Mediterráneo, en el Oeste y Norte de Europa y en el continente americano, no excluyen necesariamente la existencia de la isla. Por el contrario, muchos de ellos, cualquiera, o todos, podrían ser vestigios de colonización atlántica, precisamente como lo sugirió Donnelly.


Un caso interesante es la extraña cultura Yoruba o Ife, que existió en Nigeria alrededor del 1600 a.C. El explorador Leo Frobenius, después de realizar un serio estudio de esta extraña cultura africana y al haber encontrado en ella lo que le parecieron similitudes indudables con el relato de Platón, declaró:

Creo, por lo tanto, haber hallado nuevamente la Atlántida, centro de... una civilización situada más allá de las Columnas de Hércules y de la que Solón nos dijo... que estaba cubierta de frondosa vegetación, en la que plantas frutales proporcionaban alimentos, bebida y medicinas, que fue el lugar en que crecieron el árbol de la fruta de rápida descomposición (el plátano) y algunas especies muy agradables (como la pimienta), donde había elefantes, se producía cobre y donde los habitantes usaban ropas de color azul oscuro...

Además, Frobenius basaba su teoría de una Atlántida nigeriana en ciertos símbolos etnológicos; es decir, el uso de símbolos comunes a otras tribus, como por ejemplo la swástica, la adoración de Olokun, dios del mar, la organización tribal, ciertos tipos de artefactos, utensilios, armas y herramientas, tatuajes, ritos sexuales y costumbres funerarias. En sus comparaciones descubrió sorprendentes similitudes con otras culturas, como la etrusca, la ibérica de la Prehistoria, la libia, la griega y la asiría.

 

Aunque sostuvo que había encontrado la Atlántida, Frobenius pensaba que la cultura Yoruba era originaria del Pacífico y que había llegado a través de Asia y África. Por consiguiente, al afirmar que había encontrado la Atlántida, probablemente quería decir que había hallado lo que los antiguos escritores describían cuando hablaban del pueblo atlántico: una misteriosa civilización existente más allá de las Columnas de Hércules.


Este último ejemplo ilustra la tendencia, ciertamente comprensible, de exploradores y arqueólogos a relacionar la escasamente conocida cultura que han “descubierto” con el concepto de la Atlántida, especialmente si el centro cultural está en el mar o cerca o debajo de él. Puesto que los límites de la prehistoria están retrocediendo cada vez más en el tiempo, quizás estemos cerca del momento en que podremos comprobar si la verdadera civilización se originó en un mismo lugar o en varios a la vez, y si hubo una gran isla atlántica cuya influencia se extendió a los otros continentes o si las extrañas similitudes entre civilizaciones prehistóricas fueron simplemente una coincidencia fortuita.
 

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