15. SEGUIDORES DEL REY DE LUZ


En el siglo XVII, unos misioneros jesuitas que regresaban de la parte meridional de las cuencas del Éufrates y del Tigris, en lo que hoy es Iraq, dijeron haber conocido un pueblo al que llamaron de «los cristianos de san Juan». Aunque vivían en el mundo musulmán y completamente rodeados de mahometanos, seguían fieles a una forma de cristianismo en la que tenía preeminencia Juan el Bautista. Sus ritos religiosos se centraban en un bautismo que no era una ceremonia de una vez por todas, de iniciación e ingreso de un nuevo fiel en la congregación, sino que figuraba de modo destacado en todos sus sacramentos y rituales.1


Desde aquellos primeros contactos, sin embargo, se ha evidenciado que el apelativo de «cristianos de san Juan» no podía ser más equívoco. Es verdad que la secta en cuestión venera a Juan el Bautista; lo inexacto es llamarlos «cristianos», como quiera que se mire. Porque para ellos, Jesús fue un falso profeta, un mentiroso que embaucó deliberadamente a su pueblo y, a otros.

 

Pero como han vivido durante siglos bajo constante peligro de ser perseguidos por judíos, musulmanes y cristianos, han adoptado la estrategia de presentarse a sí mismos de la manera más inocua posible cuando algún visitante pregunta. De ahí que adoptasen el nombre de «cristianos de san Juan».

 

Esta postura se resume en el párrafo siguiente de su libro sagrado, el Ginza:

Cuando Jesús os oprima, decid: somos tuyos. Pero no lo confeséis en vuestros corazones, ni neguéis la voz de vuestro Maestro el altísimo Rey de Luz, porque lo oculto no se revela al Mesías que mintió.2

Hoy día esa secta, que todavía sobrevive en las marismas del sur, se conoce como la de los mandeos, de los cuales hay además un pequeño número en el sudoeste de Irán. Son gentes de profunda religiosidad, muy pacíficas, ya que su código prohíbe la guerra y el derramamiento de sangre. Permanecen confinados en sus aldeas y caseríos, aunque algunos emigraron a las ciudades, donde se ganan la vida principalmente como orfebres y plateros, en lo que tienen gran maestría.


Conservan su propio idioma y alfabeto, ambos derivados del arameo, que era la lengua que hablaban Jesús y Juan. Hacia 1978 se calculaba su número en menos de 15.000, pero la persecución emprendida por Saddam Hussein contra los árabes de las marismas después de la guerra del Golfo seguramente los habrá dejado al límite de la extinción. Las circunstancias políticas actuales impiden ser más precisos acerca del asunto.3


El nombre de mandeo significa, literalmente, gnóstico (de manda, gnosis), y de hecho se refiere exclusivamente al laicado, aunque muchas veces se haya aplicado a la comunidad en conjunto. Los sacerdotes se llaman nasoreos. Los árabes les llaman subbas y en el Corán aparecen bajo el nombre de sabeos.
 

Sobre los mandeos no se hizo un estudio científicamente serio hasta después de 1880. Y todavía hoy el trabajo más extenso sigue siendo el de Ethel Stevens (la futura lady Drower), que estuvo por allá inmediatamente después de la segunda guerra mundial. Los estudiosos todavía no han agotado el material recogido por ella, que incluye muchas fotografías de sus ritos, y copias de las escrituras sagradas del mandeísmo. Aunque hospitalarios con los forasteros, son por naturaleza un pueblo encerrado en sí mismo y reservado, ya que han tenido buenas razones para ello.

 

Lady Drower dedicó mucho tiempo a ganarse su confianza y lo consiguió a tal punto, que ellos le revelaron sus creencias, doctrinas e Historia, permitiéndole ver además los rollos secretos que contenían sus Escrituras. (Durante el siglo XIX los etnólogos franceses y alemanes habían intentado romper el muro de secreto, sin conseguirlo.) Es indudable, no obstante, que habrán quedado secretos interiores de los que no se comentan con extranjeros.


Toda la literatura de los mandeos es religiosa y los textos sagrados más importantes son el Ginza, o «Tesoro», llamado también el Libro de Adán; el Sidra d’Yahya o «Libro de Juan», llamado también el Libro de los Reyes; y el Hawan Gawaita, que es una Historia de la secta. El Ginza data sin duda del siglo VII o antes; en cambio se cree que el Libro de Juan fue compilado después de esa época.

 

El Juan del título es el Bautista, que recibe dos nombres en el texto mandeo, Yohanna (que es mandeo), y Yahya, que es el nombre árabe dado a dicho personaje en el Corán. Éste aparece con más frecuencia, lo cual indica que el libro se escribió después de la conquista de la región por los musulmanes, a mediados del siglo VII, aunque el material originario sea muy anterior. La pregunta crucial es ¿anterior en cuánto?


Se venía creyendo habitualmente que los mandeos crearon el Libro de Juan y exaltaron al Bautista hasta darle rango de profeta como una astucia para no ser perseguidos por los musulmanes, ya que éstos sólo toleraban a los que llamaban «pueblos del Libro», es decir aquellos cuya religión tuviese escrituras sagradas y un profeta; caso contrario los consideraban paganos.

 

Pero el caso es que los mandeos figuran citados en el mismo Corán bajo el nombre de sabeos, y calificados como «pueblo del Libro», lo cual viene a demostrar que eran conocidos mucho antes de que el dominio de los islámicos llegase a constituir un peligro para ellos. Por otra parte, no les valió de gran cosa porque fueron perseguidos de todas maneras, sobre todo durante el siglo XIV, cuando estuvieron cerca de ser exterminados por sus dominadores mahometanos.


Batiéndose constantemente en retirada, llegaron por fin al país que les sirvió de refugio hasta época bien reciente. Sus propias leyendas y la erudición moderna han demostrado que eran oriundos de Palestina, de donde fueron expulsados en el siglo I d.C. En el decurso de los siglos han ido desplazándose cada vez más hacia el este y el sur, según los empujaban las persecuciones. Lo que tenemos hoy son los restos de lo que fue en realidad una religión mucho más extendida.


Hoy por hoy la religión mandeísta es, a decir verdad, un potaje bastante revuelto, en cuya cosmología y teología se confunden varios fragmentos de judaísmo veterotestamentario, formas heréticas gnósticas del cristianismo y creencias dualistas de origen iranio. El problema está en averiguar cuáles fueron sus creencias originarias, y cuáles sobrevinieron luego.

 

Parece que los mismos mandeos han olvidado buena parte del sentido original de su religión. Pueden establecerse algunas generalidades, sin embargo, y un meticuloso análisis ha permitido a los estudiosos deducir algunas conclusiones sobre cómo serían sus creencias en el remoto pasado. Fueron estos análisis los que nos proporcionaron algunas pistas muy sugestivas acerca de la importancia de Juan el Bautista y su verdadera relación con Jesús.


Los mandeos representan la única religión gnóstica sobreviviente en el mundo. Sus ideas sobre el universo, el acto de la creación y los dioses responden a creencias gnósticas conocidas. Tienen una jerarquía masculina y femenina de dioses y semidioses, con separación fundamental entre los de la luz y los de las tinieblas.


El ser supremo creador del universo y de las divinidades menores aparece bajo distintos nombres que se traducen como «Vida», «Mente» o «Rey de Luz». Él creó cinco «entidades de luz» que engendraron automáticamente otras cinco entidades de las tinieblas, iguales a ellas pero opuestas.

 

(Esta insistencia en equiparar la luz a la divinidad más alta es característicamente gnóstica; apenas hay página del Pistis Sophia, por ejemplo, en que no aparezca dicha metáfora. Para los gnósticos un alumbrado era el que literal y figuradamente había entrado en un mundo de luz.)

 

Como en los demás sistemas gnósticos, los semidioses crearon el mundo material, y con él la tierra, y son los señores de ésta. También la humanidad fue creada por uno de estos seres, llamado Hiwel Ziwa o Ptahil, según versiones del mito. Los primeros humanos, o Adán y Eva físicos, son Adam Paghia y Hawa Paghia, pero tienen sendas contrapartidas «ocultas», Adam Kasya y Hawa Kasya. Los mandeos se consideran descendentes de progenitores de ambos «linajes», el físico y el espiritual: Adam Paghia y Hawa Kasya.


Lo más parecido a un Diablo que tienen es la diosa negra Ruha, señora del reino de las tinieblas, pero que representa al mismo tiempo el Espíritu Santo. De nuevo hallamos el énfasis característicamente gnóstico en cuanto a la igualdad y oposición entre las fuerzas del bien y del mal, y conceptos como:

[...] la tierra es como una mujer y el cielo como un hombre, que es quien fecunda a la tierra.4

Otra diosa importante a quien dedican muchas oraciones los libros mandeos es Libat, que ha sido identificada con Ishtar.
Para los mandeos el celibato es pecado; los hombres que mueren solteros quedan condenados a reencarnarse, pero fuera de esto los mandeos no creen en el ciclo de la metempsicosis. Con la muerte, el alma retorna a los dominios de la luz, de donde vinieron antaño los mandeos, y se le facilita el camino con muchas oraciones y ceremonias, gran número de las cuales derivan evidentemente de los antiguos ritos funerarios egipcios.
 

La religión informa todos los aspectos de la vida cotidiana de los mandeos, pero el sacramento clave es el bautismo, el cual interviene hasta en las ceremonias nupciales y los entierros. Los bautismos mandeos se celebran por inmersión completa en unas albercas especiales comunicadas con un río, el cual recibe siempre el nombre de Jordán. También forma parte de todo ritual una complicada serie de apretones de manos entre el sacerdote y los que van a ser bautizados.


El día santificado de los mandeos es el domingo. Sus comunidades las rigen los sacerdotes, que toman asimismo el título de «rey» (malka), si bien los laicos se encargan de algunos servicios religiosos. El sacerdocio es hereditario y tiene tres grados: los sacerdotes comunes, llamados «discípulos» (tarmide), los obispos, y un «Jefe del pueblo» que preside a todos... pero hace más de un siglo que no se halla a nadie digno de revestir ese cargo.


Los mandeos aseguran haber existido desde mucho antes que el Bautista, a quien miran como un gran líder de su secta pero nada más. Dicen que salieron de Palestina en el siglo I y que eran oriundos de una región montañosa llamada el Tura d’Madai, no identificada todavía por los estudiosos.


En el siglo XVII cuando fueron, digamos, descubiertos por los jesuitas, se supuso que serían descendientes de algunos de aquellos judíos a los que bautizó Juan. Pero ahora los estudiosos se han tomado en serio la afirmación de que existían desde antes y además provenían de otro lugar. El caso es que aún conservan reliquias de su paso por la Palestina del siglo I: su escritura es parecida a la de Nabatea, el reino árabe limítrofe de la Perea donde primero se manifestó Juan el Bautista.5

 

Algunas expresiones del Hawan Gawaita sugieren que salieron de Palestina en 37 d.C., más o menos hacia la época del martirio de Jesús. Pero es imposible decir si esto responde a una coincidencia.6 ¿Tal vez fueron expulsados por sus rivales, los del movimiento de Jesús?


Aunque ellos siempre han negado ser los descendientes de una secta judía escindida, los especialistas creyeron que tal negativa era un subterfugio. En la actualidad, sin embargo, se ha reconocido que no tienen raíces judaicas. Cierto que sus escrituras citan los nombres de algunos personajes del Antiguo Testamento, pero salta a la vista su genuina ignorancia de las costumbres y las observancias rituales de los judíos: los hombres, por ejemplo, no se circuncidan, y su Sabbath no es el sábado. Todo lo cual indica que en algún tiempo fueron vecinos de los judíos, pero sin llegar a fundirse nunca con éstos.7
 

Un detalle de los mandeos que siempre ha extrañado a los estudiosos es su insistencia en que ellos provenían originariamente de Egipto. De hecho y acudiendo a las palabras de la propia lady Drower, se consideraban en ciertos aspectos como «correligionarios» de los antiguos egipcios, y también uno de sus textos dice que «el pueblo de Egipto era de nuestra religión».8

 

Fue en la misteriosa región montañosa o Tura d’Madai, que ellos citan como su patria verdadera, donde surgió su religión... entre gentes, según afirman, que habían venido de Egipto. El nombre del semidiós señor del mundo, Ptahil, desde luego se parece al del dios egipcio Ptah, y ya hemos dicho que sus ceremonias funerarias se asemejan bastante a las de los antiguos egipcios.


Cuando huyeron de Palestina los mandeos vivieron en tierras de partos, en la Persia de los sasánidas, y también se establecieron en la ciudad de Harran, lo cual, como luego veremos, tiene cierta trascendencia para esta investigación.


Los mandeos nunca afirmaron que Juan el Bautista hubiese sido su fundador, ni el inventor del bautismo. Ni tiene para ellos otra consideración sino la de un gran dirigente de su secta, o mejor dicho el mayor, un nasurai (adepto). Aseguran que Jesús también era nasurai, pero después se convirtió en,

«un rebelde, un herético, que descarrió a los hombres, [y] traicionó las doctrinas secretas [...]».9

Su Libro de Juan cuenta la historia de Juan y Jesús.10 El nacimiento de Juan queda anunciado en un sueño y aparece una estrella flotando sobre Enishbai (Isabel). Su padre es Zakhria (Zacarías) y ambos progenitores son entrados en edad y no tienen hijos, como en el relato evangélico. Después del nacimiento, los judíos conspiran contra el niño y por eso Anosh (Enoc) se lo lleva para protegerlo y esconderlo en una montaña sagrada, de donde baja a la edad de veintidós años. Luego se convierte en caudillo de los mandeos, representado además, y esto es interesante, como un sanador muy dotado.


Juan tiene los sobrenombres de El Pescador y El Buen Pastor.

 

El primero de estos epítetos también fue usado para referirse a Isis y a María Magdalena,11 además de Simón Pedro, el «pescador de hombres»; y el segundo, para muchos dioses mediterráneos antiguos, entre los cuales Tammuz y Osiris, y por supuesto también Jesús. El Libro de Juan incluye un lamento por una oveja descarriada que se hundió en el barro por haber ido a inclinarse ante Jesús.


En la leyenda mandea, Juan tiene una mujer, Anhar, pero ésta no desempeña ningún papel destacado en el relato. Uno de los elementos extraños de la leyenda es que los mandeos por lo visto no conservan memoria de la muerte de Juan, tan dramática, por el contrario, en el Nuevo Testamento. Hay en el Libro de Juan una indicación de que se durmió pacíficamente y su alma en forma de criatura fue arrebatada por el buen Manda-t-Haiy, pero esto parece más bien una especie de prefiguración poética de lo que ellos creen que merecía haber ocurrido con el Bautista.

 

Es cierto que muchos de sus escritos acerca de Juan no estaban destinados a ser leídos como biografías reales, pero no deja de sorprender que ignorasen su fin, en esencia el de un mártir. Aunque por otra parte también podría ser que tal episodio estuviese vinculado a sus misterios interiores más secretos.


¿Qué dice de Jesús el Libro de Juan de los mandeos? Lo hallamos bajo los nombres de Yeshu Messiah y Messiah Paulis (término que se cree derivado de una palabra persa que significa «el embaucador»), a veces como «Cristo el romano». En su primera aparición es un candidato a ser admitido entre los discípulos de Juan; el texto no está muy claro pero da a entender que Jesús no era miembro de la secta, sino persona ajena. Cuando se presenta por primera vez a orillas del Jordán y solicita el bautismo, Juan duda de sus motivos y valía, y no quiere admitirlo, pero Jesús acaba por persuadirle. En ese momento se aparece Ruha, la divinidad tenebrosa, en figura de paloma, y traza una cruz luminosa sobre el Jordán.


Después de convertirse en discípulo de Juan, sin embargo —y en asombroso paralelismo con la narración de los cristianos sobre Simón el Mago—, Jesús (y aquí citamos a Kurt Rudolph),

«procede a pervertir la palabra de Juan y desfigura el bautismo del Jordán, haciéndose sabio a costa de la sabiduría de Juan».12

El Hawan Gawaita denuncia a Jesús con estas palabras:

Pervirtió las palabras de la luz y las convirtió en tinieblas; convirtió a los que eran míos y pervirtió todos los cultos.13

El Ginza dice «no creáis en él [Jesús], porque practica la hechicería y la traición».14


En su confusa cronología, los mandeos esperan la venida de un personaje llamado Anosh-Utra (Enoc), quien,

«acusará a Cristo el romano, el mentiroso, el hijo de una mujer, que no es de la luz», y «serán desenmascarados los embustes de Cristo el Romano, y atado por manos de judíos, atado por sus devotos darán muerte a su cuerpo».15

La secta tiene una leyenda acerca de una mujer llamada Miriai (Miriam, o María), que huye con su amante y cuya familia la busca desesperadamente (aunque no sin decir lo que piensan de ella llamándola, en lenguaje subido de color, «perra en celo» y «albañal de perversión»). Hija de «los soberanos de Jerusalén», se establece con su esposo mandeo en la desembocadura del Éufrates, donde se convierte en una especie de profetisa, sentada en un trono y leyendo del «Libro de la Verdad».

 

Si como parece lo más probable, esta narración viene a ser una alegoría de los viajes y persecuciones que sufrió la misma secta, indicaría que en tiempos una facción judía se alió con un grupo no judío y que de la fusión de ambos resultaron los mandeos. Sin embargo, el nombre de Miriai y su descripción como una «prostituta» mal interpretada y perseguida también evocan la tradición de la Magdalena, y lo mismo los detalles de su destierro y conversión en una predicadora o profetisa. Sea como fuere, llama la atención que los mandeos se simbolizaran a sí mismos en la figura de una mujer.16


Cabe entender que los mandeos sean, sencillamente, una curiosidad antropológica, uno de tantos pueblos confusos y perdidos que se quedan estancados en el tiempo y van recogiendo toda clase de creencias extrañas. Sin embargo, un estudio detenido de sus escrituras sagradas ha revelado sugestivos paralelismos con otras literaturas antiguas que revisten interés para nuestra investigación.


Sus rollos sagrados están ilustrados con imágenes de dioses que presentan un sorprendente parecido con los de los papiros mágicos griegos y egipcios, como los que manejó Morton Smith en sus investigaciones.17

 

Se han efectuado comparaciones entre las doctrinas de los mandeos y las de los maniqueos, es decir los seguidores del maestro gnóstico Mani (h. 216-276 d.C.) y se cree comúnmente que los mughtasilah de la secta bautismal a que pertenecía el padre de Mani y en la que se crió éste eran los mandeos (en la fase de su largo éxodo hacia el sur de Iraq, o establecidos en alguna comunidad actualmente extinta).18

 

Es indudable que las doctrinas de Mani recibieron influencias de los mandeos, y fueron estas doctrinas a su vez las que ejercieron poderosa influencia sobre las sectas gnósticas europeas, hasta los cátaros inclusive.


Algunos estudiosos como G. R. S. Mead han señalado sorprendentes semejanzas entre los textos sagrados de los mandeos y el Pistis Sophia. Más precisamente, considera que un capítulo del Libro de Juan titulado el «Tesoro de Amor» reproduce el eco de «una fase anterior de elaboración de dicha obra».19


También hay fuertes paralelismos con varios documentos de Nag Hammadi vinculados por la crítica a algunos «movimientos bautismales» de los que existieron en la época. Y se han hallado parecidos asimismo entre la teología del mandeísmo y algunos de los Rollos del Mar Muerto.20


Otro detalle que invita a reflexionar es el hecho conocido de que los mandeos se establecieron en Harran de Mesopotamia. Hasta el siglo X hubo allí una secta o escuela llamada de los sabeos, a quienes se atribuye gran importancia en la Historia del esoterismo.21 Eran filósofos herméticos y herederos de la hermética egipcia; ejercieron gran influencia sobre las sectas místicas del Islam, como los sufíes, cuyo influjo a su vez puede reseguirse hasta la cultura de la Francia meridional en la Edad Media, la representada por los caballeros templarios, pongamos por caso.

 

Como dice Jack Lindsay en su Origins of Alchemy in Graeco-Roman Egypt:

Una extraña bolsa de creencias herméticas, muchas de ellas relacionadas con la alquimia, persistió entre los sabeos de Harran, en Mesopotamia. Éstos, sobrevivieron como una secta pagana en el seno del Islam durante dos siglos por lo menos.22

Como se ha mencionado, a los mandeos todavía les llaman «sabeos» o subbas los musulmanes actuales; por tanto, obviamente era la filosofía de ellos la que prevalecía en Harran. Y aparte las doctrinas herméticas, ¿qué otros legados transmitirían a los templarios? ¿Tal vez la reverencia por Juan el Bautista, o algún conocimiento secreto relacionado con él?
 

Para una relación sugestiva, sin embargo, la que presentan con el enigmático cuarto Evangelio. Escribe Rudolph, que es tal vez el especialista actual más entendido en mandeos:

Los elementos más antiguos de la literatura mandeísta conservan para nosotros un testimonio del ambiente oriental del primitivo cristianismo, el cual puede servir para la interpretación de ciertos textos del Nuevo Testamento (en especial el corpus de los textos atribuidos a Juan).23

Hemos comentado ya que muchos de los más influyentes y respetados especialistas en estudios neotestamentarios consideran algunas partes del Evangelio de Juan —en especial el comienzo «en el principio era la Palabra...» y varios de los discursos teológicos— como tomados «en préstamo» a los seguidores de Juan el Bautista. Muchos de estos mismos académicos creen que todos ellos tienen un origen común: las escrituras sagradas de los mandeos. Ya en 1926 H. H. Schaeder había postulado que el prólogo del Evangelio de Juan, con su «Palabra» en femenino, era «un himno mandeo, que tomaron prestado de los círculos bautistas».24

 

Otro estudioso, E. Schweizer, apuntó a los paralelismos entre el discurso del Buen Pastor en el Evangelio de Juan neotestamentario y el correspondiente capítulo del Libro de Juan de los mandeos, llegando a la conclusión de que ambos derivaban de una misma fuente común.25 Por supuesto esa fuente común no aplicaba la analogía del Buen Pastor a Jesús, sino a Juan el Bautista; en la práctica el Evangelio canónico de Juan se lo «fusiló» a los mandeos/juanistas.


Algunos comentaristas como Rudolf Bultmann sacaron la conclusión de que los mandeos actuales son los auténticos descendientes de los seguidores del Bautista, o dicho de otro modo, la misteriosa Iglesia de Juan que venimos buscando.


Aunque hay razones bastante poderosas para creer que los modernos mandeos no son más que una de las ramas supervivientes de la Iglesia juanista, no deja de ser instructivo el siguiente resumen de las conclusiones de Bultmann debido a W. Schmithals:

Por una parte, Juan [su Evangelio] manifiesta estrechos contactos con la concepción gnóstica del mundo. La fuente de los discursos que Juan adopta o a los cuales se adhiere, es de mentalidad gnóstica. Y tiene su paralelo más cercano en las escrituras de los mandeos, el estrato más antiguo de cuyas tradiciones se retrotrae a la época del cristianismo primitivo.26

Desde un planteamiento aún más amplio, se ha dicho que el material apocalíptico de Q, la fuente común de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, tiene el mismo origen que el Ginza de los mandeos,27 e incluso se ha postulado que el bautismo cristiano se desarrolló a partir de ritos de aquéllos.28


Las consecuencias de tal plagio escriturístico son sorprendentes. ¿Es posible que buena parte del material atesorado por tantas generaciones de cristianos como alusivo a Jesús o representativo de sus palabras perteneciese en realidad a otro hombre? ¿Y que ese otro fuese un enconado rival, no el precursor nacido para anunciar la venida de Jesús, sino uno que fue recibido como el verdadero Mesías, a saber, Juan el Bautista?


Mientras prosiguen las investigaciones, van apareciendo cada vez más indicios de que los mandeos representan una filiación directa en relación con los seguidores de Juan originarios. De hecho la referencia más antigua que tenemos de los mandeos data de 792 d. C., cuando el teólogo sirio Teodoro bar Konai, citando del Ginza, declara explícitamente que derivaban de los dositeos.29 Y como ya hemos dicho, los dositeos eran una secta herética formada por uno de los primeros discípulos de Juan en paralelo con el grupo de Simón el Mago.


Pero esto no es todo. Decíamos que Jesús era llamado «el nazareo» o «el nazareno» y que también a los primeros cristianos se les aplicó ese nombre, que no fue un neologismo acuñado para ellos. La palabra ya existía, y designaba un grupo de sectas emparentadas, oriundas de las regiones heréticas de Samaria y Galilea, que se consideraban a sí mismas las guardianas de la verdadera religión de Israel. El término de «nazareo» aplicado a Jesús le identifica como miembro ordinario de un culto que según otros indicios existía por lo menos 200 años antes de que él naciese.


Recordemos, no obstante, que los mandeos también llamaban «nasurai» a sus adeptos, lo cual no es coincidencia. Refiriéndose a los nazareos precristianos Hugh Schonfield postula que:

Hay buenas razones para creer que los herederos de aquellos nazarenos [...] son los nazareos actuales (también llamados mandeos) de la cuenca inferior del Éufrates.30

El gran especialista inglés en estudios bíblicos C. H. Dodds concluye que los nazareos eran la secta a la que pertenecía Juan el Bautista, o mejor dicho, que él acaudillaba, y que Jesús comenzó su carrera como discípulo de Juan, pero cuando inició su movimiento cismático se apropió el nombre.31


Es posible que en la actualidad los mandeos no se hallen confinados exclusivamente a Iraq o Irán (esto es, si han conseguido sobrevivir a los desmanes de Saddam), ya que podrían hallarse representados por otra secta muy encerrada en sí misma que todavía existe en la Siria moderna. Son los nusairiyeh o nusayríes (a veces llamados también alawíes por el nombre de las montañas en que viven).

 

Se observa la semejanza del nombre con el de «nazareos», y aunque practican externamente la religión musulmana, se sabe que adoptaron los ritos de esa religión como medida defensiva frente a las persecuciones. Y también que tienen una religión «verdadera» en secreto, aunque por razones obvias se conocen pocos detalles de ella; se cree no obstante que debe de ser alguna forma de cristianismo.


Uno de los pocos europeos que han logrado aproximarse a las enseñanzas internas de los nusayríes es Walter Birks, quien los describió en The Treasure of Montségur (escrito en colaboración con R. A. Gilbert).32 Durante la segunda guerra mundial pasó algún tiempo en aquella región e hizo amistad con algunos sacerdotes. Su relato es muy circunspecto, pues no ha dejado de atenerse a la promesa de secreto que hizo. Por lo que dice, sin embargo, parecen ser una secta gnóstica muy parecida al mandeísmo.

 

Aquí nos interesa especialmente un diálogo entre Birks y uno de los sacerdotes nusayríes después de discutir el tema de los cátaros y de la posible naturaleza del Santo Grial (habiendo observado él que algunos ritos de aquéllos giraban alrededor de un cáliz sagrado). Entonces el sacerdote le contó «el mayor secreto» de su religión, y consistía en que,

«ese grial que dices tú es un símbolo y significa la doctrina que el Cristo sólo participó a Juan, el discípulo predilecto. Nosotros todavía la tenemos».33

Recordemos la tradición «juanista» de algunas formas de la francmasonería oculta europea y del Priorato de Sión, según la cual los caballeros templarios habían adoptado la religión de «los juanistas de Oriente» formada por las enseñanzas secretas que Jesús entregó a Juan, su discípulo amado. Una vez tengamos claro que el Evangelio de Juan era material originariamente del Bautista, queda despejada la confusión aparente entre Juan el discípulo predilecto y Juan el Bautista que hemos observado varias veces.


Las tradiciones mandeístas sobre Juan el Bautista y Jesús concuerdan en grado asombroso con las conclusiones que perfilábamos en el capítulo anterior: en principio Jesús era un discípulo del Bautista pero luego se estableció por su cuenta, llevándose de paso a varios discípulos de Juan. Las dos escuelas eran rivales, como lo fueron también sus respectivos maestros.


Todo esto describe un panorama bastante coherente. Sabemos que Juan el Bautista fue un personaje muy respetado, y que tuvo numerosos seguidores, prácticamente una Iglesia... la cual desaparece de las crónicas «oficiales», no obstante, tras recibir una mención pasajera en el libro de los Hechos. Pero ese movimiento tuvo sus escrituras propias, que fueron suprimidas, si bien los Evangelios cristianos tomaron «prestados» algunos elementos.

 

Concretamente, el tema de la «Natividad de Juan» en Lucas (o la fuente de éste) y el «cántico» de María o Magnificat. Y sorprende todavía más la evidencia que hemos suministrado antes, en cuanto a la legendaria matanza de los inocentes por orden de Herodes: el episodio, por más que ficticio, se vinculaba originariamente al nacimiento de Juan, de quien Herodes temió que quizá fuese «el verdadero Rey de Israel».


Otros dos movimientos que supusieron grave peligro para la naciente Iglesia cristiana fueron fundados por otros discípulos de Juan: Simón el Mago y Dositeo. Ambos eran sectas gnósticas con influencia en Alejandría. Es de notar que el material «del Bautista» incorporado en el Evangelio canónico de Juan es gnóstico también, como lo son los mandeos. Se impone la conclusión de que el mismo Juan el Bautista fue un gnóstico.


Hay también paralelismos reveladores entre las escrituras de los mandeos, de Simón el Mago, el Evangelio de Juan y los textos gnósticos coptos, principalmente el Pistis Sophia, que ha desempeñado papel importante en nuestro estudio sobre
María Magdalena.34


Ninguna de las sectas que se asocian con Juan el Bautista y que hemos mencionado —mandeos, simonianos, dositeos— forma parte de la religión judaica, aunque todas hubiesen nacido en Palestina: dos de ellas en la herética región septentrional, Samaria. Pero si estos grupos no eran de la religión judía, lo que se deduce claramente es que Juan tampoco lo era. Pues si bien el desarrollo de las ideas gnósticas se retrotrae también a otros lugares y culturas, en especial la irania, la línea de influencia principal es obviamente la que deriva de la antigua religión de los egipcios. Ahí es donde hemos encontrado los paralelismos más estrechos con las ideas y las acciones de Jesús; significativamente, los propios mandeos aseguran que sus raíces provenían de Egipto.

 

Pese al estado de confusión que hallamos en sus textos, mucho de lo que dicen los mandeos acerca de sí mismos queda corroborado por los estudios modernos, y eso que al principio no los tomaban muy en serio, por no decir otra cosa.


Los mandeos aseguran que los precursores de la secta eran oriundos del antiguo Egipto, aunque ellos mismos tuvieron en Palestina su origen. No eran judíos pero vivían entre judíos. La secta, llamada entonces de los nazareos, estuvo dirigida por Juan el Bautista pero existía desde mucho antes. Por eso ellos le veneran, pero no creen que fuese nada más que un gran caudillo y un profeta. Fueron perseguidos, primero por los judíos y después por los cristianos, hasta resultar expulsados de Palestina, y empujados cada vez más hacia Oriente hasta llegar a su actual y precario asentamiento.


La opinión de los mandeos sobre Jesús —que fue un embaucador y un hechicero maléfico— concuerda con la del Talmud judío, que le condena por «descarriar» a los judíos y según el cual fue sentenciado a muerte por prácticas ocultistas.


Aunque ninguna de estas sectas vinculadas a Juan el Bautista tomada individualmente sea muy numerosa, en conjunto representan un movimiento bastante respetable. Los mandeos, los simonianos, los dositeos —y tal vez podríamos agregar los caballeros templarios— fueron perseguidos y eliminados sin contemplaciones por la Iglesia católica por lo que sabían del Bautista, a quien reverenciaban. Y así sólo quedó el reducido grupo de mandeos en Iraq; pero en otros lugares, sobre todo en Europa, siguen existiendo los juanistas, aunque sumergidos en la clandestinidad.


En los círculos ocultos de Europa se decía que los templarios habían aprendido los conocimientos de «los sanjuanistas de Oriente». Otros movimientos esotéricos y secretos, como los masones —sobre todo en las obediencias que se pretenden directas descendientes de los templarios, y también las del Rito Egipcio— y el Priorato de Sión, siempre han venerado especialmente a Juan el Bautista.


Recapitulando los puntos principales de esa tradición juanista:

1. Presta especial atención al Evangelio de Juan porque, según aseguran, en él se conservan las enseñanzas secretas que comunicó «el Cristo» al evangelista Juan, «el discípulo predilecto».


2. Hay una evidente confusión entre Juan el evangelista (es decir el presunto autor del cuarto Evangelio) y Juan el Bautista. Dicha confusión es un rasgo característico de la corriente principal de la francmasonería.


3. Aunque asegura representar una forma esotérica del cristianismo en cuanto guardan unas «enseñanzas secretas» de Jesús, esa tradición no le demuestra a Jesús ningún respeto especial; muy al contrario, tienen todos los visos de considerarle un simple mortal, hijo ilegítimo y tal vez víctima de delirios de grandeza. Para los juanistas la palabra «Cristo» no significa naturaleza divina sino que es un simple tratamiento de respeto. Todos sus dirigentes son «Cristos», y por eso, cuando el miembro de uno de tales grupos se presenta como «cristiano» a lo mejor no está diciendo lo que parece de buenas a primeras.


4. La tradición también considera a Jesús como adepto de la escuela mistérica egipcia de Osiris, y los secretos que transmitió, como pertenecientes al círculo interior de dicha escuela.

En su forma originaria el Evangelio canónico de Juan no era una escritura del movimiento de Jesús, sino un documento que pertenecía en principio a los seguidores de Juan el Bautista. Lo cual explica no solo la gran consideración en que los juanistas tienen a dicho Evangelio, sino además la confusión recurrente entre Juan el evangelista y Juan el Bautista. En lo que concierne a las manifestaciones de la tradición juanista, esa confusión es intencionada.


No hay ningún indicio de que un movimiento de «juanistas» orientales formase una Iglesia esotérica fundada por Juan el Evangelista. Sí hay considerables vestigios, en cambio, de la existencia de una Iglesia tal inspirada por Juan el Bautista. La hallamos representada todavía por los mandeos, y quizá por los nusayríes. Seguramente hubo mandeos en otros lugares del Próximo Oriente, si bien desconocemos esas localizaciones, pero hoy están reducidos a pequeñas comunidades de Iraq e Irán. Es muy probable que tuviesen todavía una presencia notable hacia la época de las cruzadas, por lo que pudieron entrar en contacto con los templarios. Y también parece probable que la Iglesia occidental de Juan ya hubiese pasado a la clandestinidad en los primeros siglos de la era cristiana.


Aun teniendo en cuenta el trato atroz sufrido a manos de los cristianos, el odio ardiente contra el mismo Jesús que todavía hoy expresan los mandeos es difícil de explicar. Cierto es que le consideran un falso mesías que robó los secretos de su maestro Juan, y los utilizó para descarriar a algunos de los suyos, pero no deja de extrañar una hostilidad tan vehemente mantenida durante tanto tiempo. Además los antecedentes históricos de persecuciones no explican por qué fulminan contra Jesús personalmente con tanto ardimiento.

 

¿Qué pudo hacer él para concitar un vilipendio tan persistente siglo tras siglo?
 

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