Al igual que las pirámides que se encuentran en el mismo emplazamiento que La Esfinge de Giza, ésta tampoco tiene ninguna inscripción que la identifique con su constructor.

Entre los años 1.816 y 1.818 el Capitán Giovanni Battista Caviglia se encargó de desenterrar La Esfinge y los templos que la rodean. Su proximidad a la Pirámide de Kefren fue inmediatamente razón más que suficiente para asociar su construcción a la figura de este faraón, defendiéndose incluso la idea de que el rostro de La Esfinge es la del propio Kefren (2.520-2.494
a.C.). Desde entonces esta teoría ha permanecido inamovible hasta nuestros tiempos, y es una de las piezas fundamentales de la cronología establecida de la historia de Egipto por parte de la egiptología oficial.

 

Con sus 57 metros de longitud y casi 20 metros de altura, construidos en un sólo bloque de roca natural, ha permanecido gran parte de su historia enterrada por las arenas del desierto. Así la vieron los ejércitos de Napoleón a finales del Siglo XVIII, y en el 1.400 a.C. el Faraón Tutmosis IV, quien según cuenta la leyenda, un día, cuando aún era príncipe, se tumbó cansado a la sombra de la cabeza de La Esfinge que sobresalía de la arena y se durmió. De repente La Esfinge abrió la boca y le habló, diciéndole que era el Dios Harachte-Chepere-Ra-Atón, y que a cambio de desenterrarla le prometía entregarle la corona de Egipto, y hacerle poseedor de riquezas inimaginables.

 

Sin embargo personajes de la talla de Herodoto, que visitaron Giza y nos dejaron testimonio de la grandeza de sus pirámides, no hicieron referencia a la presencia de ninguna esfinge.

 


Otra vez la estela inventario


En el tema "Evolución e involución en las pirámides del Imperio Antiguo", ya hablábamos de la existencia de una estela mandada erigir por el Faraón Keops y descubierta por Auguste Mariette, en la que se relataba que tanto la Gran Pirámide como La Esfinge, ya existían mucho antes de la aparición de los gobernantes de la IV Dinastía. Esta estela conocida con el nombre de la Estela Inventario, jamás fue tomada en serio por los egiptólogos, pues suponía el admitir que todos sus conocimientos y medallas académicas mantenidas durante un siglo, quedaban en papel mojado, teniendo que rescribir de nuevo toda la historia de Egipto desde el principio. Era más cómodo hacer oídos sordos e ignorar tan molesto y peligroso elemento desestabilizador de sus irrefutables "verdades" sobre la antigua historia de Egipto.
 


Nuevas y molestas evidencias


Sin embargo, "alucinados" jamás han faltado que molesten el plácido sueño en el que viven los "grandes maestros de la egiptología". Y es que con el termino de "alucinados" y aficionados, se refirió el prestigioso arqueólogo y Jefe de Excavaciones de Giza, el señor Zahi Hawass, cuando a comienzos de los años noventa distintos investigadores con el norteamericano John Anthony West a la cabeza cuestionaron la datación de La Esfinge basándose en las huellas de erosión que sobre el cuerpo del monumento se pueden apreciar, y que retrasaban su construcción como mínimo en 13.000 años.


Una vez más y al igual que con las cronologías recogidas por distintos autores como Manetón, La Esfinge también señalaba que la historia de Egipto se remontaba mucho tiempo atrás a la que se nos querían hacer creer. J.A.West en colaboración con el geofísico Thomas Dobecki y el geólogo Robert Schoch de la Universidad de Boston, llevaron a cabo un análisis minucioso de la roca caliza de La Esfinge, en el que se concluía que la erosión era producto de la lluvia. ¿Lluvia en Egipto?, pero ¿cuándo?. Este era el punto crucial, pues ésta misma lluvia existió antes del cambio climático que asoló al Desierto del Sahara al finalizar la Ultima Era Glacial.

Pero todos estos datos hubiesen quedado en el olvido sino hubiesen contado con el apoyo de cientos de geólogos, tras la presentación de un informe muy detallado por parte de J.A.West a la Sociedad de Geología Norteamericana, la cual prometió fondos económicos y ayuda técnica para la continuación de los estudios en Giza. ¿Cuál fue entonces la reacción de la egiptología oficial?. Muy sencillo teniendo en cuenta lo que se jugaban, presionaron al Gobierno egipcio para que prohibiese la realización de pruebas geológicas cerca de La Esfinge, y trataron de desprestigiar este tipo de estudios geológicos que habían irrumpido en una parcela de "uso y disfrute exclusivo", de la egiptología oficial.

Nuevos datos e informes siguieron apareciendo, incluso a través de medios tan prestigiosos como el "New York Times", donde se cuestionaba a través de un informe forense otro de los axiomas de la egiptología clásica, que mantenía que la cara de La Esfinge era la del Faraón Kefren.

Los resultados demostraban que en poco o nada se parecían. Del mismo modo también conmocionó a la opinión pública otro informe de R. Schoch y T. Dobecki en el que se denunciaba la presencia en el subsuelo de La Esfinge, de numerosas cámaras y galerías secretas, incluso algunas conectadas con las pirámides.
 


Golpe a la razón


La ira y la rabia de la comunidad arqueológica oficialista terminó por hacer ceder al Gobierno de Egipto, que a partir del año
1.993 prohibió todo tipo de investigaciones a locos extranjeros que no constasen con la aprobación y el beneplácito del Sr. Zahi Hawass y sus colegas académicos.

 

Posteriormente nuevos detalles han aparecido para tener en cuenta, como el propuesto por Robert Baubal y Graham Hancock, que hacen especial hincapié en la gran desproporción existente entre la cabeza y el resto del cuerpo de La Esfinge, con el detalle de que la cabeza apenas sufre de la misma erosión que se puede apreciar a simple vista en el cuerpo, además de ser diferente, dado que no parece que sea producto de la lluvia. Esta situación les ha hecho pensar que con casi total seguridad la cabeza original de La Esfinge se perdiese después de alguna remodelación sufrida con posteridad, ya en tiempos climatológicos más semejantes a los actuales.

 

Son muchos los textos antiguos y leyendas que apoyan que el rostro de La Esfinge representaba a un dios, como así cuenta en la estela que mandó erigir el propio Tutmosis IV entre las garras de La Esfinge, después de su experiencia personal a través del sueño en el que le habló La Esfinge y le prometió el trono de Egipto, a cambio de que la desenterrara. Tal vez un dios de los que dominó Egipto en el "Zep-Tepi" o Tiempo Primero, como lo denominan los antiguos textos egipcios y que, procedentes de las estrellas gobernaron durante miles de años a las orillas del Rio Nilo.

 

La respuesta, como tantas otras, permanece perdida y en parte oculta por la intransigencia de aquellos que se creen en poder de la verdad absoluta. Sólo a ellos se les debe reprochar tan triste y lamentable actitud que en nada beneficia nuestro innegable derecho a conocer y saber nuestra historia, dejando a un lado banderas o credos, pobres lastres creados por la ignorancia y la arrogancia del ser humano.