por Charles W. Leadbeater

(Traducido por Angel Calvo Blasco, tomado de "Herald of the Star",

de Abril a Julio 1916 y publicado en España por "El Loto Blanco" de Marzo a Agosto 1918.)

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¿Qué se quiere significar por una nueva Sub-Raza?

La teoría de la evolución está ahora generalmente aceptada; pero los métodos en que se desarrolla no pueden comprenderse enteramente a menos de que también se admita la gran verdad de la reencarnación, pues hay en efecto una doble evolución: la del alma y la del cuerpo. Se me figura que no fue debido a un mero accidente el que poco después de exponer Darwin y Alfredo Russell Wallace la teoría de la evolución (habiendo conseguido, con mucha dificultad y esfuerzo, que fuera generalmente aceptada), la señora Blavatsky explicase la evolución espiritual.

 

Me parece que formaba parte, probablemente, de un gran plan para enseñanza del mundo el esclarecimiento de la idea física en pugna contra toda clase de oposición ortodoxa, para conquistar de un modo casual las mentes y conseguir que este elemento complementario de información, con respecto a la evolución espiritual, se mostrase al mundo para quienes estuvieran en disposición de aceptarlo.

 

Mucha gente se ha conformado con lo primero como parte de su bagaje mental, sin sentirse capaces todavía de alcanzar lo segundo. Opino, no obstante, que si estudiáis cuidadosamente el asunto veréis que, con respecto a la segunda parte, es necesario también establecer una teoría coherente de la vida y tener fija y clara idea del objeto del esquema total.
 

Uno de los hechos descubiertos por la investigación teosófica es que la evolución humana procede por medio de lo que nosotros llamamos razas y sub-razas. Cuando hablamos de Razas-Raices queremos significar gigantescas divisiones de la humanidad, tales como las razas lemuriana, atlante y aria. Cuando hablamos de sub-razas nos referimos a subdivisiones de aquellas, y también a grandes agrupaciones de hombres que a su vez están esparcidas entre las naciones y que llamamos ramas raciales. La razón particular de tratar de este asunto en el tiempo presente es que lo que llamamos en Teosofía una nueva sub-raza tiene ahora su oportunidad en el mundo; ha empezado ya a aparecer en los Estados Unidos de América.

 

Cuando yo estuve allí hará unos doce años, vi claramente que estaba ya formándose, e indudablemente esta afirmación no representa sólo una idea teosófica, porque la Oficina Americana de Etnología ha reconocido que esta nueva raza está apareciendo allí; que está llegando a la existencia en aquel poderoso país un tipo de hombres que en varios puntos difieren de los de cualquiera raza existente en la actualidad.

 

Los puntos exactos de diferencia se reconocen ampliamente en diversas medidas de la cabeza, en la proporción de las distintas partes del cuerpo y en otras características, por lo cual los etnólogos hallan particularidades con respecto a las otras razas. Dichos etnólogos están reuniendo los pormenores de esta nueva y distinta raza americana. Yo mismo vi, hace ya doce años, un gran número de ejemplares de aquella nueva raza en diferentes partes de los Estados Unidos.


Cuando desembarqué en Australia, por segunda vez, hace un año, me impresionó mucho la evidencia de que la nueva raza también estaba apareciendo aquí. No sé que esto haya acontecido simultáneamente en otros países; más bien supongo que dicha nueva sub-raza empezó en América y ha continuado extendiéndose gradualmente por el resto del mundo, como otras razas y sub-razas hicieron antes.

 

Pero, al mismo tiempo, he visto que entre vosotros, en Australia, existían niños y adolescentes de nuevo tipo, y más especialmente en Queensland; que había niños que no se parecían en modo alguno a los niños de las islas Británicas; eran niños de un nuevo tipo sin duda alguna; no exactamente el nuevo tipo americano, no idéntico a él, pero muy parecido; sin duda el mismo, pero con una variación que puede provenir del clima y de las influencias de que por lo general se hallan rodeados unos y otros. Es evidente, al mismo tiempo, que esta gran ventura, el advenimiento de una nueva sub-raza, no está limitada a América, sino que se efectúa simultáneamente en otro nuevo país.


Para un teósofo que estudia razas y sub-razas existe un hecho importante, que demuestra que aquellos entre quienes comienza la nueva raza tienen ante sí una inmensa y espléndida oportunidad, pero también, de una manera incontestable, una gran responsabilidad.


Es necesario, sin duda, que comprendamos exactamente lo que esto significa y que podamos ayudar cada uno de nosotros a su completo desarrollo. En América hay también muchas razas diferentes, cuyo patriotismo -como hemos comprobado en los viejos países de Europa- empieza a manifestarse resueltamente. En no remotos días era patriotismo de Estado más bien que de país, pero gradualmente todo el mundo parece reunirse en una poderosa raza, y el hecho de que un nuevo tipo, un nuevo cuerpo está apareciendo para representar esta nueva variedad de alma influirá más que cualquiera otra cosa en la unificación del país, conforme gradualmente vayan naciendo los ejemplares de esta nueva raza.

 

Lo mismo ocurrirá aquí tan pronto como las gentes se hagan cargo de que una nueva y distinta raza australiana empieza a aparecer entre ellas. Y quienes lleven el sello de esta nueva raza pueden nacer en cualquier parte, en cualquiera familia; así es que quizás en dos o tres generaciones todo el país estará formado por este nuevo tipo. Tal vez no ocurra esto en todo el país, pero sí en la aristocracia del mismo, como decimos en Europa; es decir, que los mejores tipos, los que caractericen mejor la nueva raza, aparecerán en estos nuevos cuerpos. Podemos tener todavía el atrevimiento de manifestar en qué consistirán las principales características, que serán con toda certeza: mente poderosa, gran desarrollo intelectual y viva sensibilidad.


Trataremos de explicaros exactamente lo que en Teosofía queremos significar por diferencias entre las razas, pues solo así podremos mostraros claramente lo que significa este principio de una raza nueva. Os dije que existía una doble evolución. Recordad que admitimos la doctrina de la reencarnación y que el alma toma sucesivamente muchos cuerpos para aprender ciertas lecciones por medio de cada uno de ellos.

 

Sabemos que el alma pasa de una raza a otra que ha de ser más perfecta, en la que ha de hallarse rodeada de mejores ocasiones de progreso y que muchas pueden tener un razonable desenvolvimiento de todas las características necesarias, pero adquiriéndolas una por una. Así es que puede muy bien acontecer que un alma haya nacido en cierta raza para desarrollar el valor y después en otra para cultivar la inteligencia. Estas cualidades y muchas más debe reunir el hombre perfecto, y vemos que en muchos casos no solamente una vida sino varias de ellas pueden ser necesarias para infundir estas cualidades en la naturaleza de un hombre. No es cuestión de adquirir brillo exterior; es asunto de formar en la interna naturaleza humana cierto aspecto como, por ejemplo, el poder del amor.

 

Es mucho que en una corta vida sea posible cambiar por completo el carácter de un hombre para hacer, por ejemplo, un hombre generoso de un miserable tacaño. Podéis considerar, al mismo tiempo, cuántas cosas serían imposibles de hacer en una sola vida, que a su vez serían fáciles teniendo el individuo muchas vidas de larga duración ante él. El alma evoluciona tomando diferentes tipos de cuerpos; toma un cuerpo y aprende cierta lección en un sitio; desecha aquel cuerpo y marcha a alguna otra parte del mundo para tomar allí un nuevo cuerpo y aprender así nuevas lecciones.


Pero, además de esto, existe la evolución material, más generalmente conocida. Tenemos ahora, en muchos aspectos, mejores cuerpos que los que poseían los hombres de hace millares de años.


Si deseáis comprender perfectamente la historia pasada del hombre, debéis identificaros con la existencia de la humanidad por muchos millones de años. La enseñanza ortodoxa respecto a tales asuntos admite que el hombre sólo ha vivido sobre la tierra unos cuantos millares de años; pero ahora parece que dilatan dicho tiempo y se hallan dispuestos a creer que existían grandes civilizaciones ocho mil años antes de Cristo, y aun se inclinan a conceder que algo precedió a dicho tiempo.

 

Nosotros, en Teosofía, sabemos que ha existido un período mucho más largo de lo que los ortodoxos se atreven a presumir. Aunque nos falta la historia de aquellos primitivos tiempos, los geólogos admiten eras que sólo pueden calificarse de enormes por el proceso de su desarrollo, y ahora y de nuevo pierden el tino los hombres científicos con sus fechas.

 

Nosotros decimos que hay una evolución de los cuerpos así como de las almas y que los cuerpos deben perfeccionarse porque las almas progresan y necesitan mejores vehículos. Hace millones de años había, sin duda alguna, muchos salvajes en el mundo; había tal vez plenitud de ellos, como también ahora los encontramos aun en la misma Europa, pero a pesar de esto el mundo sigue evolucionando. Estamos, de muchas maneras, más adelantados que las más antiguas de aquellas poderosas civilizaciones, aunque no en todos sentidos, pues en aquellos antiguos días se conocían algunas cosas cuyo conocimiento se ha perdido y aún no hemos podido volver a descubrir; no tenemos de esto la menor duda.

 

Pero en conjunto, el nivel general de la humanidad es ahora más alto con respecto a aquellos remotos días, más alto que éste lo estaba aún en las poderosas civilizaciones de Grecia y Roma. La posibilidad de adelanto era todavía mayor; había individualidades que moral y espiritualmente progresaron más que cualquiera de las de ahora, pero el progreso general avanza no obstante dichas excepciones.


Cada una de estas razas ha tenido sus propias características.


Las grandes Razas-Raíces están relacionadas con el desenvolvimiento de los diferentes cuerpos o vehículos del hombre. Relacionado con cuanto leáis en los tratados de Etnología está el desarrollo de la raza aria y de la gran raza atlante que la precedió, pero hubo antes otra llamada lemuriana, la tercera Raza-Raíz relacionada con el desenvolvimiento del cuerpo físico. La raza atlante que la sucedió desarrolló principalmente el cuerpo astral.


La gran raza aria a que pertenecemos tiene por objeto desarrollar con preferencia el cuerpo mental, al que vosotros llamáis mente.


Cada una de estas grandes razas dominan en el mundo durante millones de años; pero se extienden de tal modo que una empieza antes de que la anterior haya terminado; así es que, aunque la raza aria se encuentra por todas partes, hay todavía muchas gentes que notoriamente pertenecen a la raza atlante y algunas pocas toda vía a la anterior. Existen grandes rasgos de sangre lemuriana entre los salvajes más atrasados.


Cada una de estas Razas-Raíces tiene siete sub-razas como partes completamente distintas de su Raza-Raíz, para realizar la obra de esta Raza y matizarla con su propia característica especial. Tomad nuestra presente raza aria que está destinada al desarrollo de la mentalidad. La cuarta sub-raza de esta quinta raza aria se relacionaba con el desenvolvimiento de la mente porque era parte de la gran raza quinta; pero se relacionaba con aquella mentalidad como si estuviera limitada por el cuerpo astral, es decir por pasiones y emociones; y por dicha razón algunos de los más maravillosos poetas y artistas del mundo florecieron en dicha sub-raza.

 

Todos nosotros pertenecemos a la quinta sub-raza de la quinta Raza-Raíz, y por ello estamos completando la evolución de la mentalidad. De aquí el portentoso progreso de la moderna ciencia en los últimos cien años y las tremendas revoluciones científicas que han transformado el mundo. Algunos de vosotros tenéis edad bastante para recordar que la condición del mundo en que hoy vivimos es completamente distinta de lo que era antes. En los últimos cien años han ocurrido los mayores adelantos científicos. Tal es el resultado de la obra de esta quinta Raza-Raíz dedicada especialmente a cultivar el intelecto, obra que se ha intensificado por encontrarnos en la quinta sub-raza.


La próxima sub-raza que está empezando es también una sub-raza de la gran raza aria, y por esto desenvolverá todavía la mentalidad; pero desde el punto de vista y con ayuda de la próxima facultad, la intuición. Así es que de esta nueva sub-raza podemos esperar un maravilloso desarrollo mental en diversos sentidos.


Nos hemos dedicado con asombroso éxito al análisis. La mayor parte de los descubrimientos de esta época se deben al análisis de inconcebibles menudencias. Los descubrimientos del porvenir, provendrán quizás de la síntesis y conseguiremos aspectos amplios y completos que reúnan gran número de cualidades, hasta ahora hipotéticas, para ser después completamente deslindadas.


Empezaremos a ver la razón de las cosas como un gran todo. De esta suerte cabe suponer que habrá descubrimientos maravillosos que enlacen estas diferentes modalidades de investigación y todo ello podrá ser obra especial de la sexta sub-raza a cuyo despertar asistimos. Que podamos hacer algo más que imaginarlo simplemente; que podamos ayudar con todas nuestras fuerzas al referido desarrollo es el objeto de este corto curso de cuatro conferencias.


Debo explicar un poco más al pormenor la cuestión de las razas que antes existieron, para que comprendáis la grandeza e importancia del asunto. Las tres grandes Razas-Raíces que he mencionado: la lemuriana, la atlante y la aria son las únicas de las que ahora podemos realmente conocer algo práctico. La investigación oculta ha revelado buena parte de lo referente a las razas más próximas a nosotros; pero aún no se habían definido del todo en su aspecto físico, por lo que el estudio de las mismas es más bien propio de los psicólogos que de los etnólogos.


Otro punto digno de consideración es que a largos intervalos ocurren grandes catástrofes que alteran notablemente el aspecto de la tierra. Si nos retrollevamos al período en que florecía la raza lemuriana, encontraremos que el mapa del mundo era tan diferente del actual, que no podríamos reconocer ninguno de los continentes que entonces existían.

 

Es un lugar común entre los geólogos que toda tierra ha estado en un tiempo o en otro bajo el agua y que toda tierra que está ahora bajo el agua (llevando la investigación tan lejos como quepa) presenta rasgos de haber estado en otro tiempo sobre ella. La tierra y el agua cambian de lugar en el curso de la historia del mundo; así es que si nosotros pensamos en una época de hace millones de años, no podemos sorprendernos al considerar que el mapa del mundo no sería hoy reconocible.
 

En el período lemuriano tenemos una curiosa disposición: el Polo Norte de la tierra estaba entonces seco y había allí un gran continente de configuración muy parecida a la de una estrella con vastas penínsulas que del Polo Norte arrancaban en varias direcciones. Groenlandia, una de las que todavía quedan, es una de las puntas de la estrella. Ninguno de los continentes de aquel tiempo tenía la configuración de los actuales. Había una gran faja de tierra que se extendía a través del Ecuador hasta una gran distancia al sur. Esta faja comprendía la tierra sobre la cual estamos ahora, la Nueva Zelanda y gran número de islas del Pacífico. De esta manera había al sur del mundo un vasto continente de configuración semicircular para compensar la estrella existente en el norte.


La raza lemuriana era en conjunto completamente negra; todas las razas negras de ahora tienen sangre lemuriana en sus venas. Los restos más puros de aquella raza son actualmente los isleños de Andaman y los pigmeos del centro de Africa. Los aborígenes de Australia descienden de los lemurianos, pero con mezcla de otras razas más modernas. Los primitivos lemurianos no eran hermosos; no podían poner completamente rectos sus brazos y piernas por no articular bien los codos y rodillas; estaban físicamente poco evolucionados.

 

Eran también de pequeño cerebro, con la cabeza en forma de huevo en casi todos ellos, la parte inferior grande y las mandíbulas prominentes. Muchos, en vez de frente tenían a manera de un rollo de hueso y carne de forma semejante a un salchichón; no eran de color oscuro-moreno sino de matiz negro-azulado. Realmente una de las primeras sub-razas tuvo color azulado.


Les sucedió muy paulatinamente la próxima gran Raza-Raíz, la atlante. Entre tanto ocurrieron profundos cambios terrestres; los inmensos océanos quedaron secos y extensas áreas de tierra se convirtieron en mares. La mayor parte del continente lemuriano estaba situado en lo que ahora llamamos el océano Pacífico; el gran continente atlante ocupaba lo que en su honor se llama en la actualidad océano Atlántico.

 

Encontrareis extensos datos de los atlantes en el Timaeus y Kritias de Platón. Esta es la principal fuente de información respecto a ellos, aunque desde entonces se han hecho muchas investigaciones que han facilitado medios de trazar el contorno exacto del continente. Si consultáis en cualquiera biblioteca las series de sondeos profundos hechos en el mar Atlántico por el Challenger, podréis precisar el sitio en que se encontraba la isla a que Platón se refiere.


La raza atlante era completamente distinta de la lemuriana. Tenía color amarillo-rojo. Las primeras sub-razas eran todavía oscuras y no estaban bien desenvueltas, pero alguna de las últimas sub-razas poseía magníficos ejemplares de la humanidad. La tercera sub-raza, por ejemplo, llegó a gran altura de poderío y gloria. Fué una raza tan grande, que Egipto, aquel maravilloso imperio de los antiguos tiempos, constituyó en su origen una de sus colonias.

 

La capital de la Atlántida en aquellos remotos días fue conocida con el poético nombre de «La ciudad de las Puertas de Oro», porque su principal templo tenía una puerta de oro de renombre mundial. El Emperador ostentaba el título de «Gobernador Divino de la Puerta de Oro». Todavía aparece este nombre en los libros religiosos de China y de otros países. Aquella gente había progresado hasta muy alto grado de bienestar material.


La ciudad de las Puertas de Oro hubiera podido compararse ventajosamente con cualquiera de las ciudades que existen actualmente. El recinto intramuros contenía unos dos millones de habitantes, y contando los suburbios del exterior era tan vasta como Londres en el día.


Existen aun multitud de vestigios que nos muestran cómo eran los hombres de la raza atlante, aunque tal vez la deducción no sea rigurosamente exacta, porque todas las razas degeneran físicamente pasado el tiempo de su apogeo. Entre vosotros no quedan ahora restos de los ejemplares más hermosos de dicha raza; pero los chinos, los malayos, los tártaros y los indios rojos descienden todos, sin duda alguna, de los atlantes y dan idea de las más prominentes características de aquella Raza-Raíz. Los maorís de Nueva Zelanda son principalmente atlantes aunque tengan considerable mezcla de otra sangre.


Para cada una de estas razas había siempre un gran guía llamado el Manu, que dirigía a su pueblo y le enseñaba en igual forma que la fábula cuenta de Moisés. El método de desarrollar una nueva raza consiste en tomar algunos de los mejores cuerpos físicos que existan (los que pertenecen, naturalmente, a la antigua raza) y proceder en cierto modo por una especie de selección, haciéndoles vivir en comunidad aparte y moldearlos para formar una nueva raza.

 

El Manu de una Raza-Raíz combina sus vidas materiales tan cuidadosamente como un químico sus drogas y después inculca en su gente la idea de que constituyen una raza elegida y no deben, de ningún modo, contraer alianzas matrimoniales con otras razas. El Manu de nuestra raza aria tomó unos cuantos individuos de las mejores familias de la isla Atlántida hace unos setenta mil años; los estableció primeramente en la meseta central de la Arabia, pero no tuvo éxito; fue preciso hacer una nueva selección de los descendientes de la primera y al poco tiempo los condujo al Asia Central.

 

Lentamente, a través de muchas centurias, esta raza creció hasta adquirir soberbio poderío, gobernando toda el Asia Central, desde el Tibet hasta las costas orientales, desde la Manchuria hasta Siam. Aquellos fueron los límites del Estado en sí mismo, pero también ejerció soberanía sobre las islas comprendidas entre el Japón y la Australia, de suerte que el indeleble sello ario quedó estampado en razas tan primitivas como son nuestros propios aborígenes y los velludos ainos del Japón. Exactamente del mismo modo que los lemurianos eran de un negro azulado y los atlantes amarillo-rojos, la raza aria era, casi en conjunto, de color blanco-moreno. Sus descendientes se entremezclaron con los atlantes en lo que ahora es India británica.


Habréis oído hablar de las cuatro castas de la India, las que eternamente han estado divididas entre sí. Fueron en su origen instituidas por el gran guía, el Manu, quien llevó a sus arios en medio de la población lemuro-atlante en la península de la India.


Temía que su puñado de hombres pudiera mezclarse matrimonialmente con sus habitantes, y que de este modo perdieran sus características distintivas, con tanto esfuerzo logradas, ya fin de que la sangre aria no se perdiera irremediablemente, instituyó las castas prohibiendo el casamiento entre ellas. Damos por sentado, que los brahamanes serían arios puros, aunque pudieran haber tenido ciertamente alguna ligera mezcla antes de que el edicto se promulgase.

 

Estos hombres, venidos de los Himalayas, eran blancos, y por esto la casta brahamánica tiene aun hoy color algo más claro que las otras.


Después de ellos, la gran casta inmediata, los kshattriyas, fueron aquellos arios que habían contraído matrimonio con las gentes que gobernaban en la India antes de que los arios llegasen a ella; y como los que componían dicha casta eran los más desarrollados atlantes de la tercera sub-raza, llamada tolteca, su color era rojo.

 

La tercera casta, los vaisyas, principalmente mercaderes, fueron aquellos arios que se habían unido al elemento turanio, y su color era amarillo. Se supone hoy que estos colores son los signos o marcas de estas castas. La más inferior de todas, los sudras, fueron los habitantes que no tenían origen ario, ya sus descendientes se les considera todavía separados de las otras tres castas compuestas de individuos dos veces nacidos, siendo considerada la casta sudra muy inferior a todas las demás.


La segunda sub-raza de la raza aria era la arábiga. Yo sé que los árabes son comúnmente considerados como semitas y no arios. En realidad hay dos clases de árabes que difieren grandemente. Todavía se encuentran vestigios de estas dos clases entre los hamyaritic del sur y los mostareb del norte. Esta segunda sub-raza conquistó toda el África (excepto Egipto), y, considerable parte del Asia, así como Persia y Mesopotamia, aunque no las poseyeron mucho tiempo.

 

La tercera sub-raza fue la irania, cuyo pueblo habitó la antigua Persia dominando el Asia occidental desde el Mediterráneo a los Pamires y desde el mar de Araal al golfo Pérsico. Los principales representantes de ellos hoy día son tan sólo la pequeña Comunidad de los Parsis, distintos completamente de las otras razas que los rodean. Los actuales habitantes de Persia tienen mucha sangre irania, aunque mezclada con la de sus conquistadores árabes; mezcla parecida nos ha dado los kurdos, los afghanos y los beluchos.


Considerando a la humanidad algo más posteriormente, llegamos a la cuarta sub-raza de la gran raza aria, que resulta ser sumamente interesante. Esta subdivisión estaba relacionada con la manifestación del intelecto, influido por las pasiones y emociones; por esto encontramos en ella un maravilloso desenvolvimiento artístico. Esta cuarta sub-raza se extendió por el Asia Central hasta el Cáucaso y se estableció allí por largo tiempo, gobernando la Georgia, Minglelia, Armenia, Kurdistán y Frigia. Más recientemente, después de estacionar en aquella parte como poderosa nación por millares de años, empezó a emigrar por tribus a Europa.


En dicho período, lo que es ahora la parte central de Europa acababa de surgir del agua. Durante muchos siglos toda aquella planicie central europea no fue otra cosa que un inmenso pantano, y sólo gradualmente les fue posible a los hombres penetrar en aquellos parajes. La primera oleada de esta sub-raza fueron los pelasgos, en quienes se comprenden los griegos más antiguos. La segunda fue la de los albanos; la tercera comprendía las razas italianas; la cuarta fue la que llamamos comúnmente celta o gala, raza maravillosa y artista que ocupó Francia, Bélgica, las islas Británicas y la parte occidental de Suiba.

 

La quinta oleada se perdió en el norte de Africa, dejando algunos vestigios de ella entre las tribus de Berbería llamadas kábilas, y el elemento milesio, tipo de ásperas facciones, cabeza cónica y pelo rojo contribuyó a la repoblación de Irlanda. La sexta oleada fue la más noble de todas; llegó a Irlanda por la Escandinavia mucho tiempo antes que los milesios y contribuyó a su extremadamente mezclada población el espléndido elemento tuata de Danan, de cara ovalada, ojos pardos o azules y cabello castaño casi todos.


Gran parte quedaron en Grecia explotando o subyugando a los pelasgos y formando después aquella gloriosa raza griega que ha hecho más que todas las otras al dar artistas al mundo. La quinta sub-raza de la raza aria también empezó en el Cáucaso, pero se estableció principalmente en Daghestán y en las costas del mar Caspio, trasladándose después hacia el norte, cerca de donde hoy está Cracovia, en Polonia, y allí parece que permaneció largo tiempo extendiéndose desde aquel punto poco a poco, conforme su número aumentaba y las tierras pantanosas llegaban a ser habitables. Es muy curioso notar cómo se subdividió aquella sub-raza.

 

La primera emigración desde Cracovia formó los eslavos y éstos marcharon en dos direcciones, norte y sur; los que fueron al norte constituyeron los rusos, y de los otros provienen los servios y bosnios. La segunda emigración formó los leticios, una raza que nunca se separó mucho de su centro, los letos, lituanos y prusianos. Hubo después una tercera emigración que produjo los germanos, que nos dieron por una parte las gentes de Alemania del sur y por otro lado los escandinavos y los godos.


Los escandinavos ocuparon Normandia, y más tarde, como los normandos, hicieron correrías por el norte de Inglaterra y por Sicilia, al sur. Desde entonces sus descendientes se han extendido por el norte de América, Australasia y Africa del sur; tan grande era la energía de aquella gran raza escandinava cuyo fin todavía no ha llegado. Los godos conquistaron todo el sur de Europa y su sangre corre por las venas de todas las familias aristócratas de Francia, Italia y España. Después de salidas del Asia Central la cuarta y quinta sub-razas, la Raza-Raiz en conjunto emigró a la India, como se ha mencionado antes, y una tribu de ella fundó el remotísimo imperio persa.


Lo que antecede es solamente un tosco esbozo de lo que hicieron cada una de estas grandes sub-razas; y al deciros esto me anima la idea de que comprendáis la importancia del lugar y obra de una sub-raza. La que ahora está empezando es la sexta; cuando llegue su tiempo tendrá tanta importancia en el mundo como han tenido las otras, probablemente más todavía. Ahora, en la cuna de esta sub-raza pueden imprimirse en ella ciertas características. Los que intenten desplegarlas pueden quizás intensificarlas o ser ayudados en el transcurso del tiempo para su desenvolvimiento. Por esto debemos comprender la importancia del lugar en que dicha sub-raza aparece y la obra que ha de realizar.


Esta evolución es la voluntad de Dios con respecto al hombre, y si nosotros podemos hacer algo para activarla y ayudar al plan divino, seremos literalmente colaboradores de Dios, que es seguramente el honor más grande y el mayor privilegio de que puede gozar un ser humano.

La civilización actual comprendida entre dos oleadas de vida.


El último domingo os hablé del plan general de la evolución, que se vale de las razas y sub-razas, explicándoos que ahora precisamente nos encontramos en el punto más interesante o sea en el principio de una nueva sub-raza. Os indiqué algo de lo que serán sus características, y esta noche deseo mostraros la naturaleza de estas características particulares y la manera por la cual esperamos que puedan obrar en el mundo exterior.


El principio que comprende todo progreso parece ser el del movimiento cíclico. Cada cosa es impulsada, se mueve hacia adelante, actúa durante cierto tiempo, retrocede de nuevo y después sigue un impulso progresivo por segunda vez. La vida del hombre mismo es el ejemplo más inmediato de esto; el hombre, como alma, desciende a la encarnación; toma cuerpo por cuyo medio aprende ciertas lecciones, desarrolla ciertas cualidades y después entra en sí mismo otra vez para digerir el resultado de sus esfuerzos, para asimilarse aquellas cualidades y fortalecer aquellas potencias. Después vuelve de nuevo y una vez más se manifiesta por medio de la materia para que pueda aparecer otro conjunto de cualidades.


Lo que es verdad en la vida del hombre lo es igualmente en la vida de una nación; exactamente lo mismo que el hombre tiene su juventud, su periodo de madurez y éxito, y después su decadencia, del mismo modo una nación tiene su periodo de juventud, el tiempo en que florece, cuando todas sus grandes obras aparecen en el mundo, y después un período decadente cuando la nación va agonizando al perder su categoría de gran potencia. La historia nos enseña lo que ha ocurrido con las grandes civilizaciones. Si seguís la historia de cada una de ellas -el gran gobierno persa, el gran sistema griego o el imperio romano (en muchos aspectos el más potente de todos)- veréis cuán verdad es lo dicho.


Lo que les ocurrió a aquellas civilizaciones en su vejez debe ocurrir con nuestra propia civilización conforme a la naturaleza de las cosas. Esto es verdad, igualmente para todas las civilizaciones, inclinándose uno a pensar algunas veces que lo que así ocurre se debe a una extremada misericordia.


Me acuerdo que hace años me impresionó profundamente lo relativo a una civilización de la cual muchos de vosotros apenas habéis oído hablar: la civilización del antiguo Perú. Si leéis los libros que tratan de ella, podréis estudiar el sistema que los españoles encontraron vigente al conquistar aquel país y os sorprenderá su adaptabilidad, la buena fortuna que parecía deparárseles, la excelente manera en que producían todas las cosas. Lástima parece que los españoles fueran allí para destruir todo aquello, para destruir una nación tan espléndida y pacíficamente floreciente, puesto que tan hermosa labor hacían para su pueblo en el camino de su desarrollo.

 

Podemos ver una razón de todo lo ocurrido cuando pensamos en ello detenidamente, pero habréis de meditar mucho antes de comprender el por qué de la crueldad de los españoles y de la carnicería que su llegada produjo y que pudo ser, en cualquiera forma, un elemento de progreso respecto a lo que antes existía. Del mismo modo, el magnífico imperio romano cayó ante los ataques de los godos y los vándalos, gentes que, indiscutiblemente, llegaron a sobrepujar a los romanos en civilización y en casi todas las cosas que a nosotros nos hacen la vida amable; porque precisamente lo poco que ellos poseían y de lo cual carecía la civilización romana, fueron las semillas de una futura grandeza que alcanzó un nivel no sospechado por Roma.


Así es que la historia nos enseña que, aunque una tras otra pasen las poderosas y espléndidas civilizaciones, su desaparición se efectúa para el mayor bien del mundo en conjunto. No expongo ante vosotros, en este momento, la idea del progreso de la humanidad desde el punto de vista de que individualmente debemos sacrificarlo todo al bien de una posteridad que al fin y al cabo no puede hacer nada por nosotros; pero admitiendo, como yo admito, la doctrina de la reencarnación, os digo que volvemos a venir al mundo, que las mismas almas vuelven para encontrar mejores posibilidades y circunstancias, siendo ésta la razón fundamental de todos estos movimientos cíclicos de progreso.

 

El alma crece y al propio tiempo y en igual grado mejora con ella su vehículo, el cuerpo. Podéis cambiar un cuerpo hasta cierto punto, pero no más allá de este límite, y si un hombre progresa rápidamente, alcanza inmediatamente un estado en que le será mejor tomar un cuerpo también más evolucionado. Este es el motivo de la reencarnación, teniendo en cuenta que cada cuerpo sirve para la enseñanza de ciertas lecciones y el desarrollo de ciertas cualidades.


La misma idea debe aplicarse al crecimiento, madurez y decadencia de las naciones.


¿Qué es, después de todo, una nación? Si no admitís la idea de la reencarnación, si creéis que sólo habéis nacido una vez, diréis: «Esta es mi nación; yo pertenezco a ella y no es posible que pueda pertenecer a cualquiera otra»; pero si comprendéis que vosotros, que vuestra alma toma muchos cuerpos sucesivos, pensareis:

«Esta es mi nación ahora por el momento; formo parte de ella; debo batirme por ella; trabajar para ella; pero en el pasado he pertenecido a otras naciones y perteneceré a otras más en el futuro. Estoy aquí con cierto propósito definido; dejadme descubrir cual sea este propósito y trataré de desarrollar el plan evolutivo, porque conozco que este plan será el mejor bien para el hombre y para el provecho de la humanidad en general.»

De este modo comprenderéis por qué las naciones tienen una historia semejante a la del hombre individual. Una nación determinada existe para desenvolver ciertas cualidades entre las gentes que la constituyen; pero solamente un cierto número de egos o almas son aptas para ocupar aquellos cuerpos y adquirir dichas cualidades. Al fin llega, tiempo en que todos cuantos están dispuestos a aprender determinada lección se la asimilan, y no habiendo más almas que necesiten esta enseñanza, empieza a desaparecer la raza.

 

Podéis ver lo que aún ahora está ocurriendo en algunos países del mundo. Sabéis que ciertas regiones aumentan en población y que otras, con exactamente las mismas posibilidades, no aumentan del mismo modo. Hay varias en que la población disminuye en vez de aumentar, y esto significa que ya no necesitan en aquella forma las cualidades particulares que se les ofrecieron para desenvolverlas, y así es que la raza muere.


Una raza no existe para su propia utilidad, sino en beneficio de las almas que pasan por ella; y si fijáis esta idea en vuestra mente, si comprendéis que las almas pasan sucesivamente por los diferentes tipos de razas, no sentiréis la desaparición del maravilloso arte griego ni la de la regularidad y orden del imperio romano, porque después de todo, nosotros somos las mismas gentes que formaron aquellas poderosas civilizaciones. Los nacidos ahora en estas razas para desarrollar otras cualidades, pasamos ya por todas aquellas, y como aprendimos nuestras lecciones, no las necesitamos más, por lo que se extinguen las razas.


No debeis lamentar la caída de ninguna civilización por esplendente que sea, porque las almas que lograron aquella esplendidez volverán de nuevo a la tierra y formarán otra todavía más brillante. Todo consiste en el progreso. Tomad el caso del antiguo Perú. La vida de aquella nación resaltaba maravillosamente. Allí no se conocían la pobreza ni la criminalidad; sólo se castigaba con arreglo a la ley, y el único castigo era la expulsión de la comunidad. Por maravillosas que fueran aquellas costumbres no llegaban a estimular las iniciativas del hombre.

 

Si queréis hacer hombres útiles y potentes debéis darles ocasión de ejercitar libremente su pensamiento; podrán emplearlo torcidamente durante algún tiempo, pero aun así es preciso que obren con libertad. En el momento en que dierais a los hombres tal facultad sería imposible un Estado semejante al del antiguo Perú. No podréis conducir a los hombres por mucho tiempo a vuestro gusto, porque les comunicáis vuestra propia voluntad y es preciso que aprendan a usar de la suya.

 

Yo creo que la Deidad reconoce que al emplear nuestra libre voluntad podremos usarla torcida mente en muchas ocasiones. En el Perú las gentes iban guiadas por el recto camino como simples corderos, y esto no contribuye a desenvolver grandes facultades espirituales, pues aunque pueda formar hombres dóciles y buenos, no despertará poderes capaces de gobernar imperios en el porvenir, lo cual es el objeto de la evolución.


Por lo tanto, cada nación tiene su nacimiento, juventud, madurez y decadencia, y lo mismo ocurre en las grandes Razas-Raíces. Nosotros, que somos de la raza aria, aún no hemos alcanzado nuestra supremacía; aún somos en muchos aspectos un pueblo joven. Incluyo a la raza aria en conjunto, pues aunque ya cuenta sesenta mil años de existencia, no ha llegado aún a su apogeo; pero la raza precedente, la atlante, pasó de un modo bien claro del punto de su completo desarrollo, y todo lo que nos ha quedado de su civilización demuestra los signos de la decadencia.


Lo existente en Java y en los Estados malayos, son reliquias del gran sistema atlante; pero veréis que estas comarcas están en las congojas de la consunción. Pasó el tiempo de su verdadera utilidad, esto es, que sus más evolucionados egos no encarnan ya en dicha raza, sino en la nueva raza, la aria, y están entre nosotros.


Yo no deseo, por supuesto, ni quiero que admitáis cuanto digo. El interés del asunto estriba en que aprovechemos cuidadosamente nuestras posibilidades, que veamos con la mayor claridad lo que nos conviene y lo hagamos; porque ya veis que vivimos aquí bajo un poderoso sistema de ley, sobre cuyo origen no tenemos poder alguno. Por dicha razón seremos sabios si tratamos de comprender el sistema y adaptarnos a él en tanto como nos sea posible.

 

La esencia del pensamiento teosófico consiste en comprender el plan del universo y seguirlo, no porque podamos evitarnos muchas aflicciones, sino porque siguiéndolo aceleraremos su glorioso fin cuando toda la humanidad haya alcanzado el grado de perfección ofrecido por Dios.


Estamos actualmente en un punto de transición, y si observáis el mundo que os rodea podréis ver muchas manifestaciones de este hecho. Hallaréis que en muchos aspectos nos parece haber llegado al fin de las cosas y que somos incapaces de ulteriores progresos en la dirección en que hemos estado actuando; y al mismo tiempo no puede faltarnos la promesa de que puedan abrírsenos nuevas puertas o estén próximas a abrirse, y nos conduzcan seguramente por nuevas líneas de desenvolvimiento. Observad los diferentes órdenes de la vida y veréis cuánta verdad hay en lo que digo.

 

Tomad, por ejemplo, uno de tos más importantes aspectos de la vida, el de la religión: mirad a vuestro alrededor aquí, en vuestro país, y vereis como la religión que pretendemos profesar está realmente actuando en nuestro favor.


Lo primero que llamaría vuestra atención es que la religión, como tal, influye poco en nuestra conducta diaria. Habéis nacido en ciertas condiciones y por eso quizás no lo habéis observado; pero id a otros países en donde prevalecen otras creencias, por ejemplo, la India británica, y observad la conducta de los trescientos millones de individuos que la habitan; id a las comarcas mahometana o budista y veréis algo completamente diferente.

 

El turista vulgar que visita tales países cree que en ellos la gente es idólatra; pero tened presente que si hubierais nacido allí, vuestra conducta, vuestra religión y la cristiandad entera no os hubiera parecido lo que os parece ahora. Por lo mismo aseguro que si vais a alguno de estos países y tratáis de comprender el pensamiento de las gentes, lo primero que advertiréis será probablemente el que en dichos países la religión es una realidad que influye en la conducta diaria de las gentes, y esto os parecerá muy extraño porque no estáis acostumbrados a ello.

 

Hay muchos hombres perversos en la India, así como también muchos hombres buenos; pero al fin notareis que la religión influye poderosamente en todos los momentos de su vida. El indo ha sido guiado desde su niñez por la enseñanza religiosa. En toda sencilla acción ejecutada durante el día se ha asimilado cierto matiz religioso definido, lo cual os extraña a vosotros, educados de otra manera. Hay quien dice que todo ello es superstición; por el contrario, yo sostengo que si allí hay religión en todo, como ocurre ahora, así debe ser .


¿Por qué nuestra religión no nos afecta del mismo modo en todo tiempo? Os ruego recordéis que antes ocurría así, que durante la Edad Media, la religión de las gentes de Europa formaba parte de sus vidas con mayor intensidad que ahora. No conozco bien a Rusia, pero creo que allí hay muchas gentes religiosas y que los aldeanos de ciertas regiones dan a su conducta diaria un vehemente aspecto en este sentido.

 

Pero considerando en conjunto nuestra propia raza anglo-sajona, en el actual momento, cabe asegurar que no somos una raza en que la religión intervenga en la conducta diaria. ¿Por qué así? Porque jamás renacerá la firme fe medieval, que admitió como verdades exactas las cosas inciertas. La crítica superior demuestra que muchos de los libros de vuestras sagradas Escrituras no fueron escritos como se suponía, que en muchos de ellos había toda clase de errores, que no representaban con exactitud la historia de los tiempos, etc, etc.


Habeis tenido disputas respecto a los fundamentos de la religión. Aquí en Australia, no hace mucho tiempo, un obispo afirmó que el Antiguo Testamento no era conveniente para la educación de los jóvenes por sus enseñanzas inmorales. Opino que estaba justificado cuanto dijo. He leído en el periódico «Hibbert» una discusión respecto a que las palabras y acciones del Cristo referidas en el Nuevo Testamento pueden dar margen a considerarle como omnipresente u omnisciente o sólo como buena persona. Esta cuestión la suscitó un clérigo con toda franqueza. El que asuntos de esta índole se estudien y discutan así, nos enseña que no pueden volver las antiguas y ciegas creencias de la Edad Media.


Nosotros tomamos ahora el asunto desde diferente punto de vista. No podremos nunca constituir una raza religiosa al modo de nuestros antepasados, que eran profundamente religiosos hace trescientos o cuatrocientos años.


Se podría pensar que desde el punto de vista religioso esta imposibilidad sería una pérdida, porque, al menos en aquellos tiempos, las gentes tenían verdadera religiosidad, aunque eran muy ignorantes, y ahora son francamente irreligiosas. Pero ésto es el intermedio entre dos oleadas. Podemos estar seguros de que en el futuro seremos profundamente religiosos, pero de otra manera; seremos religiosos con la razón armonizada con la fé; nuestra religión será tal que pueda examinársela con microscopio. Ya no consistirá en cierto número de dogmas que no comprendamos.


Seremos científicos en nuestros pensamientos religiosos lo mismo que en los demás pensamientos, pues uniremos ambas modalidades en una. Tendremos otra vez nuestras creencias, pero en más alto nivel y por diferente vía.


La religión, tal como hoy se halla establecida, ha perdido su influencia en la mayoría de las gentes. Comparad la concurrencia al lugar destinado al culto con la población de vuestra ciudad, y vereis el resultado. Creo que la proporción en Inglaterra es de uno a quince. Cabe la seguridad, sin prueba en contrario, de que la religión del día no es la de la nación en conjunto; aquí la religión no tiene influencia en los individuos como otras religiones la tienen entre sus fieles. Esta no es una afirmación basada en argumentos; es una cuestión de hechos. Por esto la religión, según hoy es, ha dejado de influir en las mentes. Si la religión ha de ser un poderoso factor de la conducta humana, necesitaremos algo nuevo; habremos de seguir otros derroteros porque los antiguos parecen insuficientes.


¿Cuál será la posibilidad del porvenir? Os indiqué la semana pasada, hablando de las características de la nueva sub-raza, que las gentes de entonces serán excepcionalmente sensitivas, y tendrán ciertas posibilidades psíquicas. Vosotros habreis estudiado o no el asunto de las cualidades psíquicas; pero si por el momento admitís que existen, se nos abrirá otra modalidad de pensamiento religioso. Sabemos que la facultad psíquica va en aumento y que sus destellos aparecen en la mayor parte de las gentes.

 

Aumenta evidentemente el número de quienes poseen alguna facultad psíquica. Si tomamos una docena de individuos a la ventura entre esta reunión y los hipnotizamos, resultará que más de la mitad son más o menos clarividentes, lo cual prueba que la clarividencia está próxima a aparecer en la superficie. Es necesario que en la mayor parte de las gentes los vehículos de los sentidos queden embotados antes de que se muestre dicha facultad; pero en cuanto estos sentidos se entorpecen, aparece la vista interior.

 

En más de la mitad, en el setenta y cinco por ciento, quizás, de los sujetos hipnotizados, encontrareis más o menos desarrollada la clarividencia. Indudablemente, la ciencia ya lo admite, aunque da otro nombre a este fenómeno, sin por ello alterar el hecho.


Por lo tanto, hay una posibilidad muy manifiesta. Si los poderes psíquicos están tan cerca de la superficie, aun entre las gentes del día; y si en la sexta sub-raza todavía estarán más próximos a aparecer, tendreis otra serie de pruebas religiosas. En lugar de atenerse a las aserciones del pastor, en vez de confiar ciegamente en lo que se ha escrito en libros antiguos, sereis capaces de aprender las cosas por vuestra cuenta.

 

Yo mismo creo que esta posibilidad puede ser de por sí el real y permanente fundamento de cualquiera religión: el que el hombre encuentre a Dios dentro de sí; porque Dios está en cada uno de vosotros, en cada ser humano, y el objeto de la religión consiste en educir el Dios que está en nosotros, cuando el hombre pueda comprender al Dios interno y comunicarse con El. Ya no dudareis por más tiempo de la existencia de Dios, porque lo conoceréis y lo sentiréis, y este será el único medio seguro de que todo hombre le conozca.

 

Ahora disputamos mucho respecto a los estados después de la muerte; pero si la clarividencia llega a ser general, no cabrá discusión porque gran número de individuos verán a los que nosotros llamamos «muertos» , y serán capaces de hablar con ellos y saber todo lo que se relaciona con su vida en los mundos superiores. Este es sólo un aspecto de las consecuencias del referido desarrollo. Gran número de personas, que aumenta constantemente, obtienen ya dicha prueba por sí mismos.

 

Si dicho número ha de aumentar todavía más en el porvenir, la religión y sus enseñanzas tendrán para siempre distinta base, porque la gente no sólo verá las cosas que les digáis sino que también verán por sí mismos el efecto de los buenos y de los malos pensamientos. Si van a una iglesia verán el poder del Sacramento y el significado exacto de todas las ceremonias. De este modo puede la religión recibir completo estimulo desde un inesperado punto.


Consideremos la ciencia. Creo que comprenderéis que también aquí habremos de llegar al fin de las cosas en cierto sentido. Nosotros vivimos en tiempos del mayor desarrollo científico. Si miráis un siglo atrás, veréis cuánto ha cambiado. ¡Cuán diferente eran las cosas en la época de la gran batalla de Waterloo! Ni telégrafos, ni ferrocarriles, ni teléfonos, ni aeroplanos, ni electricidad. Las condiciones eran tan diferentes que parecía aquella la vida de otro mundo. ¡Qué tremendo cambio se ha operado en una centuria!


Hemos hecho los más maravillosos descubrimientos en todas las modalidades del pensamiento científico; pero al propio tiempo parece que los científicos están agotando sus viejos métodos. Sabeis que los científicos han construido maravillosos instrumentos de minuciosa exactitud. Pueden pesar la inapreciable milésima de una casi inapreciable partícula; y con toda la exactitud de sus instrumentos, con todo el maravilloso desenvolvimiento de finura y delicadeza, se encuentran próximos al fin de sus investigaciones en muchos sentidos.


Toda la base de nuestra ciencia estriba en la observación; pero os advertiré (y os lo confirmará la lectura de las últimas obras científicas), que sólo manejan fórmulas matemáticas; se deducen ciertas conclusiones por medio de toda clase de cálculos matemáticos. Esto es un maravilloso adelanto. Los científicos discuten el método de observación en que la ciencia ha estado basada hasta ahora; se acercan a una región desconocida, y están apurando la perfecta exactitud; así es que hay gran parte de conjeturas alrededor de todo ello. Esto es inevitable.

 

También necesitan algo nuevo; necesitan un nuevo punto de partida. Esta facultad de clarividencia, tan útil con respecto a la religión, es inestimable en la ciencia, porque cabe perfeccionar al observador en vez de perfeccionar los instrumentos. Tiene el hombre facultades latentes con las que puede apreciar directamente lo infinitamente pequeño, siéndole posible en la actualidad ver el átomo sin ayuda del microscopio.

 

Dicho poder ha sido desenvuelto y utilizado; puede adquirirse, aunque su adquisición requiera penosos esfuerzos de abnegación y modificaciones en varios sentidos, todo lo cual amedrentará a muchas gentes. Consideremos la psicología. Los investigadores psicólogos no pueden lograr grandes resultados siguiendo sus propias posibilidades; pueden lograr la evidencia, pero para conseguirla deben ponerse en contacto con las gentes que desprecian, con los espiritistas y mesmeristas, y aprender de ellos algo respecto a los extraños y anormales estados de conciencia.


Observareis que, por ejemplo la medicina, tiene cada vez menos fe en los medicamentos de farmacopea, mientras que cada día se da mayor importancia al aspecto mental del caso patológico.


Médicos hay convencidos de que si consiguiesen poner de acuerdo el pensamiento del paciente con el suyo tendrían ganada la mitad de la batalla; si pudieran avivar las esperanzas del paciente adelantarían mucho en la curación. No hay nada nuevo en esta idea, y claramente parecen confirmarla los modernos procedimientos.


Muchos médicos franceses emplean habitualmente la clarividencia para diagnosticar casos difíciles. Con el desarrollo de mayores facultades será capaz el hombre de observar por sí mismo sin ayuda de instrumentos físicos.


La misma mudanza se echa de ver en el arte, que ya es completamente distinto. En otro tiempo nos satisfacía admirar a antiguos maestros ya quienes seguían sus huellas lo mejor que podían; pero ahora aparecen los futuristas y los cubistas, cuyas producciones son en extremo mágicas sin nada semejante en el cielo ni en la tierra, pero creo que lo tendrán; creo que estas extrañas cosas vistas fuera de lo natural, son esfuerzos para expresar algo no expresado todavía. Lo mismo hallareis en la música que difiere notablemente de la antigua, pues creo que las disonancias que hieren extrañamente los oídos acostumbrados a la antigua música son verdaderos esfuerzos para expresar algo más elevado.

 

Creo que es una etapa en el camino para la música del porvenir. No son todavía afortunadas sus expresiones, pero lo serán; y como la sugestión que originan es más intensa que la de la música actual, producen cierta fascinación en algunas gentes; nos hacen ver más de lo que la ordinaria vista física puede ver; han intentado sugerir el concepto de las cosas pertenecientes a un mundo superior. Hoy progresaremos por esta etapa, y el lugar de ineficaces intentos para conocer estas cosas, hallaremos el modo de poder conocerlas.


Si os hablo de las condiciones sociales, veréis que nuestros antiguos proyectos fracasan ante nuestra vista. No direis que los problemas sociológicos hayan sido resueltos satisfactoriamente en parte alguna. Aquí, en Australia, habeis hecho grandes experimentos, logrando en cierto modo un éxito con ellos, a causa de lo dilatado del territorio y lo exiguo de la población; pero todavía estamos lejos de una satisfactoria y conveniente solución.


Las condiciones son muy semejantes a las existentes hacia el fin del gran imperio romano. Realmente no hemos resuelto este asunto todavía. Sabemos que en América se han hecho toda clase de nuevos experimentos; ha habido disturbios en todas partes; trastornos y conflictos sociales de toda clase; sindicatos y combinaciones que una y otra vez han defraudado al público apoderándose con propósitos egoístas de los bienes de la nación.


Creo que tanto aquí como allí nos encontramos entre dos oleadas, que estamos actuando a nuestro modo haciendo ensayos que de alguna suerte son mejores y más elevados que antes. La idea de fraternidad, de cooperación, en lugar de la de competencia, se extiende por el mundo. La gente habla de ello y reconoce que sería verdaderamente apetecible que pudiera realizarse; pero nadie ha indicado todavía la manera de poderla efectuar en grande escala.


Pequeñas comunidades han aparecido en varios sitios, actuando provechosamente durante algún tiempo, pero pronto o tarde el egoísmo apareció y la sociedad fue disuelta. Ciertamente estos intentos pueden tener una finalidad práctica, puesto que en el porvenir la fraternidad gobernará al mundo y la cooperación aparecerá de uno u otro modo en substitución de la competencia; pero todo ello ha de ocurrir gracias al común sentido de las gentes. A menos de reconocer el verdadero principio de la fraternidad, temo que en el asunto que nos ocupa no podamos hacer más de lo que hicieron nuestros antepasados.


Tened en cuenta que la idea de fraternidad implica la de diferencia de edades, puesto que hay que reconocer que existen almas jóvenes y viejas. La idea de que todos los hombres han nacido iguales no está de acuerdo con los hechos de la naturaleza, porque no es verdad. Algunas almas son viejas, otras jóvenes; algunas tienen cualidades de que otras carecen. No es verdad que todos los hombres hayan nacido iguales, ni tampoco lo es la teoría americana según la cual todos los hombres han nacido libres.

 

La idea de que el hombre ha nacido libre es muy extraña, porque el hombre ha nacido para ser siempre niño y si se le dejase libre no sobreviviría muchos días. Necesita atención cuidadosa y de no tenerla no podría subsistir. Los hechos hablan. El alma joven es incapaz de aprender mucho; tiene, en el conjunto de sus aptitudes, poco desarrollo moral. Es egoísta y la arrastran los impulsos del momento, sin cuidarse de los resultados de sus acciones. Es vulgar y mezquina. El alma vieja es de sereno juicio, tiene gran capacidad, es previsora; y sobre todo desinteresada.

 

Estas son las diferencias que distinguen a las almas jóvenes y viejas. Un régimen que pusiera el gobierno en manos de las almas más jóvenes no podría proceder nunca de una manera perfectamente satisfactoria; debéis implantar un régimen mediante el cual los hombres justos ocupen los lugares en que sea precisa la justicia.


Existe en la India el antiguo régimen de castas, que tal vez haya sido útil en tiempos pasados, pero ahora no lo es en modo alguno. Existe el régimen del derecho divino de los reyes: una hermosa idea si los reyes fuesen siempre justos y benévolos, pero frecuentemente no sucede así. La idea predominante en la actualidad es confiar el poder en manos de la multitud; pero la mayoría es siempre ignorante y no puede tener vehículos definidamente especializados.

 

Esta es la manera de prevenirse contra ciertas clases de opresión, pero se deja libre la entrada a gran parte de opresión que se manifiesta en otras formas, Se ha dicho con justo motivo que la tiranía de una democracia puede ser la mayor tiranía de todas. Una nación libre debe estar constituida solamente por hombres libres, y ningún hombre es libre mientras sea esclavo del vicio, de la bebida o de la vanidad. Los ciudadanos deben ser hombres libres en dicho sentido antes de que puedan constituir una nación libre.


En este gran país tenéis la oportunidad de contribuir al comienzo de una nueva sub-raza. Seguramente comprenderéis la importancia de que empiece con arreglo a rectos principios morales. Es necesaria una profunda y radical mudanza; pero hoy no pueden hacerse grandes experimentos a causa del enorme número de intereses creados que desde hace tiempo existen. No pueden ensayarse en Inglaterra, porque allí hay diferentes agrupaciones, cada una dispuesta a acumular capitales independientemente de otras.

 

Siempre ha existido allí la dificultad de modificar muchas cosas en sus distintos aspectos para realizar una reforma verdaderamente demoledora. Hay posibilidad de que una reforma de esta clase sea beneficiosa cuando acontece una desgracia muy terrible, como por ejemplo la gran guerra actual, que según sabemos está llena de horror, siendo al fin posible que permita una muy gran mudanza y ensayemos, en el sentido expresado, generales reformas que resultarán estupendas.

 

Notad como Rusia con motivo de la guerra prohibió la fabricación del vodka. De algo semejante se trató en Inglaterra, pero allí el intento produjo mayor perturbación. Y aún todavía ¿quién sabe lo que podrá hacerse si nuestros gobernantes tienen el valor necesario? Esta gran guerra puede tener por efecto la posibilidad de ensayos reformadores en gigantesca escala, que hubieran sido repudiados en otras circunstancias; y si esto puede ser así, merece serlo aunque varíen las circunstancias, porque las cosas bien ideadas no pueden ponerse en práctica bajo el régimen existente de gobierno parlamentario. Puede ocurrir que este terrible mal allegue al mundo enormes bienes.


Tenemos por lo menos el tremendo hecho de que vuestros compatriotas que mueren en la guerra están destinados a nacer otra vez en la nueva sub-raza. Todos estos jóvenes, caídos tan bruscamente en la flor de su edad, no están perdidos para su nación, como podría suponer un observador superficial. Por el contrario, volverán a su madre patria tan pronto como sea posible. El sublime sacrificio de sus vidas por un ideal, les confiere el derecho de nacer en la nueva sub-raza, y para educarlos se ha organizado un departamento apropósito en el mundo astral, adaptándolos a las nuevas circunstancias, antes de su próximo nacimiento.

 

De este nuevo departamento se ha encargado uno de vuestros propios oficiales, muerto en los primeros días de la guerra, y su misión es preparar e instruir los jóvenes héroes, a fin de que puedan comprender algo que justifique la razón por la cual han sido escogidos, y que cuando vuelvan a la tierra sepan lo que de ellos se espera, aunque todavía no puedan impresionar ciertas tendencias en sus nuevos cuerpos físicos.


Este es un hecho estupendo, un hecho que debe dar gran consuelo a los que han perdido en la guerra sus seres queridos; un hecho también, del más vivo interés, porque nos enseña que este porvenir no es mera especulación, sino un asunto práctico y definido, en el que cada uno de nosotros puede tener el honor de cooperar, si quiere hacerlo. La oportunidad se encuentra ante nosotros. ¿No la aprovecharemos?

 

Recordad que esta oportunidad no se nos da por simple acaso; recordad que la hemos ganado por algunas de nuestras acciones en el remoto pasado; cada uno de vosotros ha conquistado el derecho de haber nacido aquí en lugar de en cualquiera otra parte, precisamente en donde y cuando esta sub-raza empieza a aparecer. Vosotros sois el pueblo en cuyas manos la Deidad del sistema ha puesto el poder de guiar y ayudar a los que están creciendo en esa nueva raza.

 

Si perdemos esta oportunidad, pudieran transcurrir muchos miles de años antes de que se nos ofreciese otra en el camino. Si la perdemos, no por ello dejará de realizarse la obra, pero no por nosotros; habremos desperdiciado la ocasión que ahora se nos presenta. Lo que indudablemente más sentiríamos, a través de muchos milenios futuros, sería el no habernos mostrado lo bastante prudentes para aprovecharnos de la oportunidad que hoy nos ofrece la Providencia.


Preparación para el Nuevo Tipo

Os he hablado de la nueva sub-raza que ha empezado a formarse entre vosotros, y claro está que debe hacerse con los materiales existentes. No pueden encontrarse padres hechos de pronto para esta nueva sub-raza, siendo natural que de padres de la vieja quinta sub-raza nacerá el niño que ha de representar la nueva sub-raza. Ya indiqué en otra conferencia el método adoptado por el Manu (nombre que se da en la India al agente encargado de formar estas razas y sub-razas).
 

Generalmente selecciona Su pueblo; de ordinario elige lo mejor que ha podido encontrar en la Raza-Raiz existente, separando de algún modo unos de otros y formando con los electos una especie de colonia, que gradualmente va diferenciándose en sí misma de las otras gentes, por el matrimonio exclusivo entre ellos y por la firme impresión aplicada desde los planos superiores hasta que, muy paulatinamente, queda establecido un tipo enteramente nuevo.

 

Esto requiere un largo proceso que se dilata durante muchos siglos; y en algunos casos la raza fue prácticamente eliminada y constituida después por dos o tres familias que parecían más convenientes, haciéndose con ellas lo que podría llamarse un segundo principio.


En el caso del comienzo de una sub raza no es necesario ordinariamente un cuidado tan esmerado como el que se indica. Las otras sub-razas que brotaron de la gran raza aria fueron indudablemente formadas por selección, pero en grandes masas; tribus completas fueron obligadas a emigrar, y así las diferentes tribus se desenvolvieron en diferentes razas que, aunque muy distintas unas de otras, (como por ejemplo ocurre entre los pueblos latinos y nuestro propio tipo anglo-sajón), no era sin embargo la diferencia tan grande como la que existe entre nosotros y las reliquias de la raza atlante.


En el caso de esta nueva sub-raza, que ya empieza a aparecer entre vosotros, ningún intento se ha hecho para seleccionar unos de otros en tanto grado como fuera posible. En las familias ya existentes han nacido y seguirán naciendo constantemente niños que muestren las características de la nueva sub-raza, siendo evidente que en este caso la transición será más gradual; mas para la producción de cuerpos adecuados a la expresión de las características de la nueva raza, es frecuentemente necesaria una mezcla.

 

Esta es la razón, con toda probabilidad, de que las nuevas comarcas tales como Australia, Nueva Zelanda y los Estados Unidos hayan sido elegidas por teatro de experimentación. Aquí hay sin duda una mayoría de gente de descendencia inglesa, pero una gran cantidad lo son de otras naciones y algunos hay que pertenecen a la raza latina. En rigor representamos una comunidad determinadamente mezclada, y como todos han contraído vínculos matrimoniales con bastante libertad, la raza australiana no será ninguna de las otras sino una mezcla de todas, y por ello puede muy bien ser capaz de seleccionar por grados las buenas cualidades de las demás.


Desde el punto de vista oculto, un tipo particular de cuerpo es sencillamente un vehículo ajustado convenientemente para expresar ciertas características; si tenéis tal cuerpo perteneciente a una de las razas más emocionales, será probablemente capaz de desenvolvimiento artístico y de emoción, que puede a veces ser tempestuosa y que necesitará vigilante freno y enseñanza; pero también en cierto sentido será capaz de remontarse a grandes alturas, en los temperamentos fríos del Norte.

 

Por otra parte, los cuerpos de temperamento septentrional serán más aptos para desarrollarse a lo largo de ciertas líneas en que la misma cantidad de emoción no sea muy necesaria; serán más capaces que los cuerpos más emocionales en aquellos asuntos de mayor desarrollo.


Gentes de todas clases ha de formar la nueva raza porque ésta ha de tener en sus vehículos la posibilidad de manifestarse en diferentes aspectos. No daréis a cualquiera raza un sólo tipo de gente, sino individuos de todos los tipos; y los cuerpos preparados para ellos deben ser tales que expresen muy razonablemente con alguna extensión todas las características probables, es decir, aquellas que se procura desarrollar principalmente por medio de la nueva raza.

 

Una raza es en rigor una clase por la cual pasan las almas; una clase en que se intenta enseñar ciertas lecciones valiéndose de los vehículos que la componen; y el alma, durante el tiempo que pertenece a aquella clase, debe tener un cuerpo de cierta naturaleza que le permita aprender con relativa facilidad dichas lecciones. Una característica especial de la sub-raza romana o latina (celta la llamamos algunas veces) era la expansión de la parte emocional del hombre, mientras que el trabajo especial de la sub-raza anglo-sajona era la evolución de la parte intelectual.

 

Observaréis que en estas razas se manifiesta principalmente lo que podría llamarse entendimiento frío, divorciado de la emoción. Todas estas razas septentrionales han sentido mayor afinidad por la forma protestante del cristianismo, mientras que las razas del Sur, más cálidas y emocionales, han adoptado casi invariablemente las modalidades católica o griega, porque eran más convenientes a sus necesidades. Esto es simplemente asunto de selección natural.


La sexta sub-raza ha de combinar ambas cualidades y poseer la cualidad de la intuición. En vez del análisis, que ha sido la principal forma de manifestación de la quinta sub-raza, actuaremos ahora por síntesis. Hemos estado exhibiendo durante mucho tiempo la parte escogida del intelecto; hemos conocido las cosas por sus diferencias y resultado de ello es ser un pueblo crítico, por lo cual, con respecto al sujeto, siempre nos hemos fijado primeramente en los puntos diferentes de lo que estamos acostumbrados a ver.

 

Así es que nuestra primera actitud hacia cualquiera novedad tiene constantemente el aspecto de la desconfianza que se expresa en esta idea:

"veo aquí cosas que no me son familiares; aquel hombre tiene costumbres y pensamientos distintos de los míos, por lo tanto he de rechazar algo, he de dudar, he de ser suspicaz".

Solamente después, de un modo gradual, vemos que hay gran parte de conformidad en el fondo, y tal vez los puntos de diferencia sean menos importantes de lo que parecen. Podemos ver esto diariamente en la crítica ordinaria de cualquier libro; el crítico solamente considera los puntos con que no se halla de acuerdo, a menos de que sea un escritor práctico que se ha obligado a permanecer en actitud de crítica juiciosa. Cuando desenvolvamos el poder de la síntesis, los primeros puntos que nos esforzaremos en alcanzar serán los de unión.

 

Comprobaremos la verdad y el poder y la vida que subyacen en todas las formas, y lo divino en nosotros reconocerá lo divino en los demás hombres, pues el poder de ver que las cosas son realmente importantes en nosotros mismos nos llevará a los puntos de vista realmente importantes en el hombre, el libro, el sistema o lo que sea. Aprenderemos a considerar primero los puntos en que haya conformidad, y después, de un modo gradual, haremos resaltar las diferencias, dándoles solamente su debido valor en lugar de aumentarlo (como ahora hacemos) hasta ocultar los puntos de semejanza.


Mirad el mundo cristiano de hoy. Está dividido en más de trescientas sectas; y encontraréis que todos estos grupos no difieren en principios esenciales sino en los más insignificantes pormenores que en ningún caso pueden constituir asunto de discusíón, pues están conformes en cada punto de real importancia. Teneis claros ejemplos en las cuestiones que dividen la Iglesia actual.


Los arios están en pugna con la ortodoxia teórica sobre la inserción de una sencilla tilde o de un punto en cierta palabra griega, sea que esta aparezca como homoousiott o como homoiousion. Es un gran problema para ellos el saber si Cristo es de la misma naturaleza del Padre o si es semejante a la naturaleza del Padre. La cristiandad se divide en dos grandes grupos: (la Iglesia griega y la romana) respecto a la procedencia del Espíritu Santo, sea que la Tercera Persona de la Santísima Trinidad proceda sólo del Padre o del Padre y del Hijo.

 

Observaréis que ambas tesis son cuestiones acerca de las cuales ninguno puede tener información segura, y además, que ninguna de ellas puede ser patrimonio en lo más mínimo de cualquier ser humano. Estas son las cosas respecto de las cuales han estado siempre disputando las sectas religiosas.


Todas estas diferentes sectas que os rodean tienen las mismas creencias en asuntos esenciales, pero difieren en los que se relacionan con el gobierno de la Iglesia, ya sea que los prelados se llamen obispos o presbíteros, ya que podais bautizar a un niño recién nacido o hayáis de esperar a que crezca; ya que un pastor pueda o no llevar un traje peculiar y así sucesivamente. Podéis imaginar al Cristo, que al venir otra vez y mirar a su Iglesia diga:

"¿Por qué estáis tan divididos en vuestras creencias? Yo no os dije nada respecto a estas cosas. Yo os dije que Me amarais como Yo os amaba. Os dije que dierais de comer al hambriento y de beber al sediento y que visitaseis al enfermo. Sobre todo os dije que os amaséis unos a otros; ¿por qué Me habéis desobedecido?".

Creo que nadie podría negar que Cristo tendrá perfecto derecho de decir esto o algo semejante a quienes se llaman Sus discípulos. Esto es lo que resulta de llevar demasiado lejos las diferencias. En la próxima sub-raza las gentes considerarán los puntos de contacto en todos los asuntos y podemos imaginar fácilmente el resultado de esta nueva manera de considerar las cosas. De lo dicho se infiere que tenéis necesidad de combinar con alguna extensión las mejores cualidades de las dos anteriores sub-razas para facilitar a la nueva el necesario vehículo, aunque este habrá de formarse de los ya existentes.

 

Vuestros propios hijos aquí ahora presentes y los de vuestros conciudadanos en todo el país, constituirán la nueva sub-raza, por lo cual es evidente que la forma del vehículo ideal para esta raza se ha de consolidar gradualmente y no de otra manera. De padres que pertenezcan a la quinta sub-raza nacerá un niño capaz de expresar parte, por lo menos, de las cualidades de la sexta sub-raza y allí residirá un alma de la sexta sub-raza, que tendrá, con cierta amplitud, las cualidades requeridas. Expresándolas por medio de aquel vehículo, conforme crezca lentamente se esforzará cada vez más y también aumentará la capacidad de su vehículo para expresarlas.


Sin duda esa alma será atraída por otra análoga con el mismo desarrollo y su descendencia se encontrará a su vez con mayor aptitud para expresar características especiales. De esta manera en unas cuantas generaciones tendremos probablemente gran número de individuos completamente capaces de mostrar las nuevas cualidades y así quedará establecida la sexta sub-raza. En el transcurso del tiempo, sin duda alguna, la mayoría de las gentes alcanzará dicho desarrollo, aunque esto ha de ser obra de siglos.


La mezcla de razas diferentes es muchas veces necesaria para obtener los mejores resultados; pero la unión de unos con otros no se efectuará con los demasiado distantes. Podréis combinar útilmente dos sub-razas inmediatas, pero no otra Raza-Raiz con ellas. Esta puede ser la razón oculta de contraposición al prejuicio en favor de una «Blanca Australia»: el deseo de los grandes Seres invisibles que no pueden hacer una mezcla demasiado copiosa entre las multitudes.

 

Sé que aquella idea particular ha de estar basada sobre cuestiones sociales y económicas y que dichas razones son las únicas en favor de tal opinión; pero las Potestades Ocultas pueden tener sus razones y emplear los principios existentes para producir Sus propios resultados y mantener la nación justamente según Su deseo, hasta que Su nueva sub-raza se encuentre perfectamente establecida.

 

Ellos utilizan lo que parece perjuicio en casos semejantes a éste. Los que gobiernan el mundo y que permanecen ocultos son muy capaces de utilizar nuestras cualidades, lo mismo la fragilidad que la fortaleza. Toman la humanidad tal como es y hacen con ella lo mejor que pueden; no solamente nuestras mayores virtudes sino también nuestras flaquezas pueden ser utilizadas como parte de un poderoso plan.


En un país como éste o como América se mezclan lo que en Europa llamamos clases y razas. Es prácticamente incomprensible en Inglaterra que las gentes de clases sociales muy separadas puedan llegar a juntarse, excepto en rarísimas circunstancias; pero no hay aquí restricción de tal naturaleza y comprobaréis que las clases así como las razas se han mezclado para constituir una nueva raza.

 

Esta es otra razón, probablemente, por la cual nuevas comarcas semejantes a la que habitamos son las más convenientes para esta obra. En vuestro país, como habitantes de él, debéis conocer mejor que yo que estáis en un período de transición; esto es, en un estado intermedio; el hecho de que constituís una raza relativamente nueva os permitirá hacer experimentos que serían difíciles en países más viejos donde hay tantos intereses creados.


En este país habéis tratado, sin duda alguna, de cosas realmente delicadas. Habéis logrado un éxito parcial solamente por no haber seguido el mejor camino para tratar debidamente las cosas que os propusisteis. Sabéis cómo en Europa, durante muchos siglos, las gentes han padecido bajo distintas clases de legislación, como las leyes sobre el juego, análogas a las distintas incompatibilidades que imponemos al pueblo con respecto a las ganancias de ciertos oficios, y así sucesivamente. Aquí estáis libres de este aspecto de las cosas. No estoy seguro de que no hayáis examinado otras clases de legislación respecto al lado opuesto: la legislación en favor de otras clases y contra las viejas castas de la aristocracia.

 

Las disposiciones que sólo afectan a determinados individuos son evidentemente injustas tanto para una parte de la escala social como para la otra. Es preciso que hagamos lo posible para evitar estas desigualdades y consultemos los intereses de la comunidad en conjunto; porque opino que todavía no se ha hecho esto, aunque sé que la clase legislativa interviene incuestionablemente aquí con entera libertad y en beneficio de todo el pueblo.

 

Una clase particular que en cualquier país desee y obtenga leyes exclusivamente en su propio beneficio, olvida que es parte de la nación, y que si gana algo para sí en perjuicio de los demás, también paga algo a su costa como parte de aquella comunidad.


Ocurrirá en el porvenir que las leyes regirán para todos y seremos perfectos estadistas capaces de tomar en consideración todos los aspectos de las cosas en lugar de un sólo punto de vista sea el que fuere.


Toda legislación especial para una clase de la sociedad no solamente lesiona el interés público, sino también la libertad. Hay aquí, como en los países viejos, cierta hostilidad entre quienes debieran cooperar juntos. Entre la ciudad y el campo hay mucha desconfianza, en lugar de la altruista e inteligente cooperación que aparecerá con el tiempo para bien de todos. Este será uno de los puntos que habremos de modificar algún tanto para establecer en las mejores condiciones nuestra nueva sub-raza.


Todavía hay aquí muchas cosas algo imperfectas. Acaso muchos no comprenden aún el deber y la necesidad de cultivar la belleza en los edificios urbanos de toda índole y en todo cuanto nos rodea. Dije al principio de estas conferencias que en Sydney gozabais de uno de los más magníficos panoramas del mundo, y sin embargo no es la ciudad digna todavía de su magnificencia topográfica. Muchas veces habéis celebrado conciertos privados para conseguir la elevación de espíritu que debe provenir de la belleza y esplendor de la ciudad. Todo esto se hará gradualmente por sí mismo. Entonces, acaso vivamos aún demasiado aprisa.


Sé que así ocurre en muchas ciudades de los Estados Unidos donde falta tiempo para vivir aunque sobre para esclavizarse.
Está naciendo una nueva sub-raza. Claro es que se notarán bastantes diferencias con lo actual, cualesquiera que sean las condiciones en que comience dicha sub-raza; y de los australianos hoy existentes depende lo que hayan de ser los australianos futuros; o más bien, que el plan desarrollado por las grandes Potestades dependerá de nosotros tan pronto como pueda realizarse completamente.

 

Según todos los indicios, los padres serán elegidos por las almas que hayan de ser los zapadores de la nueva raza. ¿Cómo serán los padres? Deben tener salud física porque la nueva sub-raza ha de ser vigorosa en todos conceptos, pero principalmente serán elegidos con la idea de que puedan suministrar cierto tipo de vehículo que fácil y cumplidamente exprese las nuevas cualidades que han de manifestarse. No sólo han de tenerse en cuenta los padres sino también los antepasados. Así la elección de padre estará subordinada a lo que ellos particularmente puedan hacer y además a la herencia que puedan transmitir.

 

Sus antepasados quizás hayan sido gentes de mucho poderío y distinción y sus cualidades pueden reaparecer en los descendientes; y así, aunque los padres actuales sean gente mediocre, es posible que se elijan para esta obra por el gran poderío, inteligencia o devoción de alguno de sus antepasados.


Esto indica claramente que al pasar el poder a un vehículo de ciertas cualidades, no hará dicho vehículo gran uso de aquel poder, a menos de que haya cierto tipo de carácter en los padres.


¿Qué carácter? Recordad lo que ha de ser la futura raza. Ha de revelar intuición y adoptar la actitud de fraternidad y cooperación; por lo tanto, los padres han de ser notoriamente y sobre todo desinteresados y henchidos de amor y ser intuitivos. Esta clase de personas es la que se necesita. Deben ser gentes que no caigan en el antiguo error egoísta de que el niño debe la vida a sus padres. Han de comprender que un alma confía su vehículo al cuidado paternal; le confía la tarea de prepararle el vestido físico en que ha de manifestar su vida.


Si reflexionáis en ello encontrareis una idea de las más conmovedoras. Llega un alma, una centella del propio fuego de Dios y se pone en vuestras manos para que la ayudéis. Desea un vehículo capaz de aumentar en sí las cualidades que especialmente necesita, y espera de vosotros los necesarios auxilios para facilitar el desarrollo de dichas cualidades, y que le sea posible conseguirlo con relativa facilidad es cuanto espera de vosotros. Llega a vuestro lado y pretende adquirir las cualidades de amor y de intuición.


¿Qué debéis hacer entonces? Tener grandísimo y especial cuidado con los pensamientos y acciones que puedan serle útiles en punto al amor ya la intuición, a fin de facilitarle el desarrollo de estas cualidades. Aquí tenéis un nuevo conjunto de vehículos; porque el alma no sólo toma un nuevo cuerpo físico, sino nuevo cuerpo astral para la expresión de sus emociones y nuevo cuerpo mental para la de sus pensamientos. Llega del mismo Dios y se confía en vuestras manos. No podéis ser desleales ante tal confianza; no tenéis más remedio que ayudarla con toda la fuerza y vigor de vuestra naturaleza, si es que sabéis ver y comprender. Así afirmo que los padres elegidos serán quienes comprendan y sepan.


Las influencias exteriores de los padres afectarán vivamente el carácter del niño. Recordad que tiene éste su peculiar naturaleza procedente en sentido progresivo de una existencia anterior.


No es que los padres le infundan al hijo buenas o malas cualidades, pues ya las lleva en sí; pero en vuestra mano está darle ocasión de desenvolver primero las buenas que las malas o a la inversa. Para comprender hasta qué punto ocurre así, debéis comprobar que los vehículos astral y mental tienen alguna analogía con el físico. Verdad que no digieren ni respiran ni tienen funciones orgánicas, pero sí las mismas características esenciales. Sus partículas están cambiando constantemente. Sabéis que vuestro cuerpo físico absorbe parte del aire ambiente y de aquí el contagio de las enfermedades infecciosas. Constantemente estáis inspirando aire y aspirando el que otros inspiran.

 

Con los vehículos superiores ocurre exactamente lo mismo. Si las emanaciones de un individuo son sucias y repugnantes, denota que la materia de su cuerpo físico no es de la mejor calidad. Asimismo las emanaciones astrales de baja estofa denotan un cuerpo astral de materia nociva, que el individuo se asimiló como una tentación para él porque estaba a tono para expresar bajas y groseras vibraciones que de otro modo no fuera posible expresar.


Cuando nace un niño en el seno de cierta familia, es lógico que venga de otra vida en que, con toda probabilidad, no fue un gran santo, sino hombre muy parecido a nosotros con cierta suma de buenas cualidades y otra de cualidades malas. Consideremos su probable cuerpo astral. La materia que atrae a su alrededor al descender a la encarnación es exactamente de la misma índole que la que tenía al fin de su última vida astral.

 

Por esto puede reconstruir por sí un cuerpo astral exactamente parecido al de su última vida, pero no hay razón para que así lo haga, pues aunque el material está allí no necesita emplearlo todo. Las partículas que expresan las buenas cualidades y las que expresan las no tan buenas están todas ante él como ladrillos de edificación, pero no le es preciso emplear todos los ladrillos para levantar el edificio.


Hay una enorme diferencia en que de estas cualidades se desenvuelvan primeramente las buenas o las malas. El cuerpo astral del niño es una masa casi siempre incolora, sumamente blanca y transparente; antes de nacer formará el cuerpo astral del ego una masa de colores brillantes. Los colores no son al fin y al cabo más que modalidades de vibración que afectan al cuerpo astral del hombre y determinan la bondad o malicia de sus características.

 

Las posibilidades de ambos aspectos están allí. Hay grandísima diferencia en que despierte uno u otro primeramente, y esto no depende del niño, sino del ambiente preparado para él, porque la materia astral que el niño atrae a su alrededor está bajo la influencia de la emoción, que buena o mala envía una vibración que excita la materia correspondiente, impulsándola a la actividad y latiendo al unísono.


Si las primeras emociones del niño son malas, se despertarán en él las posibilidades perjudiciales y arraigarán fácilmente los hábitos viciosos. Si la madre de un niño recién nacido, constantemente pierde la calma y da pasto a su irascibilidad, esta emoción será la primera que en él se despierte y lo hará colérico y enojadizo. Esta impertinencia atrae mayor cantidad de materia de la menos conveniente y de este modo se forma una especie de círculo vicioso. El mal aparece en el cuerpo astral, puesto que al principio no tenía ningún elemento que pudiera impedirlo.

 

El alma posee sus propias cualidades que empieza a mostrar, pero no toma desde luego posesión de sus vehículos, sino que espera a que la ayudéis para expresarse por medio de ellos, y si vosotros no le señaláis más que su aspecto siniestro, será su único medio de expresión. Puede suceder que él no tenga ningún aspecto siniestro y sin embargo carezca de ciertas buenas cualidades cuya falta permita el desenvolvimiento del mal en los vehículos inferiores.


Si como queda dicho, consentís en que llegue a ser irascible, se despertarán en él todas las partículas susceptibles de responder a la irascibilidad y excitareis la tendencia a la oposición, que (si no hay nada en el cuerpo que desde un principio pueda evitarlo) se arraigará muy pronto como vigoroso hábito en su cuerpo astral o mental. Sin duda, en el transcurso de la vida, tratareis de despertar en él las buenas cualidades, pero le será esto muy penoso porque imprimisteis tempranamente en su naturaleza el hábito vicioso que, constantemente manifestado, adquirió poderosa fuerza.

 

Así es que sus esfuerzos para desarrollar el bien serán tardíos o inútiles; le parecerá que todas sus primitivas sensaciones e instintos son los mejores y que a ellos debe ceder. Si anteriormente, antes de que le exhorteis, cuidais de presentarle buenos ejemplos, no tendreis motivo de inquietud, pues será la señal que poneis en él antes de que pueda manifestar la lucha empeñada en su interior.


Si, por el contrario, teneis bastante talento para desarrollar desde luego en vuestro hijo las buenas cualidades, habreis cumplido con toda exactitud la condición opuesta. Inculcáis dichas cualidades de modo que despunten antes de que las malas formen un hábito en los cuerpos astral y mental. Después, cuando aparezcan las malas cualidades, como sucederá seguramente algún día, tropezarán con una resistencia instintiva.

 

Por un momento quedará el individuo empujado en dirección opuesta, sin persistir en ella, pues gracias a los buenos hábitos contraídos toda la naturaleza del niño se rebelará contra el mal. Habeis puesto todas sus fuerzas naturales al lado del bien, en lugar de tenerlas al lado del mal, y no podéis formaros idea de la enorme diferencia que de esto resulta.


Hay millares y millares de padres que aman a sus hijos tiernamente, que desean para ellos lo más elevado y lo mejor, pero logran lo contrario por permitir que de continuo invadan sus mentes pensamientos coléricos e impriman en el niño nocivas cualidades de que tal vez no pueda desprenderse durante su actual encarnación; o si lo consigue será con penoso esfuerzo.

 

No saben lo que hacen esos padres; no obedecen a la necesidad del perfecto conocimiento de sí mismos ni comprenden la importancia de la obra que ha de hacerse con el niño. Indudablemente sería un mal hombre quien se encolerizara y se olvidase de sí mismo ante un niño; pero los hombres no comprenden el hecho trascendental de que lo mismo que deben refrenar sus palabras o acciones, deben reprimir también sus pensamientos, porque la mente del niño queda influida por los pensamientos ajenos. Mucho tiempo antes de que el niño se dé cuenta de cuanto le rodea, es susceptible de impresionarse por cuanto hacemos, pensamos y decimos.


Debe estudiarse la psicología de los planos mental y astral para comprender cómo se ha de obrar y advertir exactamente cuál es el deber de los padres. Además de los hábitos que inconscientemente habéis arraigado en el niño, está asimilando a sus vehículos las partículas que elimináis de los vuestros. Esto nos representa con toda claridad una nueva idea respecto a la actitud de los padres. Deben observarse a sí mismos con el mayor cuidado, para evitar que ni el más ligero pensamiento emocional que no deseen reproducir en el niño, aparezca en sus mentes.

 

Todo lo dicho es una gran parte de lo que debe hacerse. Se necesita una disciplina interna profusamente desarrollada, disciplina que la mayor parte de las gentes aun no han alcanzado; pero es sumamente útil que el padre se someta a dicha disciplina, de suerte que ningún pensamiento, a excepción de los de amor y extremada benevolencia, influyan en el niño.

 

No sólo hemos de procurar no hablarle con aspereza, sino que nunca debe oír ásperas palabras dirigidas a otros. Si es un ego de excepcional poder y fuerza afrontará dignamente todas las dificultades y se sostendrá con facilidad; pero aun entonces la aspereza le endurecería el camino.


La mayor parte de los egos no son todavía bastante fuertes para ello, y en el niño vulgar observaréis el aspecto que muestre primeramente para conocer qué oportunidades habeis de darle. Hay quienes han traído de una vida pasada gran parte de bondad y otros que trajeron ciertas malas cualidades; y en estos casos las cualidades buenas o malas se mostrarán por sí mismas aun a pesar vuestro; pero vosotros gradualmente vigorizaréis el bien y refrenaréis el mal, si es que tenéis con vosotros mismos la cuidadosa vigilancia a que antes me referí.


Hablo principalmente a los padres, pero a todos conviene por igual. Aunque no tengáis hijos, las vibraciones que enviáis desde vuestros cuerpos astral y mental no quedan detenidas por las paredes de la casa, sino que llegan a la vecindad, y el hombre destemplado es un centro de irascibilidad para las familias que viven a su alrededor. Del mismo modo, un hombre benigno, amante y benévolo es un centro beneficente en su muy extenso radio de influencia. Así que no sólo los padres han de hacer el indicado esfuerzo, sino que todo hombre debe formar una atmósfera favorable al desenvolvimiento de las buenas cualidades.


Si después de lo dicho preguntáis cómo hemos de prepararnos para la llegada de la sexta sub-raza, responderé que lo primero que debe hacerse es empezar por vosotros mismos; vigorizar vuestro carácter y vivir prudentemente. No quiero decir que os llameis miserables pecadores o renunciéis a toda distracción inocente, pues de este modo seriáis necios y antipáticos, pero debeis creer en vuestro interior que la vida es asunto serio y que no debeis destinar tiempo y energía a frívolas diversiones.

 

Quienquiera que seais y doquiera esteis habeis de tener conciencia del deber que os liga a vuestros semejantes ya vuestra patria; y vuestro deber con la patria es ciertamente, entre otras cosas, todo cuanto contribuya a su mejoramiento y bienestar. Debeis discernir entre lo importante y lo baladí para conocer lo realmente verdadero.


Debeis despojaros de todo egoísmo, pues hay buena parte de egoísmo oculto que es preciso eliminar. Debeis evitar las disputas, críticas y polémicas; vivir en una atmósfera de amor, de armonía y de benevolencia que se manifiesten en acción. La vida más importante para los niños es la doméstica, mucho más que la de la escuela, cuya influencia suele ser triste y maléfica. No seais como los que están pensando siempre en problemáticas obras benéficas y entre tanto olvidan torpemente su propia obra.


Hay una valiosa parte de karma que puede servir para mejorar los vehículos de un nuevo ego y favorecer su crecimiento dándole justamente lo que necesite. Sin auxilio no logrará dominar sus vehículos; mas no para violentarlos (lo cual fuera absolutamente inútil) sino para gobernarse a sí mismo y dar a conocer a su mente inferior lo que la superior ya conocía en los niveles superiores de modo que pueda comprenderlo y cooperar al bien consiguiendo sin gran dificultad el mayor desarrollo posible.


Sobre todo debe ser feliz, debe estar seguro del amor y tener paciente comprensión. Este es un punto de la mayor importancia, no solo por sus inmediatos efectos, sino porque aquella seguridad atrae el amor hacia él, y así desarrolla en sí una de las más grandes características del Maestro del Mundo que está para llegar, y de la doctrina que El se esforzará en declararnos.

 

Por lo tanto, todos los padres tienen en esto la oportunidad de hacer una labor tan noble, buena y hermosa, que no pueda eclipsarse y alcancen para sí mismos mayor condición de felicidad y amor de la que probablemente pudieran obtener de otra manera.


La educación

Llegamos esta tarde al fin de nuestra serie, al muy importante punto de la educación de los niños que han de formar la nueva sub-raza. Ya os hablé la anterior semana de la enorme influencia que en el desarrollo interior del niño tiene cuanto le rodea y las condiciones dadas por sus padres. Una de las más importantes es su educación. Ha habido gran disconformidad con respecto a lo que es la educación. Durante muchos siglos, y especialmente en el último, no se tuvo exacto concepto de la educación, aunque el significado de la palabra es del todo clara. Duco significa "Yo llevo" y significa "afuera". El verdadero sentido, por lo tanto, es desarrollar lo mejor que hay en el niño bajo sus diferentes aspectos.


Esto se está empezando a reconocer ahora algún tanto. El sistema Froebel fue un paso en la recta dirección; el método Montessori es otro, y hay otros más; pero todavía son pocos los que reconocen el verdadero sentido de la educación, y la mayoría de los niños siguen sujetos a métodos faltos de sentido, arcaicos y malos. Mi lenguaje no es de ningún modo demasiado severo, pues los educadores sólo procuraron imbuir en sus infortunados discípulos tantos hechos como fuera posible, sin valor particular alguno e indignos del trabajo empleado en aprenderlos.

 

Si consideraseis el valor que ha tenido para vosotros la mayor parte de lo aprendido en la escuela, llegaríais a la conclusión de que perdisteis enojosamente gran parte del tiempo. Las condiciones de la enseñanza son ahora ciertamente mejores de las de otro tiempo. El antiguo sistema clásico ha sido abandonado en parte; pero en Inglaterra, durante más de un siglo, las principales cosas que las gentes aprendieron no tenían ningún valor para ellas, excepto para quienes abrazaban una o dos profesiones especiales.

 

Hasta en los últimos días, una inmensa cantidad de tiempo, energía y molestia se malgastaban en adquirir conocimientos inútiles. Dejando a un lado el latín y el griego, opino que las molestias que ha sido preciso tomarse para saber las importaciones y exportaciones de ciertas ciudades y toda clase de conocimientos análogos, podrán tener valor, tal vez, para los pocos individuos que se dediquen al comercio, pues pueden obtenerse siempre que se quiera consultando una enciclopedia.


Es malgastar tiempo el convertir al niño en una enciclopedia ambulante. Lo que se necesita hacer de él es un ciudadano con buena salud, gozoso y honrado, que trabaje bien y comprenda sus deberes para con su patria, sus semejantes y consigo mismo.


Ninguna de estas cosas se alcanza atracando de conocimientos a las gentes, sino que para hacer evolucionar al niño se ha de emplear un método de educación adecuado y racional. Así lo realizan unos pocos como excepción del plan generalmente adoptado en día.


Mucho más perjudicial sistema educativo es el empleado en el aprendizaje de los oficios. Lo dicho os parecerá demasiado fuerte, pero es precisamente la expresión de mi pensamiento. Actualmente los educadores maltratan a los pobres niños por toda clase de infracciones de la disciplina, sin comprender que causar intencionadamente pena a cualquier ser viviente es de por sí enorme pecado. Es el acto de un demonio y no el de un ser humano. Considerad esto en resumen y tratad de desprenderos de todas las ilusiones de que habéis estado rodeados.

 

La gente dice que su intención, dentro de la abominable crueldad, es buena. Yo os aseguro que la buena intención no es excusa, desde el punto de vista del resultado de la acción. Me parece que esto ha sido explicado en otras conferencias recientes, diciendo que la gran ley del karma, o de causa y efecto, actúa precisamente para formar todas las demás leyes de la naturaleza. Por ello vuestra intención, que no es una fuerza física, no produce excepción en el efecto físico ocasionado. Hay gran diferencia en el resultado producido en el plano mental, porque la intención es el trasiego de una fuerza del plano mental.

 

Si la intención es mala, alcanzareis en el plano del pensamiento un mal resultado; pero cuando de aquella intención resulta un dolor físico, sea la intención buena o mala, ésta no afecta de ninguna manera al resultado físico. Podéis verlo con sólo aplicar el sentido común. Si tomáis una barra de hierro candente, os quemareis a pesar de la intención con que la hayáis tomado. Podréis haberla cogido para salvar de un accidente a un niño, o para agredir furiosamente a alguien. Os quemareis igualmente en ambos casos por ser así el resultado físico. Habrá diferencia respecto al resultado mental, pero no al físico donde el resultado es siempre el mismo. Poco importa que sepáis si el arma de fuego está o no cargada; el resultado físico de la descarga será idéntico.


Por consiguiente, la excusa de buena intención en el caso de niños maltratados, algunas veces podría tener razón de ser, pero yo creo que casi nunca la tiene. En la mayor parte de los casos es simplemente una costumbre bárbara, un acto atroz de crueldad desconsiderada o cometida por excesivo amor propio. Estoy completamente seguro de que los pueblos realmente civilizados del porvenir, al mirar hacia atrás, se maravillarán de que dichos martirios hayan podido coexistir con los conocimientos de lógica y ética que indudablemente poseemos. Seguramente sabeis que nunca es justo hacer el mal ni que del mal resulte un bien problemático.


No que el bien proceda siempre del mal, a despecho de la salvaje nota del rey Salomón; mal, y solamente mal, es el resultado que produce tan bárbara costumbre. Recordad que cuando un hombre recurre a la fuerza denota incompetencia por su parte. Un maestro incompetente dice que castiga al niño para corregir sus faltas.


Si conociese cualesquiera de los hechos del caso, vería que el efecto de tal castigo es, en toda circunstancia, peor que la falta.


Comprobaría que tales acciones producen gran cantidad de temor, tristeza, pena e hipocresía. Para el ocultista, que tiene en cuenta el efecto en los planos superiores, el castigo le parece semejante al crimen de un malévolo lunático o la simplicidad incoherente de una pesadilla; produce odio, timidez y desavenencia. En el niño levantan odio las imposiciones violentas, y así es que no quiere someterse a ellas. Puede forzársele a sufrirlas mientras esté sujeto a la férula del maestro, pero en cuanto desaparezca la autoridad violará la disciplina.


La educación tiene dos aspectos y recíproca acción. El niño debe aprender y vosotros debéis enseñar. Si entre maestro y discípulo ha de haber interacción, el natural camino para educar ha de ser por cooperación entre ambos, de modo que puedan marchar más fácilmente. Desde luego podeis convenceros de esto tomando por ejemplo un asunto comercial. En negocios no tratareis de ofender a un hombre cuando intenteis conseguir de él algo. Intentareis demostrarle que el negocio es igualmente beneficioso para sus intereses y los vuestros, y entonces su voluntad se inclinará de vuestro lado.

 

Lo mismo ocurre con el niño. Habeis de ponerle de vuestra parte, de parte del deber; porque así respetará la disciplina escolar tanto si estais presentes como ausentes. Si cumple con la ley por amor hacia vosotros y porque comprende que es lo mejor para él, estará más capacitado para cumplirla que si excitáis su emoción en contra de aquella actitud.


Ciertamente, vuestra misión así como vuestro interés, con respecto a los niños, es hacerlos dichosos. Direis tal vez que en ese caso se adquirirán menos conocimientos.


Yo responderé: ¿Pues qué? ¿Son ciertos conocimientos lo más importante de adquirir?


Vosotros deseais ciudadanos de buena salud, virtuosos, felices y de pensamientos elevados. No es henchir de conocimientos lo que deseais, sino inculcad virtud y cultura, benevolencia, honor y modestia.


Debo hacer resaltar nuevamente la responsabilidad y oportunidad del instructor. Por mucho que se diga nunca será bastante.


La educación no es para el maestro un simple medio de vida; para los que conocéis a los Santos Maestros es un medio de servirles e indudablemente es una manera práctica y hermosa de servir al mismo Dios. Es una manera para la cual son necesarias las buenas condiciones y cuidadosa preparación.

 

Uno de los Maestros que formaron la Sociedad Teosófica, dijo:

«Los que tienen Mi amor para enseñar y servir anhelan una oportunidad para el servicio como el hambriento desea el pan, y están siempre esperando esa oportunidad. Sus corazones están así llenos del amor divino que debe siempre rebosar hacia los que le rodeen. Solamente tales individuos tienen aptitud para enseñar; aquellos para quienes la enseñanza no es únicamente un vasto e imperativo deber, sino también la más cumplida satisfacción».

Esta idea de la educación es muy diferente de la que se tiene por lo común en el mundo superficial. Comprenderéis cómo cada palabra de las citadas es literal y absolutamente verdadera. Podréis comprender que cuando un ego se confía al cuidado de ciertos padres, recae en ellos tremenda responsabilidad. Lo que pueda hacerse por él es una de las más sagradas obras. Lo mismo le ocurre al maestro con sus discípulos. Si es hombre recto, si despierta en ellos el amor que a su vez sea capaz de sentir, podrá hacer de sus discípulos lo que quiera.

 

Desde luego cada ego tiene sus propias aptitudes. La cuestión es, como dije en la última conferencia, cuál de estas aptitudes ha de ser primeramente educida por los padres e instructores. Si cuidan de educir el bien, cuando después aparezcan las malas cualidades serán arrojadas a un lado y la mente del niño actuará en el bien. Por el contrario, si dejais que se desenvuelvan primeramente las malas cualidades, encontrareis muy débil respuesta a vuestros ulteriores esfuerzos con respecto al bien .


Podéis siempre contar absolutamente con la ayuda del ego, porque nunca las malas cualidades son suyas. Cuando veais el mal manifestado en cualquier hombre, denota solamente que el alma no ha desarrollado todavía la cualidad opuesta del bien. En el alma no hay mal alguno. No puede acumular el mal, pero sus vehículos pueden o no ser desenvueltos oportunamente; y cuando no, es posible la carencia de aptitud para rechazar las malas tendencias; y así, estos vehículos acompañan al hombre.

 

La materia de cada hombre en los cuerpos astral y mental está en el arco descendente de la evolución, y por esto la vida de estos vehículos está siempre impeliendo hacia abajo. No debeis suponer que un demonio tentador sugiera estas tendencias. Es sencillamente vuestra propia línea de evolución sin ningún conocimiento vuestro o de vuestro desarrollo. Esto no se relaciona con vosotros, sino que sigue su propio camino. Así es que lo que os parece una tentación no es otra cosa que el hecho necesario para vuestro desarrollo.


¿Pero, qué hay tras la llamada mala naturaleza del hombre? Es un indisciplinado fragmento de sus vehículos. El hombre de por sí desea progresar y quiere el bien; y así es que siempre podeis confiar en que el verdadero ego del niño estará completamente de vuestra parte al esforzaros en ayudarle.


Hay otra cuestión de gran importancia. Recordad que el cuerpo es el relicario de la mente. El niño puede estar aprendiendo toda su vida, si es bastante prudente para desearlo. Yo puedo aprender a la edad aproximada de setenta años, pero el niño edifica su cuerpo físico sólo durante los primeros ocho años, poco más o menos, y después ha de morar en él por el resto de su vida.


Así, durante el período de crecimiento, el cuerpo físico es lo más importante. Vosotros tratáis de imbuirle enormes sumas de conocimientos, ocasionando con ello deformaciones y defectos físicos. Lo importantísimo durante los primeros años es formar un cuerpo hermoso, fuerte y sano para la vida futura. Estáis edificando vuestra propia casa para vivir después en ella. Por esto lo primero que debeis advertir es que la educación física no se oponga al moderno concepto de la educación integral. Aquí en Australia, gozáis por fortuna de un clima notablemente favorable al desarrollo físico. Os es posible vivir al aire libre mucho más agradablemente que nosotros en Inglaterra.


Estais seguros de dar a vuestros niños plenitud de aire, plenitud de ejercicio y buen alimento. Educareis en lo posible el paladar del niño para los alimentos nutritivos. Es casi una vulgaridad decir que todo lo bueno de comer para vosotros es generalmente impuro, y no es así. Los alimentos nutritivos pueden condimentarse agradablemente sin más que unos cuantos conocimientos y con poca molestia, y así debe hacerse siempre.

 

Podeis tener excelente calidad de cuerpo si lo formáis con el mejor alimento y la mejor bebida; cosa que podreis comprobar por vosotros mismos. Debo deciros que todos los clarividentes están de acuerdo en suprimir las carnes y las bebidas alcohólicas. Conozco los argumentos aducidos en favor de estas opiniones, pero podéis encontrar tratados que estudian el asunto, y os digo de nuevo que todos los que pueden ver recomiendan unánimemente la abstención de carnes y alcohol.


Respecto a la abstenci6n de carnes, expondré algunas razones capitales sin entrar en pormenores. En otra época di una conferencia respecto a Vegetarianismo y Ocultismo (publicada en « Vislumbres de Ocultismo») y allí aduje concretas pruebas del resultado de consumir estos alimentos.

  • En primer lugar, ciertos vegetales contienen más substancias nutritivas de las que en igualdad de peso contienen las carnes. El vulgo se figura que no hay plato fuerte sin el de carne; pero si recurrís al libro que he citado anteriormente hallareis buen número de pruebas en contrario.

  • Hay otra razón, y es que la carne ocasiona muchas dolencias.

  • En tercer lugar, el hombre no está organizado por la naturaleza para ser carnívoro y por esto la carne no le es conveniente. Por el hábito de comerla, nuestros órganos se han acostumbrado a ella, y quizás al principio estos órganos se resentirían del cambio de régimen.

  • La cuarta razón es que los hombres son más fuertes y mejores con la dieta vegetariana. Yo mismo no he probado carnes ni pescados ni aves desde hace cuarenta y cinco años, y todavía me encuentro vivo y sano.

Además, se ha demostrado repetidas veces que la carne excita un insaciable deseo de bebida, que aviva las pasiones animales en el hombre. Recuerdo que el general Booth, jefe del «Ejército de Salvación» presentó una notable memoria respecto a lo que él había visto en tal sentido. En ordinarias circunstancias y en los países europeos, la dieta vegetariana es actualmente más barata, así como también mejor que la de carne, y lo mismo ocurre al comparar las bebidas sin alcohol con las alcohólicas.

 

Horroriza pensar que en tiempos como estos, cuando se necesita urgentemente hasta el último céntimo para toda clase de buenos y útiles propósitos, se malgaste tanto dinero en bebidas alcohólicas. Si la gente bebiese agua sola, podría reunirse muchísimo dinero en un solo día. En Australia debe importar una respetable cantidad. Si el dinero así derrochado se destinase al alivio de los sufrimientos, pronto cesaría de sufrir el mundo. ¿Es pedir demasiado que se renuncie durante algún tiempo a las bebidas alcohólicas? Sería suprimir un gusto y nada más. Yo mismo soy una prueba de que lo que digo es así.


Como ocultista digo que las bebidas alcohólicas y las carnes acumulan graves impurezas en los vehículos superiores, así como en el cuerpo físico. Examinando la historia se sabe que quienes abrazaron la vida espiritual se abstuvieron siempre de estas cosas, porque se despojan de las trabas inútiles para emprender el camino del progreso espiritual. Para el común de los hombres es penoso el camino recto. ¿Por qué ha de poner el hombre obstáculos en su sendero? Esto es precisamente lo que hace quien consume alimentos y bebidas impuras.

 

El hombre que puede vivir sin comer carne ni beber alcohol está en mucha mejor posición para progresar en todos sentidos. Y esto lo podemos hacer por nuestros niños, cuyos cuerpos no están aún desarrollados. Podemos evitar que se acostumbren a estas cosas, que son ciertamente nocivas para ellos. No sólo es malo lo que pudierais dar a los niños, sino también la influencia de que los rodeais. Si os alimentais con estos perjudiciales manjares, emanareis influencias degradantes que los niños absorberán inevitablemente.


Todas estas razones se relacionan directamente con los niños e influyen en sus cuerpos en crecimiento; pero aun hay más. Por ejemplo, en el aspecto económico cabe considerar el número de hombres que pueden mantenerse de cierta superficie de tierra de pan llevar, comparada con la misma superficie de tierra forrajera, si hubieran de alimentarse con la carne de los animales que dichos forrajes pudieran alimentar. Considerad cuantos muchos más hombres podrían encontrar saludable trabajo en estas tierras forrajeras destinándolas a cereales. Esto merece cuidadosa atención.


No he dicho nada todavía respecto al pecado de la matanza innecesaria. Cosa tan terrible es matar a un animal como a un hombre. Todas las religiones prescriben: «No matarás». Puede haber casos excepcionales en que se produzca la muerte quebrantando la ley; pero, como regla general, es horrendo que hayamos de vivir a costa de espantosas carnicerías. Mejor fuera ayudar al reino animal no destruyéndolo, porque estas mudas criaturas son también nuestros hermanos, aun cuando menores.


El mundo físico recibe la influencia de estos tremendos horrores, y el mundo astral se conmueve por el terror infundido en los animales. Todos estos actos reaccionan sobre nosotros en una atmósfera de temor y de odio. Todos podéis advertir que la vecindad del matadero no es lugar agradable para vivienda. Recuerdo que nuestra Presidente, señora Besant, viajaba en cierta ocasión por ferrocarril, y al acercarse a Chicago, uno de los mayores centros de matanza de los Estados Unidos, notó profunda emoción y hubo de preguntar: «¿De qué proviene este malestar?» Dimanaba de la inútil carnicería de innumerables reses.


Estos efectos astrales no son siempre evidentes, pero no por ello menos positivos. Si atendemos a estos puntos de vista, podremos lograr en tiempo oportuno la aminoración del mal. Otro vicio que debemos combatir es el casi universal hábito del tabaco, cuyos perniciosos efectos son evidentes en el cuerpo físico, así como en los astral y mental. El cuerpo físico se empapa de partículas impuras que ocasionan emanaciones lo bastante materiales para que las perciba el olfato. Con respecto al cuerpo astral, no sólo introduce impurezas el tabaco, sino que tiende a amortiguar las vibraciones, por lo que a veces se relajan los nervios.

 

Claro es que en la nueva sub raza los hombres no querrán amortiguar sus vibraciones ni deprimir sus cuerpos astrales con partículas sucias y ponzoñosas. Necesitarán responder instantáneamente a todas las vibraciones posibles y dominar sus deseos como caballos guiados por el pensamiento inteligente para llevarlos a donde el hombre quiera, y no dejarlos correr desatinadamente para precipitarse en donde la naturaleza superior no debe hallarse nunca.

 

Por esto, si tenemos verdadero anhelo de ayudar a ]as almas que han de venir para que desenvuelvan sus vehículo si el tabaco es indudablemente una de las cosas que debemos repugnar. También influye el tabaco nocivamente en los hombres en el plano físico. Es lo único, según entiendo, que se hace deliberadamente, a pesar de saber que el humo del tabaco perjudica a cuantos están alrededor del que fuma. Pero la presión de este nocivo hábito en sus esclavos es tan intensa que son incapaces de resistirla, olvidando toda regla de caballerosidad por satisfacer su loco egoísmo.

 

El efecto en el cuerpo astral después de la muerte es también muy pernicioso; el fumador habitual se encierra durante largo tiempo como en una cárcel y las vibraciones superiores no pueden llegar a él. Mucho conviene extinguir este vicio si deseamos rodear de buenas condiciones a los que están llegando entre nosotros.


De todos estos modos podemos resguardar con buenas influencias a los nuevos cuerpos. Así puede alcanzar Australia la maravillosa oportunidad que le está concedida para que sus hijos no sean solamente la última sino la más noble raza. Recordad que esta nueva sexta sub-raza ha de hermanar la sutil razón, que es la cualidad característica de la quinta sub-raza, con la sensibilidad, la poesía y la facultad artística, que son la especial herencia de la cuarta sub-raza.

 

Es necesario que los que comprendan y están esperando ocasiones de ayudar, lo hagan con sana vida interior y vengan con abnegación y disciplina de su propia conducta para mostrar a los niños lo que de ellos se desea. Todo hombre, aparte de sus propios pensamientos, palabras y acciones, produce un inmenso efecto en sus compañeros, tan sólo por lo que él es. Está imprimiendo su característica de una manera constante en cuanto le rodea.

 

Si es una característica noble y elevada, facilita toda suerte de progreso. El mero hecho de su existencia en tierra, al irradiar sus cualidades, favorece el mejoramiento de su vecindad. El hombre indulgente consigo mismo o indiferente en sus acciones dificulta el progreso de cuantos le rodean porque irradia constantemente perniciosa influencia.


No solamente a los padres incumbe mayor responsabilidad. Todos contribuimos a formar la atmósfera de esta nueva sub-raza que está apareciendo entre nosotros, y debemos desarrollar en nosotros las cualidades de amor, pureza, altruismo, patriotismo y los más altos pensamientos y más nobles ideales que quisiéramos ver en la nueva sub-raza.

 

La responsabilidad nos obliga a hacerlo así para modelar las almas. No cabe desconocer la influencia de cuanto las rodee. Una alma fuerte y magnánima se sobrepone a las influencias exteriores, pero la inmensa mayoríade las almas tan sólo están parcialmente despiertas y se adaptan en gran parte a dichas influencias.


Todo niño es intrínsecamente bueno y todos poseen una chispa divina; pero depende notablemente de cuanto le rodee su pronto y fácil desarrollo o que haya de afrontar con mucho sufrimiento graves dificultades. Comprendamos que el país honrado con una elección como ésta debe mostrarse digno de tal elección. Recordad que según nosotros vivamos así influiremos en ellos. Seguid estas indicaciones cuantos amáis a vuestro país.


Hay otro poderoso estímulo para la inmediata labor en la eficaz y cuidadosa preparación de las almas. De propósito omití hablar de este estímulo hasta el fin de mi serie de conferencias. Es la proximidad de la venida del gran Maestro del Mundo. Aquí en Australia, hemos de procurar capacitarnos para ayudar a los precursores de la nueva sub-raza. Esto constituye nuestro particular deber; pero tenemos también otro deber común con el resto del mundo, que consiste en capacitarnos para recibir al advinente Cristo. Por fortuna ambos deberes son absolutamente idénticos; si nos preparamos para uno de estos acontecimientos, también lo estaremos para el otro, porque para los dos se exige el mismo requisito.


No vayáis a creer que profesamos la árida y menguada doctrina de los ortodoxos ignorantes. Tal vez esperemos este advenimiento más vívidamente y con mayor seguridad que nuestros amigos los cristianos, porque ya empezamos a ordenar nuestra casa, utilizando para ello nuestras mejores capacidades. No esperamos que venga a juzgar al mundo y separar las ovejas de los cabríos. Sabemos que cuanto se relaciona con el día del Juicio es un símbolo.


Este día llegará, pero a mediados de la quinta ronda, en tiempo muy lejano del presente. La separación de las ovejas de los cabríos no condena a eterna tortura a los que hayan seguido el siniestro camino, sino que los coloca de nuevo en el lugar correspondiente de la evolución del mundo, porque son incapaces de seguir adelante con las almas superiores, lo mismo precisamente que haría un maestro de escuela que separase algunos de los muchachos de una clase, diciendo:

«Os rezagasteis por varios motivos, no todos por vuestra culpa, y en vano sería para vuestro progreso que intentarais seguir con los demás, por lo que os será mejor retroceder hasta cierto grado y seguir con los venideros alumnos, cuya labor podréis cumplir con gran facilidad y alcanzar de nuevo vuestro ni vel en el próximo curso, en vez de intentar vanamente seguir adelante en éste» .

He aquí lo que significa la condenación durante eones, como se han de traducir rectamente las palabras tan groseramente interpretadas por «eterna condenación». No es una condenación absoluta ni siquiera una condenación en protervo sentido, sino una decisi6n contraria al clamoreo de quienes no pueden ascender, para que se coloquen de nuevo en una clase menos evolucionada. Quedan separados, pero sólo durante el presente eon, hasta el inmediato.


Esperamos la venida del Cristo en poder y gloria, no en las nubes del cielo para juzgar a los vivos ya los muertos, sino en forma humana para ayudar al mundo, precisamente como vino antes. La misma poderosa entidad que tomo el cuerpo de Jesús hace dos mil años, vendrá pronto otra vez para bendecir de nuevo al mundo con Su enseñanza y Su ayuda, como lo bendijo antes.


Este es nuestra creencia, basada no sobre vagas y piadosas convicciones, sino sobre definido conocimiento con respecto a la intención de los Grandes Seres.


Con objeto de esclarecer estas ideas, debo deciros algo respecto a lo que es realmente este Gran Instructor del Mundo. Debeis comprender que nuestro mundo no marcha al acaso sin que nadie lo guíe, como los ignorantes se figuran. Con frecuencia, quienes sólo consideran el mundo físico, no conciben el progreso humano ni descubren la finalidad de la vida. Pero los que ven un poco más hondo saben que no es así, y que a despecho de las apariencias, están bajo la autoridad de un Gobierno espiritual, y que el porvenir está absolutamente asegurado.

 

Recordad que este Gobierno es espiritual y no se opone a los gobiernos mundanos, sean reyes o presidentes, monarquías o repúblicas, aunque algunas veces el poder interior guíe muy señaladamente estas exteriores manifestaciones. Pero por lo general la potestad espiritual se relaciona con la interior evolución del mundo más bien que con su vida exterior .


A fin de entender por completo lo que decimos, debemos tratar primeramente de asimilarnos la capital idea de que esta vida física, en la que nos tenemos por tan laboriosos y tan sabios, es sólo la corteza de la real vida interna; y que los papeles que estamos representando en la tierra son literalmente apariencias, semejantes a las de un actor en escena, y que cada uno de nosotros, además de la parte que desempeña, vive la verdadera existencia interna espiritual.

 

Es necesario comprender que esta vida exterior, con sus luchas por las riquezas, honores y poderío es realmente un drama, y que la vida real es la vida interna del espíritu. No estaréis tan seguros de esto como nosotros; pero si de momento lo suponéis cierto, advertiréis la notable diferencia resultante de ello. Nosotros lo sabemos por investigación propia y por las enseñanzas recibidas de muchos de los Grandes Seres que toman parte en el Gobierno espiritual del mundo. Sabemos que esta vida externa es superficial y relativamente de poca importancia.


No quiero decir que el papel que en la tierra desempeñamos carezca de importancia, pues la tiene enorme para cada hombre el representar bien su papel o sea el cumplimiento de su deber lo mejor posible; pero lo que haya de acontecerle no es asunto de material importancia, porque sus penas se parecen a las ficticias congojas de un actor escénico cuando representa el héroe de una tragedia que haya de sobrellevar toda clase de infortunios y sufrimientos, pero consciente de que las aparentes desgracias del personaje representado en nada afectan a su vida personal.

 

Exactamente igual ha de ser nuestro punto de vista respecto de la vida terrena. Hemos de cumplir noblemente y con toda exactitud nuestro deber en ella, pues lo que nos ocurra no tiene realidad alguna; es mera ilusión; puede afectar a nuestros vehículos, pero no a nosotros. Lo único real en el camino que seguimos es el cumplimiento del deber que nos incumba.


El Gobierno espiritual de que he hablado, tiene su jefe, como lo tienen nuestros gobiernos, un jefe que no solamente dirige a la humanidad, sino a todos los reinos de ]a tierra, al gran reino de los ángeles (mucho más potente, grande y glorioso que el nuestro), los reinos animal, vegetal y mineral, y los vastos reinos de los elementales y espíritus de la naturaleza.

 

Este Director espiritual de la vida interna tiene sus ministros encargados de diferentes departamentos, lo mismo que un rey terrenal tiene sus ministros y secretarios de Estado. Uno de los más importantes ministros del Gobierno espiritual es el que pudiéramos llamar el ministro de Religión y Cultura, que tiene a su cuidado la vida religiosa del mundo y su educación evolutiva.


Este ministro es el Instructor del Mundo, cuyo concreto ministerio es proporcionar religiones al mundo. Muchos de nosotros hemos sido educados en la peregrina idea clerical de que sólo hay una religión verdadera y que todas las demás son vanas supersticiones; pero yo abrigo la esperanza de que vosotros habéis evolucionado lo bastante para no creerlo así y que sabéis que hay varias grandes religiones en el mundo, todas ellas senderos que igualmente conducen a la misma gran cumbre de la verdad.

 

Las religiones toman diferentes aspectos, y una de ellas puede serle más conveniente que todas las demás a determinado hombre; pero esto depende de la parte emotiva que despierte en él, del país en que haya nacido, etc. No obstante, todas son buenas pala conducirle a la cumbre.


Sostengo que todas las grandes religiones proceden de la misma fuente central y que el Instructor del Mundo es responsable de todas ellas. No digo que El responda de las extra vagancias de un creyente individual, porque los hombres han corrompido y alterado todas las religiones. Pero las grandes creencias del mundo fueron en su origen completas representaciones de la misma eterna verdad, y podréis verlo fácilmente si estudiáis las religiones comparadas.

 

El Maestro del Mundo, fundador de las religiones, viene a establecer una públicamente cuando entiende que es necesaria o conveniente. Una Escritura inda dice que siempre que el mundo cae en gran pesadumbre y miseria, en cualquier tiempo en que triunfan la incredulidad y el mal, El viene a mostrar la verdad eterna en alguna nueva forma que restablezca las antiguas enseñanzas alteradas. Las varias representaciones de la verdad deben diferir en algo, porque cada una se destina a pueblos de cierto tipo y de cierto grado en el progreso del humano pensamiento.

 

Por esto no cabe esperar que ninguna de ellas sea eterna; cada una, precisamente por estar adecuada a cierta época y conjunto de condiciones, debe luego acomodarse a otra época y a otro conjunto de condiciones completamente distintas, de tiempo en tiempo. Es de absoluta necesidad una nueva manifestación. Lo que satisfacía las necesidades de las gentes hace dos mil años no puede con venirnos de una manera total en el día de hoy.

 

Muchas cuestiones en otro tiempo ignoradas son ahora principales, y así es que cualquiera manifestación de la verdad adecuada a aquellas gentes necesitaría considerable complemento y revisión antes de convenirnos a nosotros. Por otra parte, las manifestaciones de la verdad que hoy nos convencen, hubieran sido a la sazón de todo punto inapropiadas e increíbles; y por lo tanto, aunque la verdad en sí es eternamente inmutable, su rectificación puede ser muy beneficiosa.


Las verdades son eternas y aunque pueden ser y han sido profundamente falsificadas y alteradas hasta el punto de desfigurarlas, la base fundamental de todas las religiones representa una verdad inalterable, aunque pueda modificarse completamente y presentarla en algún nuevo aspecto para impresionar al espíritu moderno; pero los hechos capitales son los mismos.

 

No hablo de determinada creencia respecto a las prácticas de las ceremonias religiosas, sino que su fundamento consiste, tocante al adelanto espiritual, en que un hombre debe ser bueno y vivir alta, pura y noblemente y que debe practicar las virtudes que todas las religiones del mundo, sin excepción, le recomiendan, como la caridad, nobleza de carácter, dominio de sí mismo, templanza, paciencia y amor. Estas no son exclusivas creencias del cristianismo, como el ignorante pretende arrogantemente, sino que son peculiares de toda fe, porque ninguna revelación puede contradecir las verdades eternas, y no es posible que exista ninguna religión que no las abarque.


El gran Instructor del Mundo ha resuelto darnos muy pronto una nueva revelación de estas verdades. La voz que habló como ningún hombre puede hablar, hablará una vez más a los oídos de los hombres, y no tardará mucho tiempo. No sabemos exactamente cuando vendrá, porque no ha fijado fecha, pero se nos inclina a creer que vendrá dentro de quince o veinte años.

 

Y como muchos de nosotros hemos visto personalmente a este gran Instructor del Mundo, como no es para nosotros vaga abstracción, sino hombre viviente, bien conocido y profundamente reverenciado, esta expectación de su llegada es para nosotros real, vívida e inefable, una vehemente y espléndida certeza que está siempre en nuestras mentes.


Aunque todas las grandes religiones han incluido en sus enseñanzas las virtudes que hemos mencionado, cada cual parece haber dado mayor importancia a alguna de ellas. El induismo recomienda principalmente la devoción al deber; el budismo la sabiduría; el zoroastrismo la pureza; ¿cual será la nueva cualidad preconizada? No sabemos de qué nueva y fascinadora forma revestirá Su enseñanza el Señor que ha de venir; pero tenemos indicios de que su tema capital será el mismo en que vehementemente insistió cuando vino antes. Sus partidarios conceden suprema importancia a una expresión que demuestra Sus creencias.


El mismo, al describir la escena del juicio, cuando se decida el destino de los hombres, no hace la más ligera referencia a las creencias de las gentes, sino que solamente demanda que sean caritativos y benignos. A los discípulos les dice: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» y esto, que es completamente cierto, será también la cabeza y el frente de la nueva enseñanza: la paternidad de Dios, la fraternidad del hombre y en consecuencia el deber del amor, benevolencia, cooperación y altruismo.


Hemos de comprender cuán poderosa influencia tendrá en la nueva sub-raza el próximo advenimiento del Instructor del Mundo. Los miembros de ella que ahora están encarnando se encontrarán precisamente en la edad más impresionable en la época en que esperamos Su llegada. Debemos procurar enseñarles de modo que sus oídos se abran a Su mensaje, que estén entre los pocos fieles que le reciban y alleguen provecho, y no entre la indiferente mayoría, perdiendo así la oportunidad que sólo llega una vez en miles de años. De nuevo dirá, como dijo antes:

«Benditos sean vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen; porque yo digo que muchos profetas y reyes desearon ver las cosas que vosotros veis y no las vieron, y oír las cosas que vosotros oís y no las oyeron».

Si vuestros niños han de tener ojos que vean y oídos que oigan, debemos educarlos para que ante todo tengan sensibilidad espiritual. Si la intuición es una de sus características especiales, debemos darles la oportunidad de desarrollarla para dotarlos de vehículos puros y provechosas influencias externas.


Todo esto significa mucha molestia y sacrificio para nosotros; pero seguramente no titubearemos en hacer un esfuerzo para tan noble fin. La pasadas civilizaciones, aunque hayan iluminado sus páginas muchos gloriosos acontecimientos, se corrompieron miserablemente por su codicia y egoísmo. Ahora que empieza a formarse una nueva sub-raza y se inicia una nueva era, procurad que su factor más importante sea el altruismo.

 

Hemos ensayado en este mundo el aspecto contrario durante bastante tiempo con pésimo resultado. Aun desde el punto de vista del sentido común deberíamos ensayar el altruismo, que no será peor, sino por el contrario podría fácilmente ser mucho mejor; y además, se recomienda el cambio por sus efectos en nuestro carácter.


Que nuestra principal virtud sea el amor altruista como nota fundamental de la nueva era. Somos pocos, pero si cada cual a su manera y en su propio círculo procura ejercer ardientemente dicha cualidad, demostraremos que somos la levadura que hace fermentar la masa, la pequeña simiente de que brota el vigoroso árbol bajo cuyo frondoso ramaje el mundo entero pueda guarecerse en la plenitud de los tiempos.

 

Porque conforme rueden los siglos, esta sexta sub-raza dominará el mundo, como lo domina la quinta; y la influencia que extienda a su alrededor dependerá grandemente del impulso que ahora le demos. Según la inclinación del vástago así se tuerce el árbol; y nosotros estamos ahora sujetando el vástago.

 

Quiera Dios darnos sabiduría para obrar rectamente, y fortaleza para realizar nuestros propósitos a fin de que este glorioso país engendre más adelante una raza digna de él, cuyos miembros sean gigantes en inteligencia y santos en nobleza y compasión, Hasta que el sol y la tierra contemplen finalmente un modelo más noble de los hombres.


Más clara mentalidad, corazón más grande, compasivo, valeroso, reverente y audaz.