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 INTRODUCCIÓN
 
 Hace unos 445.000 años, astronautas de otro planeta llegaron a la 
			Tierra en busca de oro.
 
			Tras amerizar en uno de los mares de la Tierra, desembarcaron y 
			fundaron Eridú, «Hogar en la Lejanía». Con el tiempo, el 
			asentamiento inicial se extendió hasta convertirse en la flamante 
			Misión Tierra, con un Centro de Control de Misiones, un 
			espaciopuerto, operaciones mineras e, incluso, una estación de paso 
			en Marte.
 
			Escasos de mano de obra, los astronautas utilizaron la ingeniería 
			genética para darle forma a los Trabajadores Primitivos - el Homo sapiens. Más tarde, el Diluvio barrió la Tierra en una inmensa 
			catástrofe que hizo necesario un nuevo comienzo; los astronautas se 
			convirtieron en dioses y le concedieron la civilización a la 
			Humanidad, transmitiéndosela a través del culto.
			Después, hace unos cuatro mil años, todo lo conseguido se desmoronó 
			en una catástrofe nuclear provocada por los visitantes en el 
			transcurso de sus propias rivalidades y guerras.
 
			Todo lo ocurrido en la Tierra, y especialmente los acontecimientos 
			acaecidos desde el inicio de la historia del ser humano, lo ha 
			recogido Zecharia Sitchin en su serie de 
			Crónicas de la Tierra, a 
			partir de la Biblia, de tablillas de arcilla, de mitos de la 
			antigüedad y de descubrimientos arqueológicos. Pero, ¿qué ocurrió 
			antes de los acontecimientos en la Tierra, qué ocurrió en el propio 
			planeta de los astronautas,
			
			Nibiru, que les llevó a los viajes 
			espaciales, a su necesidad de oro y a la creación del Hombre?
 
			¿Qué emociones, rivalidades, creencias, morales (o ausencia de 
			éstas) motivaron a los principales protagonistas en las sagas 
			celestes y espaciales? ¿Cuáles fueron las relaciones que llevaron a 
			una escalada de la tensión en Nibiru y en la Tierra, qué tensiones 
			surgieron entre viejos y jóvenes, entre los que habían llegado de 
			Nibiru y los nacidos en la Tierra? ¿Y hasta qué punto lo sucedido 
			vino determinado por el Destino -un destino cuyo registro de 
			acontecimientos del pasado guarda la clave del futuro?
 
			¿No sería prometedor que uno de los principales protagonistas, un 
			testigo presencial que podía distinguir entre Suerte o Hado y 
			Destino, registrara para la posteridad el cómo, el dónde, el cuándo 
			y el porqué de todo, los Principios y los Finales?
 Pues eso es, precisamente, lo que algunos de ellos hicieron; ¡y 
			entre los principales de éstos estuvo el líder que comandó el primer 
			grupo de astronautas!
 
			Tanto expertos como teólogos reconocen en la actualidad que los 
			relatos bíblicos de la Creación, de Adán y Eva, del Jardín del Edén, 
			del Diluvio o de la Torre de Babel se basaron en textos escritos 
			milenios antes en Mesopotamia, en especial escritos por los 
			sumerios. Y éstos, a su vez, afirmaban con toda claridad que 
			obtuvieron sus conocimientos acerca de lo acontecido en el pasado 
			(muchos de ellos de una época anterior al comienzo de las 
			civilizaciones, incluso anterior al nacimiento de la Humanidad) de 
			los escritos de 
			
			los Anunnaki («Aquellos Que del Cielo a la Tierra 
			Vinieron»), los «dioses» de la antigüedad.
 
			Como resultado de un siglo y medio de descubrimientos arqueológicos 
			en las ruinas de las civilizaciones de la antigüedad, especialmente 
			en Oriente Próximo, se han descubierto un gran número de estos 
			primitivos textos; los hallazgos han revelado un gran número de 
			textos desaparecidos -los llamados libros perdidos- que, o bien se 
			mencionaban en los textos descubiertos, o se inferían a partir de 
			ellos, o era conocida su existencia debido que habían sido 
			catalogados en las bibliotecas reales o de los templos.
 
			En ocasiones, los «secretos de los dioses» se revelaron en parte en 
			relatos épicos, como en 
			
			la Epopeya de Gilgamesh, que desvelan el 
			debate que tuvo lugar entre los dioses y que llevó a la decisión de 
			que la Humanidad pereciera en el Diluvio, o en un texto titulado 
			
			Atra Hasis, que recuerda el motín de 
			los Anunnaki que trabajaban en 
			las minas de oro y que llevó a la creación de los Trabajadores 
			Primitivos -los Terrestres. De cuando en cuando, los mismos líderes 
			de los astronautas fueron los que crearon las composiciones; a 
			veces, dictando el texto a un escriba, como en el titulado 
			La 
			Epopeya de Erra, en el cual uno de los dos dioses que desencadenaron 
			la catástrofe nuclear intentó inculpar a su adversario; a veces, 
			haciendo de escriba el mismo dios, como ocurre con el Libro de los 
			Secretos de Thot (el dios egipcio del conocimiento), que el mismo 
			dios había ocultado en una cámara subterránea.
 
			Según la Biblia, cuando el 
			
			Señor Dios Yahveh le dio los Mandamientos 
			a su pueblo elegido, los inscribió en un principio por su propia 
			mano en dos tablas de piedra que le entregó a Moisés en el Monte 
			Sinaí. Pero, después de que Moisés arrojara y rompiera estas tablas 
			como respuesta al incidente del becerro de oro, las nuevas tablas 
			las inscribió el mismo Moisés, por ambos lados, mientras permaneció 
			en el monte durante cuarenta días y cuarenta noches, tomando al 
			dictado las palabras del Señor.
 
			Si no hubiera sido por un relato escrito en un papiro de la época 
			del faraón egipcio Khufu (Keops) concerniente al Libro de los 
			Secretos de Thot, no se habría llegado a conocer la existencia de 
			ese libro. Si no hubiera sido por las narraciones bíblicas del Éxodo 
			y el Deuteronomio, nunca habríamos sabido nada de las tablas divinas 
			ni de su contenido; todo esto se habría convertido en parte de la 
			enigmática colección de los «libros perdidos» cuya existencia nunca 
			habría salido a la luz. Y no resulta tan doloroso el hecho de que, 
			en algunos casos, sepamos que hayan existido determinados textos, 
			como que su contenido permanezca en la oscuridad. Éste es el caso 
			del Libro de las Guerras de Yahveh y del 
			
			Libro de Jasher (el «Libro 
			del Justo»), que se mencionan específicamente en la Biblia. En al 
			menos dos casos, se puede inferir la existencia de libros antiguos 
			(textos primitivos conocidos por el narrador bíblico).
 
			  
			l capítulo 5 
			del Génesis comienza con la afirmación «Éste es el libro del Toledoth de Adán», traduciéndose normalmente el término 
			Toledoth 
			como «generaciones», pero su significado más preciso es «registro 
			histórico o genealógico». De hecho, a lo largo de milenios, han 
			sobrevivido versiones parciales de un libro que se conoció como el 
			Libro de Adán y Eva en armenio, eslavo, siriaco y etíope; y el 
			
			Libro 
			de Henoc (uno de los llamados libros apócrifos que no se incluyeron 
			en la Biblia canónica) contiene fragmentos que, según los expertos, 
			pertenecieron a un libro mucho más antiguo, el Libro de Noé. 
			Un ejemplo que se menciona con frecuencia sobre el gran número de 
			libros perdidos es el de la famosa Biblioteca de Alejandría, en 
			Egipto. Fundada por el general Tolomeo tras la muerte de Alejandro 
			en el 323 a.C, se dice que contenía más de medio millón de 
			«volúmenes», de libros inscritos en diversos materiales (arcilla, 
			piedra, papiro, pergamino). Aquella gran biblioteca, donde los 
			eruditos se reunían para estudiar el conocimiento acumulado, se 
			quemó y fue destruida en las guerras que se desarrollaron entre el 
			48 a.C. y la conquista árabe, en el 642 d.C. Lo que ha quedado de 
			sus tesoros es una traducción al griego de los cinco primeros libros 
			de la Biblia hebrea, y fragmentos que se conservaron en los escritos 
			de algunos de los eruditos residentes de la biblioteca.
 
			Y es así como sabemos que el segundo rey Tolomeo comisionó, hacia el 
			270 a.C, a un sacerdote egipcio al que los griegos llamaron Manetón 
			para que recopilara la historia y la prehistoria de Egipto. Al 
			principio, escribió Manetón, sólo los dioses remaron allí; luego, 
			los semidioses y, finalmente, hacia el 3100 a.C, comenzaron las 
			dinastías faraónicas. Escribió que los reinados divinos comenzaron 
			diez mil años antes del Diluvio y que se prolongaron durante miles 
			de años, presenciándose en el último período batallas y guerras 
			entre los dioses.
 
			En los dominios asiáticos de Alejandro, donde el cetro cayó en manos 
			del general Seleucos y de sus sucesores, también tuvo lugar un 
			empeño similar por proporcionar a los sabios griegos un registro de 
			los acontecimientos del pasado. Un sacerdote del dios babilónico 
			Marduk, Beroso, con acceso a las bibliotecas de tablillas de 
			arcilla, cuyo centro era la biblioteca del templo de Jarán (ahora en 
			el sudeste de Turquía), escribió una historia de dioses y hombres en 
			tres volúmenes que comenzaba 432.000 años antes del Diluvio, cuando 
			los dioses llegaron a la Tierra desde los cielos. En una lista en la 
			que figuraban los nombres y la duración de los reinados de los diez 
			primeros comandantes, Beroso decía que el primer líder, vestido como 
			un pez, llegó a la costa desde el mar. Era el que le daría la 
			civilización a la Humanidad, y su nombre, pasado al griego, era 
			Oannes.
 
			Encajando muchos detalles, ambos sacerdotes hicieron entrega de 
			relatos de dioses del cielo que habían venido a la Tierra, de un 
			tiempo en que sólo los dioses reinaban en la Tierra y del 
			catastrófico Diluvio. En los trozos y en los fragmentos conservados 
			(en otros escritos contemporáneos) de los tres volúmenes, Beroso 
			daba cuenta específicamente de la existencia de escritos anteriores 
			a la Gran Inundación -tablillas de piedra que se ocultaron para 
			salvaguardarlas en una antigua ciudad llamada Sippar, una de las 
			ciudades originales que fundaran los antiguos dioses.
 
			Aunque Sippar fue arrollada y arrasada por el Diluvio, al igual que 
			el resto de las ciudades antediluvianas de los dioses, apareció una 
			referencia a los escritos antediluvianos en los anales del rey 
			asirio Assurbanipal (668-633 a.C). Cuando, a mediados del siglo 
			XIX 
			los arqueólogos descubrieron la antigua capital asiría de Nínive 
			(hasta entonces, conocida sólo por el Antiguo Testamento), hallaron 
			en las ruinas del palacio de Assurbanipal una biblioteca con los 
			restos de alrededor de 25.000 tablillas de arcilla inscritas. 
			Coleccionista asiduo de «textos antiguos», Assurbanipal hacía alarde 
			en sus anales:
 
				
				«El dios de los escribas me ha concedido el don del 
			conocimiento de su arte; he sido iniciado en los secretos de la 
			escritura; incluso puedo leer las intrincadas tablillas en sumerio; 
			entiendo las palabras enigmáticas cinceladas en la piedra de los 
			días anteriores a la Inundación». 
			Sabemos ahora que la civilización sumeria floreció en lo que es 
			ahora Iraq casi un milenio antes de los inicios de la época 
			faraónica en Egipto, y que ambas serían seguidas posteriormente por 
			la civilización del Valle del Indo, en el subcontinente 
			indio. También sabemos ahora que los sumerios fueron los primeros en 
			plasmar por escrito los anales y los relatos de dioses y hombres, de 
			los cuales todos los demás pueblos, incluidos los hebreos, 
			obtuvieron los relatos de la Creación, de Adán y Eva, Caín y Abel, 
			el Diluvio y la Torre de Babel; y de las guerras y los amores de los 
			dioses, como se reflejaron en los escritos y los recuerdos de los 
			griegos, los hititas, los cananeos, los persas y los indoeuropeos. 
			Como atestiguan todos estos antiguos escritos, sus fuentes fueron 
			aún más antiguas; algunas descubiertas, muchas perdidas. 
			El volumen de estos primitivos escritos es asombroso; no miles, sino 
			decenas de miles de tablillas de arcilla se han descubierto en las 
			ruinas del Oriente Próximo de la antigüedad. Muchas tratan o 
			registran aspectos de la vida cotidiana, como acuerdos comerciales o 
			salarios de los trabajadores, o registros matrimoniales. Otros, 
			descubiertos principalmente en las bibliotecas palaciegas, conforman 
			los Anales Reales; otros más, descubiertos en las ruinas de las 
			bibliotecas de los templos o en las escuelas de escribas, conforman 
			un grupo de textos canónicos, de literatura sagrada, que se 
			escribieron en lengua sumeria y se tradujeron después al acadio (la 
			primera lengua semita) y, más tarde, a otras lenguas de la 
			antigüedad. E, incluso, en estos escritos primitivos, que se 
			remontan a casi seis mil años, encontramos referencias a «libros» 
			(textos inscritos en tablillas de piedra) perdidos.
 
			Entre los hallazgos increíbles (pues decir «afortunados» no 
			transmitiría plenamente la idea de milagro) realizados en las ruinas 
			de las ciudades de la antigüedad y en sus bibliotecas, se encuentran 
			unos prismas de arcilla donde aparece información de los diez 
			soberanos antediluvianos y de sus 432.000 años de reinado, una 
			información a la que ya aludía Beroso. Conocidas como las 
			Listas de 
			los Reyes Sumerios (y exhibidas en el Museo Ashmolean de Oxford, 
			Inglaterra), sus distintas versiones no dejan lugar a duda de que 
			los compiladores sumerios tuvieron acceso a cierto material común o 
			canónico de textos primitivos. Junto con otros textos, igualmente 
			antiquísimos, descubiertos en diversos estados de conservación, 
			estos textos sugieren rotundamente que el cronista original de la 
			Llegada, así como de los acontecimientos que la precedieron y la 
			siguieron, había sido uno de aquellos líderes, un participante 
			clave, un testigo presencial.
 
			Ese testigo presencial de los acontecimientos y participante clave 
			en ellos era el líder que había amerizado con el primer grupo de 
			astronautas. En aquel momento, su nombre-epíteto era E.A., «Aquel 
			Cuyo Hogar Es Agua», y sufrió la amarga decepción de que el mando de 
			la Misión Tierra se le diera a su hermanastro y rival EN.LIL («Señor 
			del Mandato»), una humillación que no quedaría suficientemente 
			mitigada con la concesión del título de EN.KI, «Señor de la Tierra».
 
			  
			Relegado de las ciudades de los dioses y de su 
			espaciopuerto en el 
			E.DIN («Edén») para supervisar la extracción de oro en el AB.ZU 
			(África sudoriental), Ea/Enki fue, además de un gran científico, el 
			que descubrió a los homínidos que habitaban aquellas zonas. Y, de 
			este modo, cuando se amotinaron y dijeron «¡Ya basta!» los Anunnaki 
			que trabajaban en las minas, fue él quien pensó que la mano de obra 
			que necesitaban se podía conseguir adelantándose a la evolución por 
			medio de la ingeniería genética; y así apareció el Adam 
			(literalmente, «El de la Tierra», el Terrestre). Como híbrido que 
			era, el Adán no podía procrear; pero los acontecimientos de los que 
			se hace eco el relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén 
			dan cuenta de la segunda manipulación genética de Enki, que añadió 
			los genes cromosómicos extras necesarios para la procreación.  
			  
			Y 
			cuando la Humanidad, al proliferar, resultó no adecuarse a lo que 
			tenían previsto los dioses, fue él, Enki, el que desobedeció el plan 
			de su hermano Enlil de dejar que la Humanidad pereciera en el 
			Diluvio, unos acontecimientos en los que el héroe humano recibió el 
			nombre de Noé en la Biblia, y Ziusudra en el texto sumerio original, 
			más antiguo.Ea/Enki era el primogénito de Anu, soberano de Nibiru, y como tal 
			estaba versado en el pasado de su planeta (Nibiru) y de sus 
			habitantes. Científico competente, Enki legó los aspectos más 
			importantes de los avanzados conocimientos de los Anunnaki a sus dos 
			hijos, Marduk y Nin-gishzidda (que, como dioses egipcios, eran 
			conocidos allí como Ra y Thot respectivamente). Pero también jugó un 
			papel fundamental al compartir con la Humanidad ciertos aspectos de 
			tan avanzados conocimientos, enseñándoles a individuos seleccionados 
			los «secretos de los dioses».
 
			  
			En al menos dos ocasiones, estos 
			iniciados plasmaron por escrito (tal como se les indicó que 
			hicieran) aquellas enseñanzas divinas como legado de la Humanidad. 
			Uno de ellos, llamado Adapa, y probablemente hijo de Enki con una 
			hembra humana, es conocido por haber escrito un libro titulado 
			Escritos referentes al Tiempo -uno de los libros perdidos más 
			antiguos. El otro, llamado Enmeduranki, fue con toda probabilidad el 
			prototipo del Henoc bíblico, aquel que fue elevado al cielo después 
			de confiar a sus hijos el libro de los secretos divinos, y del cual 
			posiblemente haya sobrevivido una versión en el extrabíblico Libro 
			de Henoch. 
			A pesar de ser el primogénito de Anu, Enki no estaba destinado a ser 
			el sucesor de su padre en el trono de Nibiru. Unas complejas normas 
			sucesorias, reflejo de la convulsa historia de los nibiruanos, le 
			daba ese privilegio al hermanastro de Enki, Enlil. En un esfuerzo 
			por resolver este agrio conflicto, Enki y Enlil terminaron en una 
			misión en un planeta extraño -la Tierra-, cuyo oro necesitaban para 
			crear un escudo que preservara la cada vez más tenue atmósfera de 
			Nibiru. Fue en este marco, complicado aún más con la presencia en la 
			Tierra de su hermanastra Ninharsag (la oficial médico jefe de los 
			Anunnaki), donde Enki decidió desafiar los planes de Enlil de hacer 
			que la Humanidad pereciera en el Diluvio.
 
			El conflicto siguió adelante entre ambos hermanastros, e incluso 
			entre sus nietos; y el hecho de que todos ellos, y especialmente los 
			nacidos en la Tierra, se enfrentaran a la pérdida de longevidad que 
			el 
			amplio período orbital de Nibiru les proporcionaba incrementó aún 
			más las angustias personales y agudizó las ambiciones. Y todo esto 
			culminó en el último siglo del tercer milenio a.C, cuando Marduk, 
			primogénito de Enki con su esposa oficial, proclamó que él, y no el 
			primogénito de Enlil, Ninurta, debía heredar la Tierra. El amargo 
			conflicto, que supuso el desarrollo de una serie de guerras, llevó 
			al final a la utilización de armas nucleares; aunque no 
			intencionado, el resultado de todo ello fue el hundimiento de la 
			civilización sumeria.
 
			La iniciación de individuos escogidos en los «secretos de los 
			dioses» marcó los inicios del Sacerdocio, los linajes de mediadores 
			entre los dioses y el pueblo, los transmisores de la Palabra Divina 
			a los mortales terrestres. Los oráculos (interpretaciones de los 
			pronunciamientos divinos) se mezclaron con la observación de los 
			cielos en busca de augurios. Y a medida que la Humanidad se vio 
			arrastrada a tomar parte en los conflictos de los dioses, la 
			Profecía comenzó a jugar su papel. De hecho, la palabra para 
			designar a estos portavoces de los dioses que proclamaban lo que iba 
			a pasar, Nabih, era el epíteto del hijo primogénito de Marduk, 
			Nabu, 
			que en nombre de su padre, exiliado, intentó convencer a la 
			Humanidad de que los signos celestes indicaban la inminente 
			supremacía de Marduk.
 
			Este estado de cosas llevó a la necesidad de diferenciar entre 
			Suerte y Destino. Las promulgaciones de Enlil, y a veces incluso de 
			Anu, que siempre habían sido incuestionables, se veían sujetas ahora 
			al examen de la diferencia entre NAM (el Destino, como las órbitas 
			planetarias, cuyo curso está determinado y no se puede cambiar) y 
			NAM.TAR, literalmente, el destino que puede ser torcido, roto, 
			cambiado (que era la Suerte o el Hado). Revisando y rememorando la 
			secuencia de los acontecimientos, y el paralelismo aparente entre lo 
			que había sucedido en Nibiru y lo que había ocurrido en la Tierra, 
			Enki y Enlil comenzaron a ponderar filosóficamente lo que, 
			ciertamente, estaba destinado y no se podía evitar, y el hado que 
			venía como consecuencia de decisiones acertadas o equivocadas y del 
			libre albedrío. Éstas no se podían predecir, mientras que las 
			primeras se podían anticipar (especialmente, si eran cíclicas, como 
			las órbitas planetarias; si lo que fue volvería a ser, si lo Primero 
			también sería lo Último).
 
			Las consecuencias climáticas de la desolación nuclear agudizaron el 
			examen de conciencia entre los líderes de los Anunnaki y llevaron a 
			la necesidad de explicar a las devastadas masas humanas por qué 
			había ocurrido aquello. ¿Había sido cosa del destino, o había sido 
			el resultado de un error de los Anunnaki? ¿Había algún responsable, 
			alguien que tuviera que rendir cuentas?
 
			En las reuniones de los Anunnaki en las vísperas de la calamidad, 
			fue Enki el único que se opuso a la utilización de las armas 
			prohibidas. De ahí la importancia que tuvo para Enki explicar a los 
			supervivientes qué había sucedido en la saga de los extraterrestres 
			que, a pesar de sus buenas intenciones, habían terminado siendo tan 
			destructores. ¿Y quién, sino Ea/Enki, que había sido el primero en 
			llegar y presenciarlo todo, era el más cualificado para relatar el 
			Pasado, con el fin de poder adivinar el Futuro? Y la mejor forma de 
			relatarlo todo era en un informe, escrito en primera persona por el 
			mismo Enki.
 Es cierto que hizo una autobiografía, por lo que se deduce de un 
			largo texto (pues se extiende al menos en doce tablillas) 
			descubierto en la biblioteca de Nippur, donde se cita a Enki 
			diciendo:
 
				
				Cuando llegué a la Tierra, había mucho inundado.Cuando llegué a sus verdes praderas, montículos y cerros se 
			levantaron a mis órdenes.
 En un lugar puro construí mi hogar, un nombre adecuado le di.
 
			Este largo texto continúa diciendo que Ea/Enki
			asignó tareas a sus 
			lugartenientes, poniendo en marcha su Misión en la Tierra. 
			Otros muchos textos, que relatan diversos aspectos del papel de Enki 
			en los acontecimientos que siguieron sirven para completar el relato 
			de Enki; entre ellos hay una cosmogonía, una Epopeya de la Creación, 
			en cuyo núcleo se halla el propio texto de Enki, que los expertos 
			llaman La Génesis de Eridú. En ellos, se incluyen descripciones 
			detalladas del diseño del Adán, y cuentan cómo otros Anunnaki, varón 
			y hembra, llegaron hasta Enki en su ciudad de Eridú para obtener de 
			él el ME, una especie de disco de datos donde se hallaban 
			codificados todos los aspectos de la civilización; y también hay 
			textos de la vida privada y de los problemas personales de Enki, 
			como el relato de sus intentos por conseguir tener un hijo con su 
			hermanastra Ninharsag, sus promiscuas relaciones tanto con diosas 
			como con las Hijas del Hombre y las imprevistas consecuencias que se 
			derivaron de todo ello.
 
			  
			El texto del Atra Hasis arroja luz sobre los 
			esfuerzos de Anu por prevenir un estallido de las rivalidades 
			Enki-Enlil al dividir los dominios de la Tierra entre ellos; y los 
			textos que registran los acontecimientos que precedieron al Diluvio 
			reflejan casi palabra por palabra los debates del Consejo de los 
			Dioses sobre la suerte de la Humanidad y el subterfugio de Enki 
			conocido como el relato de Noé y el arca, relato conocido sólo por 
			la Biblia, hasta que se encontró una de sus versiones originales 
			mesopotámicas en las tablillas de la Epopeya de Gilgamesh. 
			Las tablillas de arcilla sumerias y acadias, las bibliotecas de los 
			templos babilónicos y asirios, los «mitos» egipcios, hititas y 
			cananeos, y las narraciones bíblicas forman el cuerpo principal de 
			memorias escritas de los asuntos de dioses y hombres. Y por primera 
			vez en la historia, este material disperso y fragmentado ha sido 
			reunido y utilizado, de la mano de Zecharia Sitchin, para recrear el 
			relato presencial de Enki, los recuerdos autobiográficos y las 
			penetrantes profecías de un dios extraterrestre.
 
			Presentado como un texto que hubiera dictado Enki a un escriba 
			escogido, un Libro Testimonial para ser desvelado en el momento 
			apropiado, trae a la mente las instrucciones de Yahveh al profeta 
			Isaías (siglo vii a.C):
 
				
					
						
						Ahora ven,escríbelo en una tablilla sellada,
 grábalo como un libro;
 para que sea un testimonio hasta el último día,
 un testimonio para siempre.
 Isaías 30,8
 
			Al tratar del pasado, el mismo Enki percibió el futuro. La idea de 
			que 
			
			los Anunnaki, ejercitando el libre 
			albedrío, eran señores de su 
			suerte (así como de la suerte de la Humanidad) desembocó, en última 
			instancia, en la constatación de que se trataba de un Destino que, 
			después de todo lo dicho y hecho, determinaba el curso de los 
			acontecimientos; y, por tanto, como reconocieron los profetas 
			hebreos, lo Primero será lo Último. 
			El registro de los acontecimientos dictado por Enki se convierte, 
			así pues, en el fundamento de la Profecía, y el Pasado se convierte 
			en Futuro.
 
 
			
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			Índice 
			
			
			
 
			  
			ATESTACIÓN 
				
				Palabras de Endubsar, escriba maestro, hijo de la ciudad de 
				Eridú, 
			sirviente del señor Enki, el gran dios.
 En el séptimo año después de la Gran Calamidad, en el segundo mes, 
			en el decimoséptimo día, fui citado por mi maestro el Señor Enki, el 
			gran dios, benévolo creador de la Humanidad, omnipotente y 
			misericordioso.
 
				Yo estaba entre los supervivientes de Eridú que habían escapado a la 
			árida estepa cuando el Viento Maligno se estaba acercando a la 
			ciudad.
 
				Y vagué por el desierto, buscando ramas secas para hacer fuego. Y 
			miré hacia arriba y he aquí que un Torbellino llegó desde el sur. 
			Tenía un resplandor rojizo, y no hacía sonido alguno. Y cuando tocó 
			el suelo, salieron de su vientre cuatro largos pies y el resplandor 
			desapareció. Y me arrojé al suelo y me postré, pues sabía que era 
			una visión divina.
 
				Y cuando levanté mis ojos, había dos emisarios divinos cerca de mí.
 
				Y tenían rostros de hombres, y sus vestidos brillaban como metal 
			bruñido. Y me llamaron por mi nombre y me hablaron, diciendo: Has 
			sido citado por el gran dios, el señor Enki. No temas, pues has sido 
			bendecido. Y estamos aquí para llevarte a lo alto, y llevarte hasta 
			su retiro en la Tierra de Magan, en la isla en medio del Río de 
			Magan, donde están las compuertas.
 
				Y mientras hablaban, el Torbellino se elevó como un carro de fuego y 
			se fue. Y me tomaron de las manos, cada uno de ellos de una mano. Y 
			me elevaron y me llevaron velozmente entre la Tierra y los cielos, 
			igual que se remonta el águila. Y pude ver la tierra y las aguas, y 
			las llanuras y las montañas. Y me dejaron en la isla, ante la puerta 
			de la morada del gran dios. Y en el momento en que me soltaron de 
			las manos, un resplandor como nunca había visto me envolvió y me 
			abrumó, y caí al suelo como si hubiera quedado vacío del espíritu de 
			vida.
 
				Mis sentidos vitales volvieron a mí, como si despertara del más 
			profundo de los sueños, por el sonido de mi nombre al llamarme. 
			Estaba en una especie de recinto. Estaba oscuro, pero también había 
			un aura. Entonces, la más profunda de las voces pronunció mi nombre 
			otra vez.
 
				Y, aunque pude escucharla, no hubiera sabido decir de dónde venía la 
			voz, ni pude ver quién era el que hablaba. Y dije, aquí estoy.
 
				Entonces, la voz me dijo: 
				Endubsar, descendiente de Adapa, te he 
			escogido para que seas mi escriba, para que pongas por escrito mis 
			palabras en las tablillas.
 
				Y de pronto apareció un resplandor en una parte del recinto. Y 
				vi un 
			lugar dispuesto como el lugar de trabajo de un escriba: una mesa de 
			escriba y un taburete de escriba, y había piedras finamente labradas 
			sobre la mesa. Pero no vi tablillas de arcilla ni recipientes de 
			arcilla húmeda. Y sobre la mesa sólo había un estilo, y éste relucía 
			en el resplandor como no lo hubiera podido hacer ningún estilo de 
			caña.
 
				Y la voz volvió a hablar, diciendo: 
				Endubsar, hijo de la ciudad de 
			Eridú, mi fiel sirviente. Soy tu señor Enki. Te he convocado para 
			que escribas mis palabras, pues estoy muy turbado por la Gran 
			Calamidad que ha caído sobre la Humanidad. Es mi deseo registrar el 
			verdadero curso de los acontecimientos, para que tanto dioses como 
			hombres sepan que mis manos están limpias. Desde el Gran Diluvio, no 
			había caído una calamidad tal sobre la Tierra, los dioses y los 
			terrestres. Pero el Gran Diluvio estaba destinado a suceder, no así 
			la gran calamidad. Ésta, hace siete años, no tenía que haber 
			ocurrido. Se podía haber evitado, y yo, Enki, hice todo lo que pude 
			por impedirla; pero, ¡ay!, fracasé. ¿Y fue hado o fue destino?
   
				El 
			futuro juzgará, pues al final de los días un Día del Juicio habrá. 
			En ese día, la Tierra temblará y los ríos cambiarán su curso, y 
			habrá oscuridad al mediodía y un fuego en los cielos por la noche, 
			será el día del regreso del dios celestial. Y habrá quien sobreviva 
			y quien perezca, quien sea recompensado y quien sea castigado, 
			dioses y hombres por igual, en ese día se descubrirá; pues lo que 
			venga a suceder, por lo que ha sucedido será determinado; y lo que 
			estaba destinado, en un ciclo será repetido, y lo que fue fruto del 
			hado y ocurrió sólo por la voluntad del corazón, para bien o para 
			mal vendrá a ser juzgado. 
				La voz cayó en el silencio; después, el gran señor habló de nuevo, 
			diciendo: Es por esta razón que contaré el relato veraz de los 
			Principios y de los Tiempos Previos y de los Tiempos de Antaño; 
			pues, en el pasado, el futuro se halla oculto. Durante cuarenta días 
			y cuarenta noches, yo hablaré y tú escribirás; cuarenta será la 
			cuenta de los días y las noches de tu trabajo aquí, pues cuarenta es 
			mi número sagrado entre los dioses. Durante cuarenta días y cuarenta 
			noches, no comerás ni beberás; sólo esta onza de pan y agua tomarás, 
			y te mantendrá durante todo tu trabajo.
 
				Y la voz se detuvo, y de pronto apareció un resplandor en otra parte 
			del recinto. Y vi una mesa y, sobre ella, un plato y una copa. Y me 
			levan te para ir allí, y había pan en el plato y agua en la copa.
 
				Y la voz del gran señor 
				Enki habló de nuevo, diciendo: Endubsar, 
			come el pan y bebe el agua, y te mantendrás durante cuarenta días y 
			cuarenta noches. E hice como me indicó. Y después, la voz me indicó 
			que me sentara ante la mesa de escriba, y el resplandor se 
			intensificó allí. No pude ver ninguna puerta ni abertura donde me 
			encontraba, sin embargo el resplandor era tan fuerte como el del sol 
			del mediodía.
 
				Y la voz dijo: Endubsar el escriba, ¿qué ves?
 
				Y miré y vi el resplandor que iluminaba la mesa, las piedras y el 
			estilo, y dije: Veo unas tablillas de piedra, y su tono es de un 
			azul tan puro como el cielo. Y veo un estilo como nunca antes había 
			visto, su cuerpo no parece de caña, y su punta tiene la forma de una 
			garra de águila.
 
				Y la voz dijo: Son éstas las tablillas sobre las cuales inscribirás 
			mis palabras. Por expreso deseo mío, se han tallado del más fino 
			lapislázuli, cada una de ellas con dos caras lisas. Y el estilo que 
			ves es la obra de un dios, el cuerpo está hecho de electro y la 
			punta de cristal divino. Se adaptará firmemente a tu mano, y te será 
			tan fácil grabar con él como marcar sobre arcilla húmeda. En dos 
			columnas inscribirás la cara frontal, en dos columnas inscribirás el 
			dorso de cada tablilla de piedra. ¡No te desvíes de mis palabras y 
			mis declaraciones!
 
				Y hubo una pausa, y yo toqué una de las piedras, y sentí su 
			superficie como una piel lisa, suave al tacto. Y tomé el estilo 
			sagrado, y lo sentí como una pluma en mi mano.
 
				Y, después, el gran dios 
				Enki comenzó a hablar, y yo empecé a 
			escribir sus palabras, exactamente como las decía. A veces, su voz 
			era fuerte; a veces, casi un susurro. A veces, había gozo u orgullo 
			en su voz; a veces, dolor o angustia. Y cuando una tablilla quedaba 
			inscrita en todas sus caras, tomaba otra para continuar.
 
				Y cuando fueron dichas las últimas palabras, el gran dios se detuvo, 
			y pude escuchar un gran suspiro. Y dijo: Endubsar, mi sirviente, 
			durante cuarenta días y cuarenta noches has anotado fielmente mis 
			palabras. Tu trabajo aquí ha terminado. Ahora, toma otra tablilla, y 
			en ella escribirás tu propia atestación; y al final de ella, como 
			testigo, márcala con tu sello; y toma la tablilla y ponla junto con 
			las otras en el cofre divino; pues, en el momento designado, los 
			escogidos vendrán hasta aquí y encontrarán el cofre y las tablillas, 
			y sabrán todo lo que yo te he dictado a ti; y que el relato veraz de 
			los Principios, los Tiempos Previos, los Tiempos de Antaño y la Gran 
			Calamidad será conocido en lo sucesivo como Las Palabras del Señor 
			Enki. Y habrá un Libro de Testimonios del pasado, y un Libro de 
			dicciones del futuro, pues el futuro en el pasado se halla, y lo 
			primero también será lo último.
 
				Y hubo una pausa, y tomé las tablillas y las puse una a una en el 
			orden correcto dentro del cofre. Y el cofre estaba hecho de madera 
			de acacia con incrustaciones de oro en el exterior.
 
				Y la voz de mi señor dijo: Ahora, cierra la tapa del cofre y fija el 
			cierre. E hice como se me indicó.
 
				Y hubo otra pausa, y mi señor 
				Enki dijo: Y en cuanto a ti, Endubsar, 
			con un gran dios has hablado y, aunque no me has visto, en mi 
			presencia has estado. Por tanto, estás bendecido, y serás mi 
			portavoz ante el pueblo. Los amonestarás para que sean justos, pues 
			en ello estriba una buena y larga vida. Y los confortarás, pues en 
			el plazo de setenta años se reconstruirán las ciudades y las 
			cosechas volverán a crecer. Habrá paz, pero también habrá guerras. 
			Nuevas naciones se harán poderosas, reinos se elevarán y caerán. Los 
			dioses de antaño se apartarán, y nuevos dioses decretarán los hados. 
			Pero al final de los días prevalecerá el destino, y ese futuro se 
			predice en mis palabras acerca del pasado. De todo ello, Endubsar, a 
			la gente le hablarás.
 
				Y hubo una pausa y un silencio. Y yo, 
				Endubsar, me postré en el 
			suelo y dije: Pero, ¿cómo sabré qué decir?
 Y la voz del señor Enki dijo: Habrá señales en los cielos, y las 
			palabras que tengas que pronunciar vendrán a ti en sueños y en 
			visiones. Y, después de ti, habrá otros profetas escogidos. Y al 
			final, habrá una Nueva Tierra y un Nuevo Cielo, y ya no habrá más 
			necesidad de profetas.
 
				Y, entonces, se hizo el silencio, y las auras se extinguieron, y el 
			espíritu me dejó. Y cuando recobré los sentidos, estaba en los 
			campos de los alrededores de Eridú.
 
 Sello de Endubsar, escriba maestro
 
			
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