Hacia la nivea Tierra puso rumbo Alalu; por un secreto del 
			Principio, eligió su destino. Hacia las regiones 
prohibidas se encaminó Alalu; nadie había ido antes allí,
nadie había intentado cruzar el Brazalete Repujado.
Un secreto del Principio había determinado el curso de Alalu,
la suerte de Nibiru ponía en sus manos, ¡mediante un plan, haría su 
			realeza universal!
En Nibiru, el exilio era seguro, a la misma muerte se arriesgaba.
En su plan, había riesgos en el viaje; ¡pero la gloria eterna del 
			éxito era la recompensa!
Como un águila, Alalu exploró los cielos; abajo, Nibiru era una bola 
			suspendida en el vacío.
Su silueta era atractiva, su resplandor blasonaba los cielos 
			circundantes. Su tamaño era enorme, destellaba el 
fuego de sus erupciones. Su envoltorio sustentador de vida, su tono 
			rojizo, era como espuma marina; En su 
mitad, se veía la brecha, como una herida oscura.
Miró hacia abajo de nuevo; la amplia brecha se había convertido en 
			una cubeta.
Volvió a mirar, la gran bola de Nibiru se había convertido en una 
			fruta pequeña;
La siguiente vez que miró, Nibiru había desaparecido en el gran mar 
			oscuro.
El remordimiento se aferró al corazón de Alalu, el miedo lo tenía 
			entre sus manos; la decisión se trocó en duda.
				
				
Alalu consideró si detener su
trayectoria; luego, desde
la audacia regresó
a la decisión.
				
				
Cien leguas, mil leguas recorrió el carro; diez mil leguas viajó el 
			carro. En los amplios cielos, la oscuridad fue la 
			más oscura; en la lejanía, las
			estrellas distantes parpadeaban ante sus ojos. Más leguas viajó 
			Alalu y, luego, su mirada encontró una visión de gran alborozo:
¡En la extensión de los cielos, el emisario de los celestiales le 
			daba la bienvenida!
El pequeño Gaga, El Que Muestra el Camino, le daba la bienvenida a 
			Alalu con su vuelta, hasta él extendía su 
bienvenida.
Deambulando desvaído, estaba destinado a viajar antes y después del 
			celestial Antu,
con el rostro hacia delante, con el rostro hacia atrás, con dos 
			rostros estaba dotado.
Su aparición, al ser el primero en recibir a Alalu, lo consideró 
			éste como
un buen augurio;
¡por los dioses celestiales es bienvenido!, así lo entendió.
				
				
En su carro, Alalu siguió el sendero de Gaga; hasta el segundo dios 
			de los cielos se dirigía.
Pronto el celestial Antu, el nombre que le diera el Rey Enshar, se 
			divisó en la oscuridad de las profundidades;
azul como las aguas puras era su color; de las Aguas Superiores era 
			el comienzo.
Alalu se quedó encantado con la belleza de la visión; a cierta 
			distancia continuó su recorrido.
En la lejanía, el esposo de Antu empezó a brillar, por tamaño igual 
			al de Antu;
Como el doble de su esposa, por un verde azulado se distinguía a An. 
			Una fascinante multitud lo circundaba; de suelos firmes estaban 
			provistos. Alalu les dio una afectuosa despedida a los dos 
			celestiales, discerniendo 
todavía el sendero de Gaga. Estaba mostrando el sendero hacia su 
			antiguo señor, del cual una vez fue
consejero:
hacia Anshar, el Primero de los Príncipes de los cielos, se dirigía 
			el recorrido.
Acelerando el carro, Alalu pudo vencer la insidiosa atracción de 
			Anshar; ¡con anillos brillantes de fascinantes colores hechizaba el 
			carro!
				
				
Alalu dirigió rápidamente la mirada a un lado, y desvió con fuerza 
			Lo Que Muestra el Camino.
Entonces, ante él apareció una visión aún más temible: ¡en los 
			cielos lejanos, la estrella brillante de la familia llegó a ver!
Una visión más atemorizadora siguió a la revelación:
Un monstruo gigante, moviéndose en su destino, arrojó una sombra 
			sobre el Sol; ¡Kishar se tragó a su creador!
Pavoroso fue el acontecimiento; un mal augurio, pensó de hecho 
			Alalu. El gigante Kishar, el primero de los Planetas Estables, tenía 
			un tamaño abrumador.
Tormentas de remolinos oscurecían su rostro, y movían manchas de 
			colores de aquí para allá;
Una hueste innumerable, unos rápidos, otros lentos, circundaban al 
			dios celestial.
Dificultosos eran sus caminos, adelante y atrás se agitaban.
El mismo Kishar lanzó un hechizo, estaba arrojando relámpagos 
			divinos.
Mientras Alalu observaba, su curso se vio afectado,
se distrajo su dirección, sus actos se hicieron confusos.
				
				
Después, el oscurecimiento de la profundidad comenzó a pasar: Kishar 
			en su destino prosiguió su vuelta.
Moviéndose lentamente, levantó su velo sobre el Sol radiante; Aquél 
			del Principio llegó a verse plenamente.
Pero la alegría del corazón de Alalu no duró demasiado;
más allá del quinto planeta, acechaba el mayor de los peligros, como 
			ya sabía.
El Brazalete Repujado dominaba más adelante, ¡era de esperar la 
			destrucción!
De rocas y piedras estaba compuesto, como huérfanos sin madre se 
			agrupaban.
Abalanzándose por delante y por detrás, seguían un destino pasado.
				
				
				
Sus hechos eran detestables; difíciles sus senderos. 
				
Habían devorado a los carros de exploración de Nibiru como leones 
			hambrientos;
Se negaban a entregar el precioso oro, necesario para la 
			supervivencia. Hacia el Brazalete Repujado se 
precipitó el carro de Alalu, a enfrentarse audazmente en estrecho 
			combate con las feroces piedras. Alalu tiró hacia arriba con más 
			fuerza las Piedras de Fuego de su carro, dirigió Lo Que Muestra el 
			Camino con mano firme. Las siniestras rocas cargaron contra el 
			carro, como un enemigo al ataque en la batalla.
Alalu soltó desde el carro un proyectil portador de muerte hacia 
			ellas; y después, otra y otra, contra el enemigo, las armas de 
			terror arrojó. Como guerreros asustados, las rocas regresaron, 
			abriendo un sendero paraAlalu.
				
				
Como por hechizo, el Brazalete Repujado le abrió una puerta al rey. 
			En la oscura profundidad, Alalu pudo ver los cielos con claridad; no 
			fue derrotado por la ferocidad del Brazalete, ¡su misión no había 
			terminado!
En la distancia, la bola ígnea del Sol extendía su resplandor; 
			estaba emitiendo rayos de bienvenida hacia Alalu. Delante del Sol, 
			un planeta pardo rojizo recorría su vuelta; era el sexto en la 
			cuenta de dioses celestiales.
				
				
Alalu no pudo sino entreverlo: sobre su predestinado recorrido, se 
			apartaba con rapidez del sendero de Alalu.
Después, apareció la nivea Tierra, el séptimo en la cuenta 
			celestial. Alalu puso rumbo al planeta, hacia un destino más 
			tentador. Su atractiva esfera era más pequeña que Nibiru, su red de 
			atracción era más débil que la de Nibiru. Su atmósfera era más 
			delgada que la de Nibiru, en ella se arremolinaban las nubes.
Abajo, la Tierra estaba dividida en tres regiones: blanco de nieve 
			en la cima y en la base, azul y marrón entre ellas. Con destreza, 
			Alalu desplegó las alas de detención del carro para circundar la 
			bola de la Tierra.
En la región media, pudo discernir tierra firme y océanos acuosos. 
			Dirigió hacia abajo el Rayo Que Penetra, para detectar las 
			interioridades de la Tierra.
				
				
¡Lo he conseguido!, gritó extáticamente: Oro, mucho oro, había 
			indicado el rayo; ¡estaba por debajo de la región de color oscuro, 
			en las aguas también había! Golpeándole el corazón en el pecho, 
			Alalu estaba valorando una decisión:
				
				
¿haría descender su carro sobre la tierra seca, quizás para 
			estrellareis y morir? 
¿Pondría rumbo a las aguas, quizás para hundirse en el olvido? ¿Qué 
			camino debía tomar para sobrevivir? 
¿Descubriría el valioso oro? En el asiento del Águila, Alalu no se 
			agitó; en manos del hado confió el carro. 
Completamente cautivo en la red atractiva de la Tierra, el carro se 
			iba moviendo cada vez más rápido. La alas extendidas se encendieron; 
			la atmósfera de la Tierra era como un horno. 
Luego, el carro tembló, emitiendo un estruendo mortífero. 
				
Abruptamente, el carro chocó, deteniéndose de repente. 
Sin sentido por la sacudida, aturdido por el choque, Alalu, se quedo 
			inmóvil, 
Luego, abrió los ojos y supo que estaba entre los vivos;
al planeta del oro había llegado victorioso. 
				
Viene ahora el relato de la Tierra y su oro;
es un relato del Principio, y de cómo los dioses celestiales fueron 
			creados. En el Principio,
cuando en el Arriba los dioses de los cielos no habían sido llamados 
			a ser,
y en el Ki de Abajo, el Suelo Firme aún no había sido nombrado,
				
solo en el vacío existía Apsu, su Engendrador Primordial.
				
				
				
En las alturas del Arriba, los dioses celestiales aún no habían sido 
			creados; en las aguas del Abajo, los dioses celestiales aún no 
			habían aparecido. Arriba y Abajo, los dioses aún no habían sido 
			formados, los destinos aún no se habían decretado.
				
				
Ninguna caña se había formado aún, ni tierra pantanosa había 
			aparecido;
Apsu, solo, reinaba en el vacío.
Después, mediante los vientos de Apsu, las aguas primordiales se 
			mezclaron, un hábil y divino conjuro lanzó Apsu sobre las aguas. 
Sobre la profundidad del vacío, él vertió un profundo sueño; 
				
Tiamat, la Madre de Todo, forjó como esposa para sí mismo.
¡Una madre celestial, era ciertamente una belleza acuosa! 
				
Junto a él, Apsu trajo después al pequeño Mummu,
como mensajero suyo lo nombró, para hacerle un presente a Tiamat.
Un regalo resplandeciente concedió Apsu a su esposa:
¡un radiante metal, el imperecedero oro, para que sólo ella lo 
			poseyera!
Después fue cuando los dos mezclaron sus aguas, para que salieran 
			entre ellos los hijos divinos.
Varón y hembra fueron creados los celestiales; Lahmu y Lahamu por 
			nombres se les dieron.
				
				
En el Abajo, Apsu y Tiamat les hicieron una morada. Antes de que 
			hubieran crecido en edad y en estatura, en las aguas del Arriba, 
			Anshar y Kishar fueron formados, sobrepasando a sus hermanos en 
			tamaño. Los dos fueron forjados como pareja celestial; un hijo, An, 
			en los cielos distantes fue su heredero. Después, Antu, para ser su 
			esposa, fue creada como igual de An; la morada de ambos se hizo como 
			frontera de las Aguas Superiores. Así fueron creadas tres parejas 
			celestes, Abajo y Arriba, en las profundidades; por sus nombres se 
			les llamó, ellos formaron la familia de Apsu con Mummu y Tiamat.
				
				
En aquel tiempo, Nibiru aún no se había visto, la Tierra aún no 
			había sido llamada a ser. Estaban mezcladas las aguas celestes; aún 
			no estaban separadas por un Brazalete Repujado.
En aquel tiempo, las vueltas aún no estaban del todo diseñadas; los 
			destinos de los dioses aún no estaban firmemente decretados; los 
			parientes celestiales se agrupaban; erráticos eran sus caminos. Para 
			Apsu, sus caminos eran ciertamente detestables; Tiamat, sin poder 
			descansar, se sentía agraviada y enfurecida. Una multitud formó para 
			que marcharan a su lado, una multitud rugiente y terrible creó 
			contra los hijos de Apsu. En total, once de esta especie creó; ella 
			hizo al primogénito, Kingu, jefe entre ellos.
				
				
Cuando los dioses celestiales oyeron esto, en consejo se reunieron.
				
¡Ha elevado a Kingu, le ha dado mando hasta el grado de An!, se 
			dijeron entre sí.
Una Tablilla de Destino en su pecho ha puesto, para que se procure 
			su propia vuelta, 
ha instruido a su vastago Kingu para combatir contra los dioses.
				
¿Quién se resistirá a Tiamat?, los dioses se preguntaron entre sí.
Ninguno en sus vueltas se adelantó, ninguno llevaría un arma para la 
			batalla.
En aquel tiempo, en el corazón de lo Profundo fue engendrado un 
			dios,
nació en una Cámara de Hados, un lugar de destinos.
Un hábil Creador lo forjó, era hijo de su propio Sol.
				
				
Desde lo Profundo, donde fue engendrado, el dios se separó de su 
			familia en un arrebato;
con él llevaba un regalo de su Creador, la Simiente de Vida. 
				
Puso rumbo hacia el vacío; un nuevo destino estaba buscando.
La primera en atisbar al celestial errante fue la siempre atenta 
			Antu.
Su figura era atractiva, resplandecía radiante, señoriales eran sus 
			andares, extremadamente grande era su curso. De todos los dioses era 
			el más elevado, su vuelta sobrepasaba a las de los demás. La primera 
			en vislumbrarlo fue Antu, de cuyo pecho ningún hijo había mamado.
¡Ven, sé mi hijo!, le llamó. ¡Deja que sea tu madre! Ella le arrojó 
			su red y le dio la bienvenida, hizo su rumbo adecuado para el 
			propósito. Sus palabras llenaron de orgullo el corazón del recién 
			llegado; aquella que lo criaría lo hizo altivo.
				
				
Su cabeza hasta el doble de su tamaño creció; cuatro miembros a sus 
			lados le brotaron.
El movió sus labios en reconocimiento, un fuego divino fulguró desde 
			ellos. Viró su rumbo hacia Antu, y no tardó en mostrar su rostro a 
			An. Cuando An lo vio, ¡Hijo mío!, exaltado gritó.
¡Para el liderazgo se te confiará! ¡Junto a ti, una hueste serán tus 
			sirvientes! ¡Que Nibiru sea tu nombre, conocido por siempre como 
			Cruce!
				
				
Él se postró ante Nibiru, volvió su rostro ante el paso de Nibiru; 
			extendió su red, cuatro sirvientes formó para Nibiru, para que 
			fueran, junto a él, su hueste: el Viento Sur, el Viento Norte, el 
			Viento Este, el Viento Oeste. 
Con el corazón gozoso, An anunció a Anshar, su predecesor, la 
			llegada de Nibiru.
Al oír esto, Anshar envió a Gaga, que estaba a su lado, como 
			emisario. Palabras de sabiduría le transmitió a An, para asignarle 
			una tarea a Nibiru. Él le encargó a Gaga que pusiera voz a lo que 
			había en su corazón, a An 
decirle así:
Tiamat, la que nos engendró, ahora nos detesta; ha puesto en pie una 
			hueste de guerra, está enfurecida y llena de ira. Contra los dioses, 
			sus hijos, once guerreros marchan a su lado; de entre ellos, ha 
			elevado a Kingu, y le ha marcado en el pecho un destino sin derecho. 
			Ningún dios entre nosotros podrá sostenerse frente a su 
			malevolencia, su hueste ha puesto el miedo en todos nosotros. ¡Que 
			Nibiru se convierta en nuestro Vengador! ¡Que él venza a Tiamat, que 
			salve nuestras vidas!
¡Para él decreto un hado, que salga y se enfrente a nuestra poderosa 
			enemiga!
				
				
Gaga partió hacia An; se postró ante él y las palabras de Anshar 
			repitió. An repitió a Nibiru las palabras de su predecesor, le 
			reveló a él el mensaje de Gaga. Nibiru escuchó maravillado las 
			palabras; fascinado oyó hablar de la madre que devoraría a sus 
			hijos.
				
				
Sin decirlo, su corazón ya lo había impulsado a salir contra Tiamat. 
			Abrió la boca, y dijo así a An y a Gaga: ¡Si para salvar vuestras 
			vidas he de vencer a Tiamat, convocad a los dioses en asamblea, 
			proclamad supremo mi destino! ¡Que todos los dioses acuerden en 
			consejo hacerme el líder, someterse a mi mandato!
Cuando Lahmu y Lahamu oyeron esto, gritaron angustiados: ¡Extraña 
			era la demanda, no se puede comprender su sentido!, dijeron ellos. 
			Los dioses que decretan los hados consultaron entre sí; 
Accedieron a hacer de Nibiru su vengador, para él decretaron un hado 
			exaltado;
¡A partir de este día, inalterables serán tus mandatos!, le dijeron 
			a él. 
¡Ninguno de entre nosotros los dioses transgrediremos tus límites!
				
¡Ve, Nibiru, sé nuestro Vengador! 
				
				
Forjaron para él una vuelta principesca para que avanzara hacia 
			Tiamat; le dieron sus bendiciones a Nibiru, le dieron armas 
			terribles a Nibiru.
Anshar forjó tres vientos más de Nibiru: el Viento Maligno, el 
			Torbellino, el Viento Sin Par. 
Kishar llenó su cuerpo con una llama ardorosa, y una red para 
			envolver a Tiamat. Así, listo para la batalla, Nibiru puso rumbo en 
			dirección a Tiamat. 
Viene ahora el relato de la Batalla Celestial, y de cómo la Tierra 
			vino a ser, y del destino de Nibiru. 
El señor salió; establecido por los hados, siguió su rumbo; a la 
			terrible Tiamat plantó cara, con sus labios pronunció un conjuro.
				
Como manto de protección, puso en marcha el Pulsador y el Emisor; 
			con una impresionante radiación fue coronada su cabeza.
				
				
A su derecha, apostó al Que Hiere; en su izquierda, colocó al 
			Repulsor. 
Los siete vientos, su hueste de auxiliares, como una tormenta envió;
				
Se precipitó hacia la terrible Tiamat, con un clamor de batalla.
Los dioses se arremolinaron junto a él, después se apartaron de su 
			caminó, avanzó solo para examinar a Tiamat y a sus ayudantes, para 
			hacerse una idea de los planes de Kingu, el comandante de su hueste.
Cuando vio al valiente Kingu, se le nubló la vista; mientras miraba 
			a los monstruos, se le distrajo la dirección, su rumbo se trastocó, 
			sus actos se confundieron.
				
				
El grupo de Tiamat la rodeaba estrechamente, temblaban de terror.
Tiamat estremeció sus raíces, un rugido poderoso emitió; lanzó un 
			hechizo sobre Nibiru, lo envolvió con sus encantos.
iLa suerte entre ellos estaba echada, la batalla era inevitable!
Cara a cara se encontraron, Tiamat y Nibiru; avanzaban uno contra 
			otro 
Se acercaban a la batalla, buscando el singular combate.
El Señor extendió su red, para envolverla la lanzó; 
				
Tiamat gritó con furia; como poseída, perdió sus sentidos. El Viento 
			Maligno, que había estado tras él, a Nibiru adelantó, ante el rostro 
			de ella lo soltó; ella abrió la boca para tragarse al Viento 
			Maligno, pero no pudo cerrar los labios.
				
				
El Viento Maligno cargó contra su vientre, se abrió paso en sus 
			entrañas. Sus entrañas aullaban, su cuerpo se dilató, la boca se le 
			abrió.
A través de la abertura, Nibiru disparó una flecha brillante, un 
			relámpago divino. 
La flecha le despedazó las entrañas, le hizo pedazos el vientre; le 
			desgarró la matriz, le partió el corazón. 
Habiéndola sometido así, él extinguió su aliento vital. Nibiru 
			contempló el cuerpo sin vida, Tiamat era ahora un cadáver masacrado.
				
				
Junto a su señora sin vida, sus once ayudantes temblaban de terror; 
			quedaron capturados en la red de Nibiru, incapaces como eran de 
			huir. Kingu, a quien Tiamat había hecho jefe de su hueste, estaba 
			entre ellos. El Señor le puso grilletes, y a su señora sin vida lo 
			encadenó. Le arrebató a Kingu las Tablillas de los Destinos, que sin 
			ningún derecho se le habían dado, le estampó su propio sello, sujetó 
			el Destino a su propio pecho. Al resto del grupo de Tiamat los ató 
			como cautivos, en su propia vuelta los atrapó.
Los puso bajo su pie, los cortó en pedazos.
				
				
Los ató a todos a su vuelta; les hizo girar alrededor, con el rumbo 
			invertido. Después, Nibiru partió del Lugar de la Batalla, anunció 
			la victoria a los dioses que le habían nombrado. Dio la vuelta 
			alrededor de Apsu, hacia Kishar y Anshar viajó. Gaga salió a 
			recibirle, y como heraldo hacia los demás viajó después. Más allá de 
			An y Antu, Nibiru se encaminó hacia la Morada en lo Profundo.
Sobre la suerte de la inerte Tiamat y de Kingu reflexionó después, a 
			Tiamat, a la que había sometido, el Señor Nibiru volvió más tarde. 
			Se encaminó hacia ella, se detuvo a ver su cuerpo sin vida; estuvo 
			planeando en su corazón dividir hábilmente al monstruo.
				
				
Después, como un mejillón, en dos partes la dividió, separó el 
			tronco de las partes inferiores.
Separó los canales internos de ella, maravillado contempló sus venas 
			doradas. Pisando su parte posterior, el Señor cortó completamente la 
			parte superior. El Viento Norte, su ayudante, a su lado llamó, que 
			se llevara la cabeza cercenada, le ordenó al Viento, que la pusiera 
			en el vacío.
El Viento de Nibiru se cernió pues sobre Tiamat, barriendo sus 
			chorreantes aguas. 
Nibiru disparó un rayo, al Viento Norte le dio una señal; en un 
			resplandor, la parte superior de Tiamat fue llevada a una región 
			desconocida.
				
				
Con ella, también fue exiliado el encadenado Kingu, para que fuera 
			compañero de la parte seccionada.
Después, Nibiru reflexionó sobre la suerte de la parte posterior: 
			quería que fuera un trofeo imperecedero de la batalla, un 
			recordatorio constante en los cielos, que señalara el Lugar de la 
			Batalla.
Con su maza, golpeó la parte posterior hasta hacerla trozos 
			pequeños, después los enlazó en una banda hasta formar un Brazalete 
			Repujado, entrelazándolos, los situó como guardianes, un Firmamento 
			para dividir las aguas de las aguas.
Las Aguas Superiores por encima del Firmamento de las Aguas 
			Inferiores separó; así forjó Nibiru sus hábiles obras.
Después, el Señor cruzó los cielos para inspeccionar las regiones; 
			desde la zona de Apsu hasta la morada de Gaga midió las dimensiones.
				
				
				
Se detuvo y vaciló; después, regresó lentamente al Firmamento, al 
			Lugar de la Batalla.
Pasando de nuevo por la región de Apsu, en la desaparecida esposa 
			del Sol pensó con remordimiento.
Contempló la mitad herida de Tiamat, prestó atención a la Parte 
			Superior; las aguas de vida, generosas en ella, de las heridas 
			seguían manando, sus venas doradas reflejaban los rayos de Apsu. De 
			la Simiente de la Vida, del legado del Creador, se acordó entonces 
			Nibiru. ¡Cuando puso su pie sobre Tiamat, cuando la partió en 
			pedazos, sin duda él le impartió la simiente a ella! 
Nibiru se dirigió a Apsu, diciéndole así: ¡Con tus cálidos rayos, da 
			salud a las heridas! ¡Que a la parte rota nueva vida le sea dada, 
			que sea en tu familia como una hija, que las aguas en un lugar se 
			reúnan, que aparezca tierra firme! ¡Por Tierra Firme que sea 
			llamada, Ki será su nombre a partir de ahora! Apsu hizo caso a las 
			palabras de Nibiru: ¡Que la Tierra se una a mi familia, Ki, Tierra 
			Firme del Abajo, que Tierra sea su nombre a partir de ahora! ¡Que, 
			con su giro, haya día y haya noche; en los días, la proveeré con mis 
			rayos curadores! 
				
				
¡Que Kingu sea una criatura de la noche, lo designaré para que 
			brille en la noche compañera de la Tierra, para siempre Luna será! 
			Nibiru escuchó satisfecho las palabras de Apsu. Nibiru cruzó los 
			cielos e inspeccionó las regiones, a los dioses que le habían 
			elevado concedió posiciones permanentes, destinó sus vueltas para 
			que ninguno transgrediera la de los demás ni se quedara corto.
Fortaleció las esclusas celestes, puso puertas en ambos lados. Una 
			morada remota eligió para sí, más allá de Gaga estaban sus 
			dimensiones.
				
				
Le suplicó a Apsu que decretara para él la gran vuelta como su 
			destino. Todos los dioses levantaron su voz desde sus posiciones: 
			¡Que la soberanía de Nibiru sea sobresaliente!
¡El más radiante de los dioses es, que sea en verdad el Hijo del 
			Sol! Desde su región, Apsu dio su bendición: ¡Nibiru mantendrá el 
			cruce de Cielo y Tierra; Cruce será su nombre!
Los dioses no cruzarán ni arriba ni abajo;
Él mantendrá la posición central, será el pastor de los dioses.
				
				
¡Un Shar será su vuelta; ése será su Destino para siempre!
Viene ahora el relato de cómo comenzaron los Tiempos de Antaño, y de 
			la era que, en los Anales, fue conocida por el nombre de Era Dorada, 
			y cómo fueron las misiones de Nibiru a la Tierra para obtener oro.
La huida de Alalu desde Nibiru fue su comienzo.
				
				
Alalu estaba dotado de gran entendimiento, muchos conocimientos 
			había adquirido en su aprendizaje. De su antecesor Anshargal, de los 
			cielos y las vueltas había amasado muchos conocimientos,
a través de Enshar, sus conocimientos aumentaron grandemente; de 
			todo ello aprendió mucho Alalu; con los sabios discutía, a eruditos 
			y comandantes consultaba. Así se determinaron los conocimientos del 
			Principio, así poseyó Alalu estos conocimientos. El oro en el 
			Brazalete Repujado era la confirmación, el oro en el Brazalete 
			Repujado era el indicio del oro en la Parte Superior de Tiamat.
				
				
Y al planeta del oro llegó Alalu victoriosamente, con un choque 
			atronador de su carro. Con un rayo, exploró el lugar, para descubrir 
			sus alrededores; su carro descendió en tierra seca, al filo de 
			amplias tierras pantanosas aterrizó.
Se puso un casco de Águila, se puso un traje de Pez.
Abrió la portezuela del carro; ante la portezuela abierta se detuvo 
			para asombro.
Oscuro era el suelo, azul-blanco eran los cielos; no había sonidos, 
			nadie que le ofreciera la bienvenida.
¡Estaba solo en un planeta extraño, quizás exiliado para siempre de 
			Nibiru!
Bajó a tierra, sobre el oscuro suelo puso el pie; había colinas en 
			la distancia; en las cercanías, había mucha vegetación.
				
				
Ante él, había tierras pantanosas, en ellas se introdujo; con el 
			frío de sus aguas se estremeció.
¡Volvió al suelo seco; estaba solo en un planeta extraño! Se vio 
			poseído por sus pensamientos, esposa y descendientes con nostalgia 
			recordaba; ¿estaría exiliado de Nibiru para siempre?, se preguntaba 
			esto una y otra vez.
				
				
No tardó en volver al carro, con alimento y bebida para mantenerse. 
			Después, le venció un profundo sueño, una poderosa ensoñación. 
			Cuánto tiempo estuvo durmiendo, no podía recordarlo; tampoco podía 
			decir qué le había despertado.
Fuera había mucho resplandor, un resplandor nunca visto en Nibiru. 
			Extendió un palo desde el carro; con un Probador estaba equipado. El 
			Probador respiró el aire del planeta; ¡indicó su compatibilidad! 
			Abrió la portezuela del carro, con la portezuela abierta tomó aire. 
			Otra vez tomó aire, y otra y otra; ¡ciertamente, el aire de Ki era 
			compatible!
				
				
Alalu aplaudió, se puso a cantar una alegre canción. Sin el casco de 
			Águila, sin el traje de Pez, bajó hasta el suelo. ¡El resplandor del 
			exterior era cegador; los rayos del Sol lo abrumaban! Volvió al 
			carro, se puso una máscara para los ojos. Tomó el arma portátil, 
			asió el práctico Tomador de Muestras. Bajó a tierra, sobre el oscuro 
			suelo puso el pie. Se encaminó hacia los cenagales; oscuras y 
			verdosas eran las aguas. En el borde de la ciénaga había guijarros; 
			Alalu tomó un guijarro, lo arrojó a la ciénaga.
				
				
Sus ojos vislumbraron un movimiento en la ciénaga: ¡las aguas 
			estaban llenas de peces! 
Introdujo el Tomador de Muestras en la ciénaga, para considerar las 
			turbias aguas; el agua no era adecuada para beber, descubrió Alalu 
			muy decepcionado. Se alejó de las ciénagas, y fue en dirección a las 
			colinas. Pasó a través de la vegetación; los arbustos daban paso a 
			los árboles.
El lugar era como un huerto, los árboles estaban cargados de frutos.
				
Seducido por su dulce aroma, Alalu tomó una fruta; se la puso en la 
			boca.
¡Si dulce era su aroma, más dulce era su sabor! Alalu se deleitó 
			enormemente.
Alalu caminaba evitando los rayos del Sol, dirigiéndose hacia las 
			colinas.
Entre los árboles, sintió humedad bajo sus pies, una señal de aguas 
			cercanas.
Puso rumbo en dirección a la humedad; en mitad del bosque había un 
			estanque, una laguna de aguas silenciosas.
				
				
Sumergió el Tomador de Muestras en la laguna, ¡el agua era buena 
			para beber!
Alalu rió; una risa sin fin hizo presa en él.
¡El aire era bueno, el agua era apta para beber; había fruta, había 
			peces!
Entusiasmado, Alalu se agachó, juntó las manos haciendo un cuenco, 
			llevó agua hasta su boca.
El agua tenía frescura, un sabor diferente del agua de Nibiru.
Bebió una vez más y luego, asustado, dio un salto: podía escuchar un 
			bisbiseo; ¡un cuerpo se deslizaba por la orilla de la laguna!
Aferró el arma portátil, dirigió una ráfaga de su rayo hacia lo que 
			silbaba.
Lo que se movía se detuvo, el silbido terminó.
Alalu se adelantó para examinar el peligro.
				
				
El cuerpo que se deslizaba estaba inmóvil; la criatura estaba 
			muerta, una visión de lo más extraña: su largo cuerpo era como una 
			cuerda, sin manos ni pies era el cuerpo; había ojos fieros en su 
			pequeña cabeza, fuera de la boca colgaba una larga lengua.
¡Algo que nunca antes había visto en Nibiru, una criatura de otro 
			mundo!
¿Sería el guardián del huerto?, meditó Alalu para sí mismo. ¿Sería 
			el dueño del agua?, se preguntó.
Puso agua en un recipiente que llevaba; muy alerta, reemprendió el 
			camino hasta su carro.
También tomó las frutas dulces; hacia el carro se encaminó.
La brillantez de los rayos del Sol había disminuido enormemente; era 
			oscuro cuando llegó al carro.
Alalu reflexionó sobre la brevedad del día, su brevedad le 
			sorprendió.
Sobre los pantanos, una fría luminosidad se elevaba en el horizonte.
				
No tardó en elevarse en los cielos una esfera blanquecina: 
				
Kingu, el compañero de la Tierra, estaba contemplando.
				
				
Lo que en los relatos del Principio, sus ojos podían ver ahora la 
			verdad: los planetas y sus vueltas, el Brazalete Repujado, Ki, la 
			Tierra, Kingu, su luna, ¡todos fueron creados, todos por sus nombres 
			llamados!
En su corazón, Alalu conocía una verdad más que era necesario 
			contemplar: el oro, el medio para la salvación, era necesario 
			encontrarlo.
Si había verdad en los relatos del Principio, si fueron las aguas 
			las que lavaron las venas doradas de Tiamat, ¡en las aguas de Ki, su 
			mitad cercenada, se encontraría el oro!
Con manos vacilantes, Alalu desmontó el Probador del palo del carro.
Con manos temblorosas, se puso el traje de Pez, esperando ansioso la 
			rápida llegada de la luz diurna.
Al nacer el día, salió del carro, a los pantanos rápidamente se 
			encaminó.
Se introdujo en aguas más profundas, sumergió el Probador en las 
			aguas.
Ansioso observaba su iluminada faz, el corazón le golpeaba en el 
			pecho.
				
				
El Probador indicaba los contenidos del agua, con símbolos y números 
			desvelaba sus hallazgos.
Y, después, el latido del corazón de Alalu se detuvo: ¡Hay oro en 
			las aguas, estaba diciendo el Probador!
Inestable sobre sus piernas, Alalu se adelantó, se dirigió hacia lo 
			más profundo del pantano.
Una vez más, sumergió el Probador en las aguas; ¡una vez más, el 
			Probador anunció oro!
Un grito, un grito de triunfo, de la garganta de Alalu emanó: ¡la 
			suerte de Nibiru estaba ahora en sus manos!
De vuelta al carro se dirigió, se quitó el traje de Pez, ocupó el 
			asiento del comandante.
Animó las Tablillas de los Destinos que conocen todas las vueltas, 
			para encontrar la dirección hacia la vuelta de Nibiru.
				
				
Levantó el Hablador de Palabras, para llevar las palabras a Nibiru.
				
				
Después, hacia Nibiru pronunció las palabras, diciendo así: Las 
			palabras del gran Alalu hacia Anu en Nibiru se dirigen. ¡En otro 
			mundo estoy, he encontrado el oro de la salvación; la suerte de 
			Nibiru está en mis manos; debes escuchar mis condiciones!