EL CRACK SINDONA. EL HUNDIMIENTO DE LAS FINANZAS VATICANAS

La última etapa del pontificado de Pablo VI estuvo marcada por la traición del hombre en cuyas manos había depositado las llaves de las arcas de la Santa Sede. La ambición de Sindona no tenía límite, ni tampoco su orgullo, y fue este último el que le hizo creerse por encima de las leyes, le llevó a la imprudencia y provocó una caída en la que por poco arrastra a sus socios vaticanos.

Siendo como era el menos implicado en el asunto, el más perjudicado por el escándalo de los bonos resultó ser Michele Sindona. Su nombre comenzó a circular con demasiada frecuencia asociado con asuntos turbios, algo que no convenía a la particular naturaleza de sus negocios. Además, comenzaba a tener problemas con sus propios bancos. El dinero, fuera del entorno de las instituciones financieras nacionales, ni se crea ni se destruye, simplemente cambia de mano. Así pues, sí durante bastante tiempo Michele Sindona se dedicó a especular con sus propios bancos, la consecuencia no podía ser otra que la aparición de importantes agujeros económicos.

 

Cuando el desfalco es pequeño basta con unas pocas artimañas y una contabilidad creativa para disimularlo. Pero si el expolio continúa, el déficit se hará cada vez mayor y más difícil será de ocultar. El 1973 Sindona tenía gravísimos problemas económicos en sus dos principales bancos, Banca Unione y la Banca Privata Finanziaria. ¿Qué hacer? Intentó una audaz huida hacia adelante al fusionar ambos en uno nuevo: la Banca Privata. Sin embargo, el sentido común estaba en su contra. Si juntamos dos agujeros grandes, lo que obtenemos es uno enorme. En julio de 1974 el nuevo banco tenía un impresionante déficit de 200.000 millones de liras.1

Un mes después, en agosto de 1974, prácticamente todo el mundo comenzó a tener claro que el imperio de Sindona se tambaleaba y se plantearon las primeras medidas desesperadas. En Italia, el Banco de Roma, habiendo recibido como garantía una gran parte de las propiedades de Sindona, colocó entre 128 y 200 millones de dólares en la Banca Privata intentando tapar la crisis. En Estados Unidos, temiendo que el desmoronamiento de las inversiones del banquero italiano en ese país, y muy concretamente una eventual quiebra del Franklin National Bank, pudiera desencadenar un efecto dominó de resultados imprevisibles, el gobierno concedió al banco de Sindona un acceso ilimitado a los recursos federales.

 

De hecho, los otros bancos del país empezaron a mostrar reticencias a la hora de operar con el Franklin National Bank, donde también había aparecido un enorme déficit fruto de las retiradas de fondos irregulares que periódicamente realizaba Sindona, que en apenas dos años se las ingenió para aligerar las arcas de la institución. El Franklin National Bank, el decimoctavo entre los principales bancos de la nación, con unos activos de más de tres mil millones de dólares,2 se vio súbitamente reforzado con más de dos mil millones de dólares procedentes de la Reserva Federal estadounidense.

1. Yailop, David, op. cit.

2. Hammer, Richard, op. cit.


Sin embargo, todos estos esfuerzos resultaron inútiles, el dinero no fue suficiente para salvar al agonizante banco, y en septiembre de ese mismo año, apenas tres meses después de su creación, la Banca Privata estaba al borde de la quiebra. Las pérdidas estimadas alcanzaban los trescientos millones de dólares, incluidos los 27 millones de dólares que constituían la participación del Vaticano en el Banco, según la Santa Sede. El propio Banco de Roma a punto estuvo de desaparecer como consecuencia del hundimiento del banco de Sindona.
 


LA CAZA DEL TIBURÓN
El 3 de octubre los acontecimientos se precipitaron. Licio Gelli fue informado por miembros de Propaganda Due infiltrados en la policía y la magistratura de que Sindona sería detenido al día siguiente. Gelli, haciendo bueno el juramento de fidelidad de los miembros de la logia, avisó a Sindona de la situación:

Huye a algún sitio donde no puedan extraditarte. Si no lo haces, nuestros enemigos te torturarán. Puede que incluso te maten [...]. Todo esto es muy peligroso, Michele. Las cosas han cambiado. Quizá, si escapas, dentro de un tiempo pueda utilizar mi poder para ayudarte. Si no, si eres capturado, ya sabes lo que tienes que hacer.3

3. DiFonzo, Luigi, op. cit.

Sí, Sindona sabía lo que tenía que hacer. Tras preparar apresuradamente la maleta se metió en el bolsillo de la chaqueta cuatro frascos de digitalina, un medicamento recomendado para ciertas afecciones cardíacas que tomado en la dosis adecuada resulta ser un veneno de altísima eficacia: provoca arritmia, fibrilación ventricular y, finalmente, la muerte. Lo que llevaba Sindona encima equivalía a cien veces la dosis que prescribiría un médico. Llegado el momento, Sindona no dudaría en usar el veneno. Su imperio financiero había desaparecido, su credibilidad y prestigio estaban arruinados, todo lo cual había contribuido a que la estabilidad emocional de Sindona no atravesara por sus mejores momentos.

Tal como avisaron los informantes de Gelli, al día siguiente se emitieron dos órdenes de detención contra Sindona, una por malversación de fondos y otra por quiebra fraudulenta. Sin embargo, ya era demasiado tarde, Sindona había huido del país:

«No pienso darles la satisfacción de verme encerrado en la cárcel», le dijo a uno de sus colaboradores. Como hombre precavido que era, cambió previamente su nacionalidad, convirtiéndose en ciudadano suizo. Ginebra fue, a partir de ese momento, su nuevo cuartel general.

El 8 de octubre los peores temores de las autoridades económicas estadounidenses se hicieron realidad: el Frankiin National Bank se desmoronó. Las pérdidas de la Cámara Federal de Garantía de Depósitos se elevaban a más de dos mil millones de dólares.4 Michele Sindona podía anotarse un nuevo registro, el de la mayor quiebra bancaria de la historia estadounidense.5

 

Cuando las autoridades pudieron acceder a los libros del banco descubrieron que lo más granado del crimen organizado de Estados Unidos mantenía sus cuentas allí. Es más, certificaron que el día antes de la quiebra Sindona se había llevado 45 millones de dólares. (El Vaticano perdió 55 millones tras el derrumbamiento del Franklin National Bank.)

4. Lernoux, Penny, In Banks We Trust, Doubleday, Nueva York, 1984.

5. Tavakoli, Janet M., Collateralized Debí Obligations óStructured Finance: New Developments in Cash 0' Synthetic Securitization, John Wiley & Sons, Hoboken (Nueva Jersey), 2003.


La economía estadounidense entró en una crisis bancaria —inédita desde los tiempos de la gran depresión— que obligó a modificar la legislación y los mecanismos de control financieros del país.6 Una docena de empleados del banco fueron a la cárcel acusados de diversos cargos, entre ellos el de modificar la contabilidad y los archivos.

Desde esa fecha hasta enero de 1975, el mundo financiero europeo se vio sacudido por las sucesivas quiebras de los bancos de Sindona. Uno a uno fueron cayendo el Bankhaus Wolff AG, de Hamburgo, el Bankhaus I.K. Herstatt, de Colonia, el Amincor Bank, de Zúrich y el Finabank, de Ginebra.7 Contando tan sólo este último, expertos independientes suizos estimaron que el Vaticano había sufrido un quebranto económico de 240 millones de dólares. La prensa italiana no tardó en bautizar este desastre como Il crack Sindona.

A pesar del control que P2 ejercía sobre grandes sectores de la política italiana, las autoridades estaban sumamente inquietas. Parecía poco probable que Sindona regresara a Italia por propia voluntad para responder por lo sucedido, así que se inició una larga batalla para conseguir su extradición. Esta vez Sindona no iba a contar con la ayuda del Vaticano, que se sentía cada vez más defraudado con su antiguo banquero y hombre de confianza.

 

Pablo VI estaba consternado con las noticias que le transmitía el cardenal Villot, que le mantenía al corriente de cuanto sucedía. Con cada nueva quiebra, el Vaticano perdía una fortuna. (Se estima que las pérdidas reales de la Santa Sede podrían rondar los mil millones de dólares.)8 Sindona les había fallado, o peor aún, les había traicionado.

6. Spero, Joan Edelman, The Failure of the Frankiin National Bank: Challenge to the International Banking System, Beard Books, Nueva York, 1999.

7. Sterling, Claire, op. cit.

8. Martín, Malachi, op. cit.



MALA MEMORIA
Quien más sintió aquella delación fue Pablo VI, que en su momento depositó su confianza en el banquero. Los que habían aconsejado al pontífice que tomara esa decisión, como su secretario personal, monseñor Pasquale Macchi, el cardenal Sergio Guerri, Benedetto Argentieri, el propio cardenal Villot o Umberto Ortolani, miraban ahora a otro lado. (Una vez fallecido el pontífice, divulgarían la historia de que éste se había basado tan sólo en su amistad personal a la hora de poner a Sindona al frente de las finanzas vaticanas.)

 

El financiero se convirtió en el virtual dueño de los negocios de la Santa Sede y ni el papa ni sus asesores se preocuparon de tomar las más elementales precauciones. Eso sin contar con que dentro de los muros del Vaticano a Sindona no le faltaron cómplices deseosos de participar en sus actividades delictivas, como quedó demostrado con el caso de los bonos falsos.

No obstante, quien se llevó la peor parte fue el arzobispo Paúl Marcinkus. Si el interrogatorio del FBI ya le pareció una indigni dad en su día, ahora tenía que enfrentarse a diario con las autori dades italianas, deseosas de conocerlo todo sobre sus relaciones personales y económicas con Sindona. Recordemos que a los agentes del FBI les había dicho que él y Sindona eran «buenos amigos». Pues bien, dos años después, el 20 de febrero de 1975, Marcinkus concedía una entrevista a la revista italiana Uespresso en la que afirmaba:

La verdad es que ni siquiera conozco a Sindona. ¿Cómo podría entonces haber perdido dinero por su causa? El Vaticano no ha per dido un solo centavo, todo lo demás es fantasía.9

9. Yailop, David, op. cit.

Una vez más quedaban de manifiesto los problemas de memoria de Marcinkus, de los que los agentes del FBI habían sido testigos unos años atrás, sobre todo si tenemos en cuenta que las relaciones de amistad entre él y Sindona están documentadas por numerosas fuentes.10

 

10. Baigent, Michael, Leigh, Richard y Lincoln, Henry, op. cit.

Mucho más difícil debió de ser para Marcinkus explicar la de tención y retirada del pasaporte, en relación con las actividades de Sindona, de uno de sus más íntimos colaboradores, Luigi Mennini, secretario inspector del Banco Vaticano.
 


UN PAPA EN CRISIS
Mientras esto sucedía, en el Vaticano todo eran reproches más o menos velados hacia el papa. La mayoría de los habitantes de la Santa Sede se guardaban para sí sus opiniones, o bien se las reservaban para sus íntimos. No obstante, en ambos extremos del espectro ideológico comenzaron a surgir voces acusadoras. A la izquierda, los jesuítas se quejaban de las ingerencias del pontífice en la política italiana y de que éste había dejado «el futuro de la Iglesia en manos de Satán».

 

A la derecha, el ala más integrista de la Iglesia, abanderada por el arzobispo francés Marcel Lefebvre, no dudaba en reclamar la abdicación del papa. En una publicación semanal afín a esta ideología, El Tradicionalista, se calificó, en septiembre de 1973, a Pablo VI de «traidor a la Iglesia».

El papa no había sido un traidor, pero sí había cometido el error de pensar que el vicario de Cristo no podía ser traicionado. Ser consciente de aquella equivocación, además de la mella que en su ánimo hacían las críticas, cada vez más virulentas, le llevaron a considerar muy seriamente la idea de abdicar. Dudaba de su capacidad de liderazgo de la Iglesia." Ahora bien, en caso de renunciar, quería ser él quien nombrase a su sucesor. Llevado por este propósito, realizó un movimiento que trajo nuevas críticas sobre su persona. Abolió un antiguo decreto que desde hacía cuatro siglos prohibía acceder al trono de San Pedro mediante promesas, dinero o favores. Esto volvía a abrir la puerta de los cónclaves a toda clase de componendas y conspiraciones.

A esta extraña decisión siguió un comportamiento igualmente raro del pontífice. Cada día dormía menos y su humor se volvió taciturno. Pasaba largas horas, en especial de noche, recorriendo en solitario los pasillos del palacio de Letrán, inmerso en sombríos pensamientos: «A través de alguna grieta, el humo de Satán ha entrado en la Iglesia, está alrededor del altar», dijo en una ocasión a uno de sus colaboradores.12

 

11. France, David, Our Fathers: The Secret Life ofthe Catholic Church in an Age of Scandal, Broadway Books, Nueva York, 2004.

12. Martín, Malachi, The Decline and Fall of the Román Church, G. P. Putnam's Sons, Nueva York, 1981.


Pese a las lamentaciones del papa y de las crisis doctrinales, la realidad es que las finanzas del Vaticano atravesaban dificultades que había que solucionar con rapidez. La Santa Sede necesitaba un nuevo banquero. El elegido para sustituir a Sindona fue, ni más ni menos, Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano. Se ha atribuido esta elección tanto al arzobispo Marcinkus como al propio Santo Padre. Fuera quien fuese el responsable no estuvo nada acertado. Si lo que se pretendía era alejarse de los negocios turbios y dar seguridad a las finanzas vaticanas, no podía haberse hecho peor elección.
 

 

DE EA SARTÉN AE FUEGO
Calvi no perdió la oportunidad de seguir los pasos de su antecesor y en poco tiempo ya estaba involucrando a la Iglesia en nuevos negocios comprometedores. El dinero volvía a fluir. Para comprender muchas de las confusas operaciones que Caivi llevó a cabo durante la década de los setenta, hay que tener en cuenta que el Banco Ambrosiano (llamado popularmente «el banco de los curas») y el IOR estaban estrechamente ligados. Muchas operaciones cruciales se realizaban de forma conjunta.

 

Como Sindona, Calvi pudo vulnerar las leyes repetidas veces gracias a la asistencia del IOR. Nada de lo que hacía podía ocurrir sin el conocimiento previo y la posterior aprobación de Marcinkus, que no parecía suficientemente escarmentado con lo sucedido con Sindona. Sobre la autonomía con que operaba Marcinkus respecto al papa contamos con el testimonio del propio Calvi:

Marcinkus, que es un tipo rudo, nacido de padres pobres en un suburbio de Chicago, quería ejecutar la operación sin siquiera informar a su jefe. Estoy hablando del Papa.13

13. Yailop, David, op. cit.

 

Es muy ilustrativo de la catadura moral de los personajes de los que estamos hablando el hecho de que para ellos el vicario de Cristo quedase reducido a la categoría de «jefe».

Mientras, Sindona había llegado a Nueva York huyendo de la extradición y solicitando la protección de sus amigos del clan Gambino-Genovese. Al contrario que en Propaganda Due, aquí el apoyo a Sindona no estaba basado en la conveniencia, sino que existía verdadera veneración hacia un hombre que no sólo había demostrado una absoluta lealtad hacia ü familia, sino que la había enriquecido mucho más allá de sus expectativas. Niño, el pequeño de los Gambino, llegó a decirle a Sindona:

Don Michele, usted es el más grande de todos los sicilianos. Es tamos orgullosos de usted. Permítanos ayudarle con sus problemas y díganos quiénes son esos bastardos. Haremos lo que sea porque le respetamos. Sin dinero, don Michele. Nosotros matamos sólo por nuestros amigos.14

También los amigos que tenía en la administración Nixon le ayudaron, recomendándole que acudiera a la prestigiosa firma de abogados Mudge, Rose, Guthrie & Alexander, de la que el propio Richard Nixon había sido socio.15

 

14. Sterling, Claire, op. cit.

15. DiFonzo, Luigi, op. cit.

 


COSMO-CORPORACIONES
Sindona también fue convencido por sus aliados estadounidenses de que en el país de la imagen necesitaba un agente de relaciones públicas. Éste rápidamente le consiguió varias conferencias en el ámbito universitario. Así, mientras los altos ejecutivos del Franklin National Bank se encontraban en prisión acusados de conspiración y desfalco, Sindona se dirigía a los estudiantes de la prestigiosa Wharton Gradúate School de Filadelfia:

El objetivo de esta breve charla, tal vez un tanto ambicioso, es contribuir a la restauración de la fe de Estados Unidos en sus sectores económico, financiero y monetario, y recordar que el mundo libre necesita a América.16

16. Yailop, David, op. cit.

 

Al mismo tiempo que este «restaurador de la fe económica» era condenado en rebeldía por un tribunal de Milán a tres años y medio de prisión por veintitrés cargos de apropiación indebida, se permitía dar lecciones de moral a los alumnos de la Universidad de Columbia:

Cuando se efectúan pagos con la intención de esquivar el cumplimiento de la ley a fin de obtener beneficios injustos, es necesaria una reacción pública. Tanto el corrupto como el corruptor deben ser castigados.17

Al menos había que reconocerle el mérito de estar hablando sobre temas que conocía en profundidad. Sindona tampoco andaba falto de imaginación:

En un futuro muy lejano, cuando estemos en contacto con otros planetas y nuevos mundos, en nuestras incontables galaxias, espero que los estudiantes de esta universidad puedan sugerir a las compañías que representan que se expandan por el cosmos, creando las cosmo-corporaciones, que llevarán el espíritu creativo de la iniciativa privada por todo el universo.18

17. Ibid.

18. Ibid.

 

Estos planteamientos eran una prueba fehaciente de que la estabilidad psicológica de Sindona se encontraba mermada. Tanto que llegó a proponer a sus amigos de Propaganda Due y la mafia un plan para conseguir la independencia de Sicilia, a fin de poder regresar a su tierra natal sin tener que temer a la justicia italiana.


MATANDO POR DON MICHELE
En Italia, esta «gira» multitudinaria del banquero prófugo levantó no poca indignación. La gota que colmó el vaso fue una fotografía publicada en septiembre de 1975 en la que podía verse al alcalde de Nueva York, Abraham Beame, saludando afectuosamente a Sindona. El Corriere della Sera publicó:

Sindona prosigue haciendo declaraciones y concediendo entrevistas, y continúa, en su refugio-exilio norteamericano, frecuentando la compañía de la alta sociedad. Las leyes y los mecanismos de extradición no son iguales para todos. Alguien que roba manzanas puede languidecer en prisión durante meses, quizá años.

Mientras tanto, Sindona hacía desesperados intentos por librarse de la extradición, recurriendo al chantaje y al soborno de sus antiguos amigos políticos de Italia. Su peor enemigo aquí era Giorgio Ambrosoli, abogado comisionado por las autoridades del Banco de Italia para investigar el caso Sindona. Ambrosoli tuvo que soportar numerosas amenazas contra su persona. De hecho, el abogado en Italia de Sindona, Rodolfo Guzzi, se encontraba en la oficina de Ambrosoli el día en que éste recibió una amenaza de muerte. Guzzi, que tuvo ocasión de escuchar la conversación, estaba tan conmocionado que llamó inmediatamente a su cliente para pedirle explicaciones. Sindona le respondió:

«Algunas personas me están ayudando. Yo les he contado mis problemas y ellos intentan ayudarme. Yo no tengo ningún control respecto a lo que hagan».19

19. DiFonzo, Luigi, op. cit.

 

Ambrosoli temía por su vida, pero también se daba cuenta de que aquellas amenazas no hacían más que confirmarle que estaba en el buen camino, así que prosiguió con la investigación. Fue una época terrible. Cada vez que accionaba el contacto de su coche temía una explosión, cada vez que sonaba el teléfono o alguien llamaba a su puerta temía lo peor. Al final, ni siquiera podía conciliar el sueño, atormentado por pesadillas en las que los mafiosos asesinaban a su familia. Aun así no abandonó. Para unos era un valiente, para otros, un loco.

 

Sin embargo, cada día que transcurría el abogado avanzaba en su tarea de desenmascarar el imperio secreto de Sindona. En julio de 1979, éste envió a un asesino de la mafia desde Nueva York a Milán para que acabase con la vida del abogado.20

 

20. Stille, Alexander, Excellent Cadavers: The Mafia ana the Death of the First Italian Republic, Vintage Books, Nueva York, 1996.

 

Ambrosoli no fue el único que murió bajo las balas de los sicarios de la familia Gambino, que de esta forma rendía tributo a don Michele.

Graziano Verzotto era un alto cargo de la Democracia Cristiana del que los mafiosos desconfiaban debido a su ascendencia del norte de Italia. Bastó el rumor de que pensaba declarar sobre los sobornos que había recibido por parte de Sindona para que fuera tiroteado en Palermo. Al parecer, los Gambino tenían especial interés en silenciar a Verzotto, ya que ellos, los Inzerillo y los Spatola, podían verse incriminados por lo que pudiera declarar. Verzotto no sólo sabía de sobornos, sino que, en el caso de que le preguntasen por blanqueo de dinero y tráfico de heroína, seguramente también tendría mucho que explicar. El político sobrevivió al atentado, pero decidió ponerse a salvo estableciendo su residencia en Beirut.
 


TIBURÓN ENJAULADO
Quien no pudo escapar de sus asesinos fue Giuseppe di Cristina, otro de los asociados de Sindona que sabía más de lo que era conveniente sobre el tráfico de heroína. También fue tiroteado en las calles de Palermo. Al examinar su cadáver la policía encontró varios cheques de los bancos de Michele Sindona.

Toda esta muestra de violencia no contribuyó a mejorar la situación de Sindona. Más bien al contrario. Su relación con la mafia quedó más patente que nunca. Muchos de sus antiguos aliados comenzaron a darle la espalda debido a la doble amenaza que suponían las autoridades por un lado y la mafia por el otro. En Estados Unidos algunos políticos también comenzaron a dejar de prestarle su apoyo.

Finalmente, en septiembre de 1976, las gestiones del gobierno italiano cristalizaron y Michele Sindona fue detenido en Estados Unidos. Aquello le cogió por sorpresa, ni la mafia, ni los políticos, ni Propaganda Due fueron capaces de salvarle. Sus primeras declaraciones públicas reflejaban su perplejidad:

Estados Unidos ha escogido ahora, casi dos años después de que se lanzaran contra mí estas falsas acusaciones en Italia, dar comienzo a este proceso de extradición. Quiero enfatizar que los cargos pronunciados contra mí en Italia están basados en muy poca o ninguna investigación y que son absolutamente falsos.

Tras una breve estancia en prisión, Sindona recuperó la libertad después de pagar una fianza de tres millones de dólares. Los únicos que quedaban a su lado en aquel momento eran los Genovese, que organizaron, entre otros actos, cenas para recaudar dinero como asistencia legal de Sindona. (No existe constancia de que un solo dólar de los obtenidos en aquellos actos llegara a los abogados del banquero.)

La legal no era la única asistencia que Sindona solicitó. Los Genovese estaban dispuestos a matar por don Michele, pero no en Estados Unidos, así que el financiero intentó contratar los ser vicios de un asesino a sueldo siciliano llamado Luigi Ronsisvalle para que acabase con la vida del fiscal de su causa. Ronsisvalle, que era un experto en los asuntos de la mafia, rechazó el ofrecimiento. El asesinato de un funcionario público en Estados Unidos, sin contar con la autorización ni el apoyo de las familias lo cales, no era un buen negocio, por generosa que fuese la paga.

En el terreno de lo estrictamente legal, Sindona contó con testigos de lujo declarando a su favor. El más notable fue Carmelo Spagnuo lo, presidente de una de las salas del Tribunal Supremo italiano y miembro de P2. Spagnuolo declaró bajo juramento que las acusaciones a las que se enfrentaba Sindona en Italia eran fruto de una conspiración comunista. Se buscaba el desprestigio del financiero, «un gran protector de la clase trabajadora».

 

Aseguró que las personas encargadas de la investigación eran incompetentes o malintencionadas, y que, en cualquier caso, estaban manipulados por diversos intereses políticos. El magistrado no dudó en atacar a sus propios compañeros de judicatura, dando por sentado que muchos de ellos eran peligrosos extremistas prestos a la prevaricación. Como broche final de su declaración, compartió con los estadounidenses su temor de que Sindona fuera asesinado nada más pisar suelo italiano.
 

 

LOS PÉRFIDOS COMUNISTAS
Licio Gelli también acudió a declarar en favor de Sindona. Para demostrar lo ridículo de las acusaciones contra su amigo se puso como ejemplo a sí mismo, afirmando que él había sido acusado de ser miembro de la CÍA, jefe de los escuadrones de la muerte argentinos, dirigente supremo de una organización fascista internacional y agente de los servicios secretos portugueses, griegos, chilenos y de la República Federal de Alemania.

 

Él, un empresario responsable con inquietudes políticas, no era más que un hombre de bien. Todas aquellas acusaciones se debían al creciente poder de los comunistas en Italia:

La influencia comunista alcanza a algunos sectores del gobierno, especialmente en el Ministerio de Justicia, donde durante los últimos cinco años se ha experimentado un cambio de posición política hacia la extrema izquierda.21

Gelli también creía que la vida del financiero corría peligro en Italia:

El odio de los comunistas hacia Sindona viene del hecho de ser un anticomunista intransigente, siempre favorable al sistema de libre empresa, en una Italia democrática.22

21. Yailop, David, op. cit.

22. Ibid.

 

En aquel cierre de filas en torno a Sindona faltaba un personaje esencial, su amigo y socio Roberto Caivi, que también tenía mucho que esconder; pero Caivi decidió alejarse de Sindona y pensar en su propia salvación. Ni siquiera contribuyó económicamente a la defensa de Sindona, menos por tacañería que por afán de no ligar su nombre con el del financiero. Aquella deslealtad le costaría cara. Sindona contactó con Luigi Cavallo, un experto en chantajes y campañas de difamación.

 

El 13 de noviembre de 1977, las calles de Milán amanecieron sembradas de octavillas en las que se acusaba a Caivi de evasión de capital, fraude contable, apropiación indebida y delitos fiscales. Se incluían los números de las cuentas secretas que Caivi tenía en Suiza y se daba toda clase de detalles respecto a diversas transacciones ilícitas. También se revelaba sus vínculos con la mafia.

El 24 de noviembre de 1977, Cavallo envió una carta al presidente del Banco de Italia, Paolo Baffi, en la que se reproducían todas y cada una de las acusaciones recogidas en los pasquines de Milán. La carta incluía, además, otra documentación, como fotocopias relacionadas con las cuentas suizas de Caivi y una velada amenaza de demandar al propio Banco de Italia por prevari cación y tráfico de influencias si no se abría una investigación contra Caivi y el banco que presidía, el Ambrosiano. Cavallo co metió un error. Escribió la carta sin contar con la autorización de Sindona, que lo último que deseaba era tener a las autoridades monetarias italianas investigando en los asuntos de sus antiguos socios.

Además, se daba la circunstancia de que tanto Caivi como Baffi eran miembros de P2, y aquellas disputas, sobre todo si incluían el aireamiento de trapos sucios, no favorecían a la logia. Licio Gelli se ofreció a mediar en el conflicto y consiguió que Caivi ingresara medio millón de dólares en la cuenta que Sindona mantenía en la Banca del Gottardo.

No obstante, en agosto de 1978 sucedería algo que iba a cambiar todo el panorama financiero vaticano. Pablo VI fallecía de un ataque al corazón en Castelgandolfo. Para sucederle fue elegido el cardenal Albino Luciani, aquel patriarca de Venecia que parecía no entender al arzobispo Marcinkus y su interés en mezclar los asuntos sagrados con los económicos. Había llegado el momento de limpiar la casa.

 

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